LA PACIENCIA. EL AGUANTE CÓSMICO, UN ESPERAR QUE NO PESA (PROPUESTA DE RETIRO)

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Hay pequeñas impaciencias. Son normales. A nadie le gusta esperar. Vamos siempre tan deprisa. Para no tener que esperar nos buscamos rápidamente otra ocupación o entretenimiento: nos entretenemos con el móvil, con un libro, un periódico, hojeando una revista o leyendo un periódico… Esperar sin una distracción nos parece una tortura. Y cuando no tenemos más remedio, nos vemos obligados a vigilar nerviosos para ver si por alguna parte llega la solución.

También hay grandes impaciencias. Son aquellas que tienen que ver con el sentido de la vida, con el amor, con la fe, con la realización de nuestros sueños. Éstas suelen ser más prolongadas. A veces interminablemente prolongadas. Este tipo de impaciencia nos lleva a la desesperación, al abandono, a emprender otro camino… o incluso al suicidio.

En la vida consagrada somos testigos de las pequeñas impaciencias, frecuentemente en la vida comunitaria, en nuestros ministerios, en nuestras relaciones hacia adentro y hacia fuera.

Pero también somos testigos de los resultados de la impaciencia que genera rupturas con proyectos –que nos entusiasmaban–, que nos lleva a hacer nacer lo programado antes de tiempo, a someternos a plazos programados, y por lo tanto, a fracasos. La impaciencia en los procesos formativos, tanto iniciales como continuados, los convierte en procesos incompletos y, por consiguiente, deformantes. Las prisas son malas consejeras.

La razón de todo esto es que no tenemos tiempo para la paciencia. Pero, sin embargo, sí que tenemos necesidad de paciencia. La mayoría de las cosas que hemos de hacer necesitan paciencia y perseverancia.

La impaciencia nos cierra muchas puertas: ¡también en la vida del Espíritu! Cuando nos dejamos llevar por ella, abandonamos el seguimiento de Jesús, aflojamos el ritmo de nuestro ministerio en la misión, entramos en la mediocridad y renunciamos a soñar algo diferente. La impaciencia nos lleva a la terrible acedia.

El gran escritor cristiano Tertuliano escribió un tratado “sobre la Paciencia” y ya en la introducción confesó que no era digno de hablar de este tema “por miedo a que sus palabras se vieran contradichas por la deficiencia de sus actos”1. Algo parecido debería yo también confesar.

Dediquemos este día de retiro a la virtud de la paciencia. Y reflexionemos sobre ella en cuatro momentos: 1) La paciencia cósmica: el camino de la creación; 2) La paciencia humana: como Job ante Dios; 3) El arte y la virtud: hacia un esperar que no pesa.

 

La Paciencia cósmica: el camino de la creación

En los siglos pasados nadie pensaba que el universo tuviera historia. El gran filósofo Hegel decía: “Nunca sucede nada nuevo en la naturaleza”.

Pero en estos últimos siglos, la biología ha hecho entrar en la escena de la ciencia, la dimensión histórica. Darwin nos ha descubierto que los animales no han sido siempre los mismos. Constatamos que la superficie de nuestro globo cambia. Sabemos que los seres humanos aparecimos en el planeta hace unos tres millones de años; pero los peces aparecieron hace unos 500 millones de años. En cada una de estas apariciones, algo nuevo acontece en la naturaleza. Hay una historia de la vida sobre la tierra.

Últimamente, a comienzos del siglo XX, la observación de los movimientos de las galaxias, nos ha llevado a descubrir también la dimensión histórica del universo. Las galaxias se alejan unas de otras en un movimiento de expansión a escala cósmica. La imagen de una materia histórica se va imponiendo: hay galaxias jóvenes, galaxias maduras y galaxias ancianas.

La historia del cosmos es la historia de la materia que se despierta. El universo nace en el más absoluto despojo. Lo que había al principio no era más que un conjunto de partículas simples y sin estructura; algo así como unas bolas sobre el tapiz verde de un billar; cuando una fuerza las impele se mueven chocan entre sí. Eso sucede con las partículas cósmicas que se combinan, se asocian, elaboran estructuras arquitectónicas. Poco a poco la materia se vuelve compleja y capaz de actividades específicas.

En cada segundo el universo prepara algo, emerge una nueva complejidad. Y aunque aparezcan momentos críticos en que al parecer todo está comprometido, la inventiva del universo encuentra caminos, sale de la crisis, aunque a veces tenga que retroceder o intentarlo varias veces.

Si contemplamos la evolución biológica o el gran árbol de los seres vivientes recorremos un larguísimo camino: desde las bacterias hasta la aparición de la inteligencia humana. Y todavía nos preguntamos: ¿la vía de la complejidad se para en el ser humano? El corazón del cosmos sigue latiendo a su ritmo. El “sentido” sigue en marcha. ¿Qué maravillas insospechadas nos prepara la gestación cósmica? Los seres humanos hemos nacido de los primates. ¿Qué nacerá de nosotros? Hemos sido engendrados en la explosión inicial, en el corazón de las estrellas y en la inmensidad de los espacios intersiderales. La naturaleza es nuestra familia2.

Y a todo esto hemos llegado, estamos llegando gracias a un espectacular aguante, ¡gracias a una sorprendente y valerosa paciencia cósmica! Qué bien lo expresó Paul Valéry cuando escribió este brevísimo poema:

¡Paciencia, paciencia!

¡paciencia en el azar!

Cada átomo de silencio es la oportunidad para un fruto maduro, (Paul Valéry).

Para calentar una habitación o una casa fría se requiere un lento proceso: hasta que las moléculas del aire reciban una parte del calor que se desprende de la fuente de fuego o calor. Se requiere siempre un cierto tiempo hasta que la habitación o la casa reciba los efectos del calentamiento.

Comencemos nuestra meditación por la paciencia en el cosmos, desde nuestra perspectiva y experiencia del tiempo. Nuestra experiencia del tiempo nos lleva a intentar que todo acontezca rápidamente. Queremos obtenerlo todo “en el momento”, en “nuestro momento”. ¿Qué nos dice el proceso cósmico de la materia? Que a partir de una pequeña partícula rota y aparentemente perdida en el vacío y aturdida y, sin embargo, el juego de la creación la llevará a ser la fuente de un sorprendente y admirable cosmos, tal como no-sotros lo experimentamos hoy.

Este mundo existe porque ha existido una paciencia cósmica. Paciencia es la virtud cósmica de la creación. No hay proceso creador sin paciencia.

 

La Paciencia humana: como Job ante Dios

“Mirad cómo proclamamos bienaventurados a quienes sufrieron con paciencia (τοὺς ὑπομείναντας). Habéis oído de la paciencia de Job (τὴν ὑπομονὴν Ἰὼβ ἠκούσατε) y habéis visto el desenlace que el Señor le dio, porque el Señor es entrañablemente compasivo (πολύσπλαγχνός ἐστιν ὁ κύριος) y misericordioso (καὶ οἰκτίρμων)” (Sant 5,11).

En este texto de su carta, recogió Santiago el ejemplo de la paciencia de Job como modelo para la vida cristiana. Podemos incluso leer su carta desde la perspectiva de una exhortación a la paciencia y perseverancia.

El relato de Job admite diversas lecturas. Si fijamos únicamente la atención en el comienzo y en el final de la historia, nos encontramos con un Job que “era un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal” (Job 1,1), que fue sometido a una terrible prueba de despojo total, bajo incitación de Satán; y de este Job se dice que “en todo esto Job no pecó ni cometió necedad alguna contra Dios” (1,22), incluso cuando su mujer lo urgía a maldecir a Dios (2,9-10). Tras la prueba el paciente Job se encuentra con la recompensa: recupera todos sus bienes y es bendecido por Dios (42,10.12).

La carta de Santiago resalta “la perseverancia (hipomonen) de Job (Sant 5,11) y la compara con la paciencia (makrothymon) del agricultor que planta su semilla y espera que la lluvia la haga fructificar (Sant 5,7), o con la paciencia de los profetas “que hablaron en el nombre del Señor” y hubieron de esperar a que la palabra se cumpliera (Sant 5,10). Y, desde ese ejemplo, pide a los creyentes que, a pesar de las tentaciones, sean pacientes en el sufrimiento, fuertes de corazón (Sant 5,8.9; vv. 12-18), confiados de la intervención de Dios. También Tertuliano y otros Padres de la Iglesia propusieron a Job como modelo de paciencia y también como “el más fuerte atleta” que vence en su lucha contra Satán (Orígenes, Juan Crisóstomo): fortaleza y paciencia forman una unidad en las interpretaciones patrísticas.

A partir del siglo XIX se le dio mucha importancia al Job de los diálogos –la gran parte central del libro–. Y ahí se descubre al “rebelde”: al Job de las preguntas, al borde de la desesperación, que se hace preguntas muy serias sobre Dios, sobre el sentido de la vida.

El Jesús del Nuevo Testamento no menciona a Job. Pero, en el contexto de su último discurso escatológico ante el Templo de Jerusalén –según nos lo transmite el Evangelio de Lucas–, Jesús les dice a sus discípulos: “con vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (ἐν τῇ ὑπομονῇ ὑμῶν κτήσασθε τὰς ψυχὰς ὑμῶν)” (Lc 21,19). La paciencia les hará mantener la serenidad, el equilibrio, el autocontrol, la autoposesión. Esta “paciencia” estará unida a la promesa de la cercanía y protección especial de Jesús y de su Espíritu en momentos difíciles. Los autores del Nuevo Testamento nos hablan también de la “paciencia de Dios”, que posterga el juicio merecido y ofrece a los creyentes la oportunidad de arrepentirse. Ellos utilizan la palabra “makrothymia”3. Esa misma palabra es utilizada para hablar de la paciencia que se requiere en nosotros para esperar el cumplimiento de las promesas de Dios4.

“Hermanos míos: considerad una gran alegría el estar cercados por toda clase de pruebas, sabiendo que vuestra fe probada produce la paciencia (ὑπομονήν). Pero la pa-ciencia (ἡ δὲ ὑπομονὴ) tiene que ejercitarse hasta el final, para que seáis perfectos e íntegros, sin defecto alguno” (Sant 1,2-4).

“Deseamos vivamente que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin el mismo empeño por alcanzar la perfección de la esperanza, de modo que no os volváis perezosos, sino que imitéis a los que heredan las promesas mediante la fe y la paciencia (μακροθυμίας)” (Heb 6,11-12).

El poder de la paciencia es un poder que trabaja. Cuando la fe tiende a tambalearse, es la paciencia la que viene a socorrer a la fe. El poder de la paciencia es necesario para proteger la fe. Fe y paciencia son como dos poderes gemelos que se apoyan mutuamente. La paciencia sin fe nada puede. La fe es la sustancia de las cosas que esperamos. La paciencia sin fe no tiene sustancia. Por otra parte, la fe sin paciencia fallará muchas veces. Jesús le dijo a Pedro que tenía que orar para no caer en tentación.

El arte y la virtud: hacia un esperar que no pesa

La paciencia no se identifica con la espera de aquella que está en nuestras manos esperar. ¿Esperar el futuro que depende de nosotros? ¡Es arriesgado! Porque siempre algo puede fallar. ¿Esperar el adviento, el porvenir prometido, que no depende de nosotros? En eso consiste el riesgo de la fe. Y siempre hay que arriesgarse por algo que merezca la pena.

La verdadera paciencia nada de una confianza inconmensurable en nuestro Dios, en las promesas de Jesús, en la acción misteriosa e imprevisible del Espíritu. La paciencia es la compañera inseparable de la fe y de la esperanza. Nietzsche también nos dice que es la compañera del amor.

Las cosas pequeñas requieren paciencia: ¿cómo podríamos mantener una conversación si no tuviéramos la capacidad de esperar a que el otro nos hable? En la cultura del movimiento, de la rapidez, todo nos parece lento: una sala de espera, una fila, un botón para que algo se ponga en movimiento…

Las cosas grandes, las grandes empresas, también requieren paciencia. Los procesos más complejos solo se desarrollan a lo largo del tiempo. Pensemos en los que construyeron las grandes catedrales medievales. Nunca la generación que las inició las vio culminadas. Trabajaban en ellas una generación y después otra y quizá fue otra la que la inauguró. Lo que nos puede parecer un fracaso, no lo es a largo plazo.

Se nos dice que fue la impaciencia, la que arrojó a nuestros padres del Paraíso. Eva no supo esperar, ni tampoco Adán (Gen 3,6); ¿y esperar qué? El libro del Apocalipsis nos dice que al final, los seres humanos tendrán derecho a tomar los frutos del árbol de la vida: Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y entrar por las puertas de la ciudad (Apc 22,14).

La impaciencia nos lleva a despreocuparnos de las cosas, a no cuidarlas. Sin embargo, la paciencia es el único fundamento sobre el cual podemos hacer que nuestros sueños se hagan realidad. San Gregorio Magno decía que la paciencia es “la raíz y la guardiana de todas las virtudes”5. Pero esperar pacientemente ¿es siempre virtud? ¿es bueno esperar en vano? Es cierto que no siempre la paciencia es virtud. Solo en determinados momentos y para ciertas cosas.

Kafka y Nietzsche descubren la conexión existente entre paciencia y amor. Según Kafka el amor abate las barreras del yo, que –movido por el miedo– rechaza aceptar y soportar el mundo tal cual es y no tal cual yo quiero que sea. Dado que nosotros no controlamos el mundo, al menos no en gran parte, cualquier expectativa egocéntrica debe ser superada. En cambio, hemos de aprender a aceptar pacientemente los desafíos y las tareas que la vida pone delante de nosotros, e incluso amarlas tal como son y vienen, si queremos vivir bien6.

Según Nietzsche tenemos que aprender a ver lo que es bello en el mundo y amar al mundo y a nosotros mismos (nuestro destino, tal como es), si queremos evitar ser consumidos por la fealdad y vernos sobrecargados o bien por la deshonestidad o por una nimia autoindulgencia de ilusiones escapistas7. Buscar lo que es bueno, reconocerlo, agarrarnos a ello, todo esto es el trabajo de la paciencia.

La paciencia es una virtud que ha de ser aprendida, ejercitada. Lo decía muy bien Vaclav Havel: “Yo creo que hemos de aprender a esperar igual que aprendemos a crear. Tenemos que sembrar pacientemente las semillas, regar asiduamente la tierra cuando ellas han sido sembradas y darles a las plantas el tiempo que es propio de ellas. Uno no puede engañar a una planta como tampoco uno puede engañar la historia. Pero uno sí puede regarla. Pacientemente, cada día. Con comprensión, con humildad, pero también con amor”8.

Se trata, obviamente, de un esperar paciente, no impaciente, ni aburrido, ni violento. La paciencia no es pasividad; requiere ser ejercitada. Uno tiene que demostrar ante las dificultades paciencia. La aceleración de nuestra sociedad hace tedioso el esperar. En la cultura del dinero y de la rapidez, esperar es perder tiempo. Theodor Adorno decía que “la verdad misma depende del tiempo, la paciencia y la perseverancia de entretenerse con lo particular”9.

“La impaciencia nos destruye”. La mayoría de las cosas significativas que hacemos requieren tiempo. Todo esfuerzo y todo cambio es un proceso, como la vida misma. El crecimiento, por su naturaleza, requiere tiempo y consiguientemente pide paciencia, atención plena para promover el auténtico cambio y desarrollo en nosotros y en los demás. La persona paciente no es solo alguien que espera que las cosas pasen. Más bien, la paciencia es una fuente interior de la mente que nos capacita para guiarnos a nosotros mismos y a los demás en un camino con sentido en todo aquello que pretendemos. Por eso, la paciencia debe ocupar un lugar central entre las virtudes.

Joseph Kupfer en un artículo titulado “cuando esperar no pesa: la virtud de la paciencia” define la paciencia como “la disposición a aceptar retrasos en satisfacer nuestros deseos, retrasos que provienen de las circunstancias o de los mismos deseos”10. A quien le falta humildad –en especial gente positivamente arrogante– le resulta difícil comprender que otros puedan fallar en ofrecer un servicio sin error a sus propias necesidades y deseos. A la persona arrogante le cuesta comprender y aceptar que ella no es de ninguna forma más importante que los demás y que las equivocaciones son propias de los seres humanos.

Nosotros vivimos en un espacio de temporalidad limitado. Cuando somos niños, somos muy impacientes, pero pasivos. Cuando somos jóvenes nos convertimos en pacientes activos. Cuando somos adultos y vamos envejeciendo surgen otros tipos de impaciencia, en los cuales frecuentemente nos acusamos a nosotros mismos de nuestros límites, pues queremos y no podemos. Respecto a los demás no tenemos impaciencia, porque nos habita frecuentemente, una falta cada vez más notable de esperanza.

La paciencia es una virtud conectada con la esperanza. Paciencia es nuestra reacción ante la esperanza, a pesar de todos los obstáculos y contradicciones. Paciencia es esperar padeciendo.

 

Lectura de la Palabra de Dios

Dedicar un tiempo a la lectura del libro de Job o a la carta de Santiago.

Examen personal a partir de esta reflexión sobre “mi paciencia” y “mis impaciencias”. Concluyéndolo con una oración.

 

1 Tertullian, Of Patience, en Ante-Nicene Fathers, Ed. A. Roberts, J. Donaldson, and A.C. Coxe, trans. S. Thelwall (Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1895), vol. 3. http:/www. newadvent.org/fathers/0325.htm.

2 Ideas escogidas de Hubert Reeves, Patience dans l’azur. L’évolution cosmique, Ed. Seuil, París, 1988.

3 “¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia (τῆς μακροθυμίας) y longanimidad, y no sabes que la bondad de Dios te lleva a la penitencia?”, (Rom 2,4). “Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder, soportó con mucha paciencia (ἐν πολλῇ μακροθυμίᾳ) las vasijas de ira preparadas para la perdición”, (Rom 9,22); “Pero por eso he alcanzado misericordia, para que yo fuera el primero en quien Cristo Jesús mostrase toda su paciencia (τὴν ἅπασαν μακροθυμίαν), y sirviera de ejemplo a quienes van a creer en Él para llegar a la vida eterna”. (1Tim 1,16).

4 “Deseamos vivamente que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin el mismo empeño por alcanzar la perfección de la esperanza, de modo que no os volváis perezosos, sino que imitéis a los que heredan las promesas mediante la fe y la paciencia (διὰ πίστεως καὶ μακροθυμίας)” (Heb 6,12-12).  Abraham, “esperando con paciencia (μακροθυμήσας), alcanzó la promesa” (Heb 6,15).

5 Gregory the Great, Forty Gospel Homilies, trans. D. Hurst (Piscataway, NJ: Gorgias Press, 2009), 305. See also Tertullian, Of Patience and Augustine, On Patience in Nicene and Post-Nicene Fathers, First Series, Ed. Philip Schaff, trans. H. Browne, (Buffalo, NY: Christian Literature Publishing Co., 1887), vol. 3. http://www. newadvent.org/fathers/1315.htm.

6 Franz Kafka, The Zürau Aphorisms, trans. Michael Hoffmann (London: Harvill Secker, 2006), §3.

7 Matthew Pianalto, Nietzschean Patience, en “The Journal of Value Inquiry” 50, n. 1 (2016).

8 Vaclav Havel, Planting, Watering, and Waiting, New York Times, November 13, 1992, accessed July, 6, 2012, http://www.nytimes.com/1992/11/13/opinion/ 13ihtedva. html.

9 Theodor Adorno, Minima Moralia, trans. E.F.N. Jephcott (London: Verso, 2005), 77.

10 Joseph H. Kupfer, When Waiting is Weightless: The Virtue of Patience, The Journal of Value Inquiry 41, n. 2-4 (2007), 265.