viernes, 29 marzo, 2024

LA NECESARIA ATENCIÓN A LOS TRAYECTOS DE LOS JÓVENES CONSAGRADOS

Los jóvenes necesitamos propuestas fundantes, no actividades para consumir

Guillermo Rejas Thomas, Misionero Redentorista. 27 años, de Madrid. Redentorista desde el año 2012. Está viviendo su año de pastoral en Zimbabue

¿Qué es lo más atractivo de tu vida en tu congregación?

Creo que lo más atractivo que tenemos los Redentoristas es la misión o, más propiamente hablando, nuestro estilo misionero: itinerante, sencillo, alegre…destinado a los más abandonados (pobres, jóvenes, personas desencantadas con la Iglesia), a aquellas personas a las que la Iglesia no ha sabido llegar con su mensaje. Estoy convencido de que la misión, nuestra forma de anunciar a Cristo, es lo más bonito que tenemos, es lo que más provoca y seduce, y es lo que –como misioneros– nos convoca a vivir en comunidad.

¿Son los carismas imposibles para esta cultura?

No creo en absoluto que los carismas sean “imposibles” para la cultura de hoy en día. Los carismas son el ADN de cada instituto religioso, representan su más auténtica identidad y responden a su razón de ser o sentido en la tierra.

Siento que actualmente  pretendemos conservar nuestros carismas como si fueran estructuras a mantener intactas, libres de todo cambio y, en ocasiones, impermeables a las necesidades de la sociedad. Creo que los carismas, precisamente por ser tales, son dones de Dios para responder a necesidades concretas de la cultura y el tiempo y, por tanto, deberían ser dinámicos, en constante evolución, búsqueda y renovación, siempre dispuestos a reinventarse para seguir siendo respuesta de Dios al hombre de hoy. Es quizás en ese dinamismo donde la vida religiosa se ha podido quedar un poco estancada. No estamos sabiendo encontrar nuevas formas de ser respuesta a las necesidades del hombre de hoy.

¿Dónde crees que deberíamos incidir más para conectar con los jóvenes, sus esperanzas y necesidades?

Creo que nuestro principal problema hoy es doble: el lenguaje que usamos y la imagen que damos.

Por un lado, tengo la sensación de que el lenguaje que usamos en la Iglesia es muchas veces un lenguaje obsoleto, caduco, que no suscita preguntas, no provoca ni genera inquietud. Más aún, me temo que muchas veces nos empeñamos en emplear palabras extrañas, confusas, difíciles de entender, muy abstractas, que no hacen más que complicar el mensaje de Jesús al hombre y provocar una distancia con los jóvenes. Creo que –como Iglesia– debemos iniciar un proceso de búsqueda y renovación en nuestras formas de comunicarnos en las que, sin perder la esencia de lo que queremos transmitir, seamos capaces de encontrar una vía eficaz, sencilla y actual de transmitir el mensaje de salvación.

Por otro lado, y también un poco de la mano de lo recién expuesto, creo que otro punto a trabajar como Iglesia es la imagen que damos. Me parece que en nuestra sociedad actual el contenido entra por la imagen y, por muy bueno que pueda ser, si la imagen es desagradable, difícilmente se va a aceptar dicho contenido.

Creo que hoy en la Iglesia nos pasa un poco esto. Somos conscientes de que tenemos el mejor contenido posible: el mensaje de salvación de Jesucristo. Somos conscientes de la fuerza que tiene dicho mensaje, pero la imagen que damos resulta poco atractiva. Siento que nos hemos empeñado en dar una imagen de la vida en la Iglesia como muy feliz, muy genial y, en ocasiones, terminamos generando algo artificial, cuando quizá nuestros esfuerzos deberían dirigirse a mostrar una Iglesia normal, formada por gente normal, que estudia, trabaja, hace deporte, se divierte, tiene momentos mejores y otros peores… pero, sobre todo, normal.

¿Crees que la congregación está dispuesta a hacerse posible para una persona joven?

Es una pregunta un poco compleja de responder, pues depende de la franja de edad que tengamos en cuenta.

Por un lado, estoy convencido que, en líneas generales, toda la institución es consciente del gran esfuerzo que debemos hacer por trabajar con los jóvenes, que ellos son el presente y futuro de la Iglesia y que, por tanto, deben constituir una de las  prioridades de una congregación en particular y de la Iglesia en general. Pero, al mismo tiempo, siento que esta preocupación no es abordada de la misma forma por todos los miembros de la congregación

A los miembros mayores, por lo general y lógicamente, les cuesta más comprender los procesos de los jóvenes, sus inquietudes, sus tiempos… lo que hace que, aún sabiendo de la importancia del trabajo con jóvenes, terminen dejando todo el trabajo en manos de los miembros más jóvenes de la congregación, declarándose, en ocasiones, no aptos para trabajar con ellos.

Al mismo tiempo, este sector de mayor de edad en la institución es al que, también con cierta comprensibilidad, le cuesta más afrontar todo el tema de cambios, de actualizaciones, modernizaciones y demás. A veces mantienen una postura del “siempre se ha hecho así” o “eso nunca se ha hecho” que dificulta mucho cualquier tipo de iniciativa con jóvenes. Finalmente, también podríamos señalar en este sector “mayor” de la institución, si bien en menor cantidad, aquellos miembros que mantienen una actitud negativa o pesimista con respecto a los jóvenes; serían todos esos miembros que ven a los jóvenes como una amenaza a la estructura que estos miembros han conocido y que la pretensión que mantienen es que los jóvenes se amolden a sus esquemas y dinámicas, y no al revés, que el religioso se adapte a las necesidades del joven de hoy.

Por otro lado, estaría el sector joven de la institución, numéricamente inferior al anterior grupo señalado, pero con nuevas ilusiones, ganas y motivación de trabajar en la pastoral juvenil. El peligro que tiene toda fracción joven de una institución es el de “correr demasiado”, el de pretender hacer cambios rápidos y grandes sin tener en cuenta el sentir y parecer de los demás miembros integrantes de la comunidad o de la congregación.

De ahí que me cueste dar una respuesta clara y concisa a esta pregunta, pues, en teoría, sí creo que haya una preocupación por ofrecerse a los jóvenes, sí siento que haya un compromiso fuerte con los jóvenes y sus inquietudes, pero me parece que, a la hora de tomar decisiones, la estructura institucional no se mueve con tanta agilidad o rapidez como la sociedad juvenil demanda.

¿Consideras adecuada la pastoral «con los jóvenes» que estamos realizando?

No, no creo que sea la pastoral más acertada. Me explico. Por un lado, tengo la sensación de que, a los jóvenes que ya están comprometidos, los que propiamente  tienen una vida de fe, les ofrecemos un montón de actividades, especialmente en verano –aunque también durante el año– para llenar su tiempo de cosas, de propuestas, iniciativas… sin embargo, a la hora de ofrecer algo que se convierta en una verdadera experiencia fundante, central y transformadora de su vida, algo que toque su corazón y lo cambie, nuestro repertorio se reduce mucho.

Quizá invertimos demasiados esfuerzos, personal y capacidades en generar jóvenes que consuman un montón de experiencias sin ser capaces, sin embargo, de ofrecer un verdadero encuentro fundante con Jesucristo.

Además, tengo la sensación de que seguimos preocupados por hacer una pastoral de números, cuantitativa y no cualitativa o de calidad. Seguimos pensando“a lo grande”, programando actividades pensadas para muchas personas, con muchos participantes… cuando la realidad es que, por lo general, la presencia de los jóvenes hoy en día en la Iglesia está disminuyendo.

Tendemos a caer en un activismo con el que pretendemos atraer a más y más personas, sin haber hecho antes un momento de reflexión de cómo volver a ser significativos, teniendo en cuenta que nuestra realidad es cada vez más “in-significativa” (en el sentido de menor personal, menor presencia, etc).

Finalmente, me cuestiona mucho la pastoral que ofrecemos a los jóvenes que no son cristianos, es decir, dentro de todo ese amasijo de ofertas que tenemos, me da la sensación de que todas son para jóvenes que, de una forma u otra, ya forman parte de la vida de la Iglesia, tienen cierta sensibilidad, participan en alguna medida… pero a la hora de pensar en las iniciativas que tenemos con los jóvenes alejados de la Iglesia… nuestra oferta es muy limitada.

Parece que esperamos más que los jóvenes vengan a nosotros y a llamen a nuestra puerta que salir a su encuentro.

¿Qué significan en tu vida palabras como: solidaridad, amor, soledad, oración, amistad?

Me resultan palabras muy comprometedoras si nos atrevemos a vivirlas con pasión e intensidad y formas muy sutiles para hablar de manera implícita de Dios.

La solidaridad la entiendo no como el simple y, a veces, cruel sentimiento de lástima con el menos favorecido, sino como el compartir sentimientos, esperanzas, frustraciones, tener unidad de criterios y objetivos, sentir con un mismo corazón.

El amor, como la clave para hablar del Dios cristiano. Palabra tremendamente significativa y universal, que se convierte en un gran desafío si se vive en transparencia y honestidad. Creo que, como vida religiosa, nuestra común vocación pasa por la de mostrarnos como personas que nos sentimos profundamente amadas por Dios y que mostramos o compartimos ese amor con los demás.

Soledad. Me gusta pensar en la soledad como algo positivo, no tanto como el hecho de no tener a nada ni nadie a mí alrededor, cuanto como la oportunidad de tener un tiempo para encontrarse con uno mismo, hacer silencio, pararse a pensar. Aunque también reconozco que es uno de los puntos delicados de la vida religiosa y que quizá más miedos suscitan, el sentirse solo aún viviendo con personas, no comprendido o escuchado…

La oración como el motor central de mi vida que ayuda a dar significado a todo lo que hago. Oración como algo que inquieta, que me mueve a no acomodarme, a analizar con transparencia mi relación con Dios y los demás. Oración también como momento de escucha, de Dios y de mis inquietudes, momento para poner corazón y sentido en mi apostolado.

Finalmente, tengo la profunda convicción de que la amistad es uno de esos pilares indispensables de la vida de toda persona; lejos de sentir que mi opción vocacional me ha alejado de mis amigos, siento que ha llevado la relación de amistad a otro nivel, más profundo, con menos momentos de encuentro y de compartir, sí, pero también con una mayor madurez y lucidez. Considero realmente importante para mi vida y vocación los amigos que tengo, ellos se erigen en apoyo e ilusión y no alcanzo a comprender la persona que soy hoy día de no ser por tenerlos a mí alrededor

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