La segunda carta a Timoteo nos da la clave para interpretar el sentido de la Palabra de Dios de la que se nutre la vida consagrada: “Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena” (2Tim 3,16-17). Con Jesús aprendemos a explorar las muchas virtualidades de la Palabra.
Bonifacio Fernández, CMF
Jesús hace discípulos. La autoridad y el atractivo de su Palabra son resaltados de múltiples maneras. “Quedaron asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad” (Lc 4,32). Su Palabra produce admiración, estupefacción y asombro. Da mucho que hablar. Suscita interrogantes: “¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen” (Lc 4,36). “Quien tenga oídos que oiga”. El Evangelio nos recuerda que Jesús en su misión histórica “hace hablar a los mudos y oír a los sordos” (Mc 7,31-37). Su Palabra tiene la fuerza y la frescura del profeta del Dios vivo (Mc 8,28; Mt 21,11.46; Lc 7,16.39; 13,33; 24,19).
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