“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”. Así empieza la liturgia eucarística de este domingo. Son palabras que no puedo imaginar sin unos labios que las pronuncien, sin un corazón que las llene de sentido, sin un alma que les dé el aliento, la fuerza, la violencia del mandato y del grito. Son palabras que puedo adivinar en labios quemados por la soledad y la aridez del desierto; palabras para corazones quebrantados en días sin trabajo, sin pan, sin salida. Son palabras para el silencio de los hambrientos, para el horror de los naufragios, para la precariedad de la vida. Son palabras que se adhieren a la carne de los pobres, y aunque ellos nunca lleguen a pronunciarlas, son su oración más verdadera, pues es su dolor quien las pronuncia, y es Dios quien en ese mismo dolor las escucha.
“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”. Las palabras del profeta, fuesen oración de los pobres o revelación del proyecto de Dios para ellos, se vuelven evangelio, son buena noticia de gracia para todos, si las vemos cumpliéndose en el misterio de la visitación de María de Nazaret a su prima Isabel: “En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre… En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Llega una virgen, la recibe una estéril. Con la virgen llega, como hijo en su seno, el rocío del cielo, la justicia de lo alto, la salvación de Dios. En el seno de la estéril salta de alegría el hijo que percibe presente el refrigerio del rocío, el consuelo de la justicia, la luz de la salvación.
“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”. Las palabras del profeta se vuelven hoy evangelio para la comunidad que celebra la eucaristía. Hoy entra en nuestra casa el rocío del cielo. Hoy se abre la tierra, nuestra humilde tierra, y brota en ella el Salvador. Hoy, en el seno de la Iglesia, saltan de alegría sus hijos, pues Cristo el Señor entra en nuestra casa, y con él nos visita la justicia que viene de Dios.
La alegría con que recibimos a Cristo que viene en la eucaristía a salvarnos, ésa ha de ser la alegría con que recibamos a Cristo que viene en los pobres a que lo acudamos.
Feliz domingo. Ven Señor Jesús.