Nos alegra escuchar al Sínodo en estos términos y nos pone en alerta para que la renovación siga adelante. Los jóvenes lo han pedido y los obispos han dado el visto bueno a esta posibilidad, reconociendo que la liturgia debe cambiar y que la música y el arte son dos herramientas necesarias para el cambio. Es llamativo que en algunas comunidades siga resultando escandaloso utilizar instrumentos eléctricos o amplificados para la celebración de la eucaristía dominical o del matrimonio, por ejemplo, y se siga ofreciendo como única alternativa la música de órgano barroca, clásica o, en los casos más permisivos, el uso de la guitarra y el cajón acompañando melodías postconciliares. No dudamos de la calidad y de la maravilla estética de las liturgias que se sirven de los instrumentos antiguos o de la música religiosa barroca, clásica o postconciliar. Tenemos, sin embargo, serias dudas sobre el impacto de dicha liturgia para la gente de hoy. Si las partituras para órgano, las melodías de Palazón o la música de Brotes de Olivo fueron nuevas en su momento, ¿por qué no dar espacio y recursos a los artistas jóvenes para que busquen con creatividad el modo en que puedan celebrar con mayor hondura el misterio de la fe desde una estética renovada?
Necesitamos arte y música de hoy que vuelva a conectar a los jóvenes con Dios, quienes “tienen el deseo de una liturgia viva, auténtica y alegre” como ha manifestado el Sínodo. Ese deseo pasa, necesariamente, por escuchar y acoger las nuevas propuestas artísticas que nos hablan de una estética urbana contemporánea y que nos acercan a otros recursos como la danza, la interpretación o los nuevos instrumentos electrónicos. Será nuestra tarea encontrar el equilibrio entre la novedad artística que renueva la liturgia y la elegancia propia que requiere el misterio que se celebra para que las palabras del Sínodo no caigan en el olvido.