La paz se llama Jesús:

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Lo has oído en el evangelio: “Los pastores encontraron a María y a José y al Niño”. Y has oído también lo que, al ver al niño, esos pastores contaron a María y a José: “Hemos visto a un ángel del Señor, que nos dijo: _Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”. Y te han recordado también lo que sucedió al cumplirse los ocho días del nacimiento de aquel niño: “Tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús”.

Ahora tú, que has creído, ya puedes pedirle al profeta otros nombres para tu Señor, para tu Salvador: “Es su nombre Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”.

«Admirable»: Los pastores, María y José, y todos los que oyeron aquel mensaje del cielo, se admiraban de ver en un niño al Salvador, en un recién nacido al Mesías esperado, en tanta fragilidad y pobreza al Señor su Dios. Todos se admiraban de que Dios se llamase Jesús, nuestra salvación.

«Dios»: Aprende con María y con José a llamar “mi Dios” al que llamaban “mi niño”. Aprende a guardar en el corazón la imagen del niño, pues ese niño es el rostro cercano de tu Dios, es su rostro humilde, necesitado, es tu Dios que depende de ti para vivir.

«Príncipe de la paz»: El que es tu salvación, es tu paz; el que es tu Salvador, es el Príncipe de la paz.  Nunca habría paz para ti si para ti no hubiese salvación. Tú llamas paz a la dicha de los rescatados del Señor, a la gloria de los humillados, a la fiesta de los que vivían en tierra de sombras de muerte, a tu dicha, a tu gloria, a tu fiesta, porque en tu Salvador tú has sido rescatada, enaltecida, resucitada.

«Padre perpetuo»: Habréis observado, queridos, que en estas tierras, los desvalidos a quienes acudimos con el pan del día o el vestido que los abrigue, nos llaman “papá”, “mamá”.  Ése es el nombre que el profeta da al que ha querido hacerse nuestro pan y nuestro vestido, pues de Cristo nos alimentamos y de Cristo nos han revestido. En verdad a él y sólo a él le conviene el nombre de “Padre perpetuo”,

Hoy Dios se llama Jesús; hoy la dicha, la gloria, la fiesta, se anuncia a los necesitados de paz, a los hambrientos y sedientos de justicia, a los que lloran, a los sin trabajo, a los sin techo, a los sin papeles.

Dios mío: Que los pobres conozcan tu rostro, que el emigrante sienta sobre su vida la benignidad de tu mirada, tus ojos de niño, la paz que por esos ojos asoma para abrazar a los que piden ser bendecidos.

Nuestra paz se llama Jesús. Celébrala con agradecimiento. Recíbela con amor.

Feliz año, queridos. Hoy y siempre, feliz Navidad.

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