Tenemos que crear espacios conjuntos, jóvenes y mayores, para entender por dónde van las cosas…
Juan Manuel Martínez Corral,Orden de Predicadores. 37 años. Gorafe (Granada). Dominico desde hace siete años. Ordenado sacerdote el 24 de mayo de 2019. Estudia la licenciatura en Teología de la VC en el ITVR.
Para ti, ¿qué es lo más atractivo de tu vida en tu institución?
En la Orden de Predicadores he distinguido un sello particular que me atrae y en el que intento implicar mi vida como fraile. La Predicación del Evangelio tiene una esencia más profunda que la de preparar solo una homilía: se trata de predicar con la vida, y antes, de hacer silencio para poder captar los sonidos de un mundo que grita para que se implante la justicia y la compasión. Llevar la Palabra de Dios a todos de una manera distinta, rumiada, orada, comprometida, coherente, se parece al sueño de la beata Juana de Aza, madre de Santo Domingo, quien estando embarazada de él, sintió que en su vientre tenía un cachorro que prendía fuego a un mundo que parecía aletargado. Por ahí quiere encaminarse la esencia de una verdadera Predicación: como ministerio de salvación, centrado en el testimonio, apoyado en la gracia que proviene de Dios y en la fuerza que contiene la Palabra misma, con capacidad para despertar, provocar en el que escucha una reacción de alegría y esperanza que lleva el sello dominicano.
¿Son los carismas imposibles para esta cultura?
El carisma refleja la frescura de la presencia del Espíritu Santo como regalo y riqueza insondable de la gracia al servicio de la Iglesia, abierto al bien común social, a la renovación, a la construcción, utilidad y edificación del Pueblo de Dios. Ese reflejo del don del Espíritu nos configura interiormente con Cristo. La gracia del carisma traspasa con su luz, su inspiración y su fuerza para poder hacer una lectura de los signos de los tiempos, del Evangelio de Jesús y al Jesús del Evangelio de una manera original.
Los carismas no son imposibles de vivir en la sociedad actual, ni para la cultura presente, sino que están al servicio de ella para poder ser expresados, renovados, compartidos, profundizados, custodiados, interpelados para que de esta manera se siga transmitiendo la frescura y la presencia resucitadora del Espíritu Santo, siempre nueva.
¿Dónde crees que deberíamos incidir más para conectar con los jóvenes, sus esperanzas y necesidades?
Para conectar con los jóvenes de hoy lo primero que deberíamos hacer es un ejercicio de escucha. En este mundo, que ha perdido ciertos cimientos y donde parece que todo es superfluo y líquido, se despiertan una serie de interrogantes en lo más profundo de su identidad y que afectan al ocio, el consumo, las pertenencias, la realidad virtual, los amores y desamores…
La búsqueda de sentido es algo esencial a la condición humana y tarde o temprano toca a cada realidad concreta, incluso en esta sociedad tecnológica y de lo inmediato. Por tanto, deberíamos incidir en prestar un código asequible, un lenguaje que pueda encarnar y actualizar la verdad de Cristo para su mundo, en su lógica, para entender el sentido que la juventud da a la existencia en la que inserta su identidad.
La sociedad se presenta como algo inestable en la que cada uno puede presentarse expresando una identidad del “todo vale para mí”, donde parece que todo se evapora o tiene cabida. La cuestión es que no podemos agrandar la distancia entre los jóvenes y la experiencia que aportan las generaciones mayores. Debemos, por tanto, crear espacios conjuntos en los que nos podamos escuchar, decirnos las cosas con cierta crítica para analizar y evaluar lo que ocurre; y lo que ocurre es que están cambiando una serie de valores, de formas de pensar y actuar, los actores de la historia y con ellos el guión… pero el escenario no puede ser el mismo, ni las respuestas las mismas, sino que juntos debemos caminar para dar respuestas a esas necesidades y esperanzas.
¿Crees que la institución está dispuesta a hacerse posible para una persona joven?
Fr. Vicente de Couesnongle, uno de los Maestros de la Orden de Predicadores, dijo hace años: “el predicador, en el anuncio de la Palabra eterna de Dios, debe ser “contemporáneo” de aquellos a quienes se dirige”. Me parece que la cita es clave para responder a la pregunta. No solo la institución, sino que los consagrados y las consagradas deben hacer un esfuerzo, un reciclaje que les permita ser contemporáneos de la cultura en la que viven, saber discernir los signos de los tiempos, escuchar y saber qué clase de voces despierta la juventud actual; de lo contrario se darán formas, normas, que asfixian o que no responden a las demandas de los jóvenes, o de la sociedad en general.
La institución en cada momento debe ir dando respuesta a las expectativas de los jóvenes que llaman a sus puertas, también a los interrogantes y a los problemas que están en ebullición en la sociedad: no puede estar encerrada en sí misma, pues somos vulnerables con ellos. Debe anunciar a Dios en el tiempo, en la cultura, en el lenguaje actual, abrir nuevos caminos que provoquen una transformación ante los acontecimientos actuales en clave de Reino de Dios y acompañar proyectando hacia el futuro.
¿Consideras adecuada la pastoral «con los jóvenes» que estamos realizando?
Acompañar a los jóvenes ha sido siempre un desafío, pues nos exige hacer camino con ellos, como compañeros e iguales, para que pasen de ser meros espectadores a que sean capaces de involucrarse en el escenario de su propia vida. Ellos mismos han de ir descubriendo cómo Cristo sale al camino, es un acompañante amigo que impregna sus vidas de sentido, amor y plenitud.
Si la pregunta intenta llevarnos a las cifras de esa “adecuada” pastoral que estamos realizando, podemos decir que nos sobran sillas en muchas de las propuestas que planteamos, pero a la vez tenemos grupos de jóvenes muy comprometidos por profundizar en su identidad cristiana. Nosotros sembramos ya les tocará a otros recoger la cosecha de esa siembra. El problema para mí es qué podemos hacer o qué códigos emplear para acercarnos a todos aquellos jóvenes o no tan jóvenes para quienes el mensaje del Nazareno no es relevante en sus vidas. ¿Qué tendría que hacer la vida religiosa hoy para ser aguijón escatológico y profético que anuncie las claves de la resurrección a los más jóvenes?
Andamos buscando la varita mágica que dé solución a muchos de los problemas e interrogantes que nos está demandando esta sociedad que parece que anda de espaldas a Dios, pero que es crítica y necesita respuestas que tienen que nacer de propuestas evangélicas rumiadas, con los pies firmes en la tierra, pero apuntando directamente a Cristo.
¿Qué significan en tu vida palabras como: solidaridad, amor, soledad, oración, amistad?
Son palabras fundamentales dentro del seguimiento a Cristo, en cualquier vocación cristiana. Todas ellas adquieren un significado a la luz de la opción libre de seguir a Jesús de Nazaret. De alguna manera fecundan, nutren y vertebran el día a día de la consagración religiosa en relación con Dios y con el prójimo. Son el termómetro que hace ver realmente la profundidad, la entrega, la coherencia de vida que llevas, y la señal que perciben los demás de que Cristo y su vivencia ha calado en lo más profundo de tu ser.
En la Orden de Predicadores hay un adagio clásico: “contemplar para dar a los demás los frutos de la contemplación”. Si contemplamos el misterio de Cristo, la profundidad de su entrega por amor al género humano (“nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” dice Jn 15, 13), entonces no podremos hacer otra cosa que llevar a los demás esa experiencia que nos ha transformado, y lo hacemos precisamente dando vida a la cadena de palabras que aparecen en el enunciado.
Contemplamos el misterio del amor de Dios en la oración, en los momentos que tenemos de silencio y encuentro personal con Él, con su Palabra que nos interpela y nos llena. Ese paso contemplativo nos lleva a una fecundidad evangélica, que se expresa después en la amistad y en una solidaridad comprometida con los otros.