La cita es de Santiago, 2,13. Más ampliamente, dice: “Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio”. Siempre me ha intrigado esa resistencia tan generalizada a usar de la misericordia, a tener un corazón compasivo, “lento a la ira y rico en piedad”, como ya el Antiguo Testamento se refiere a Dios. Leyendo el extraordinario libro de Walter Kasper, “La Misericordia”, valorado y alabado por el papa Francisco, me he encontrado, en sus primeras páginas, esa reticencia tan universal no sólo a “ser misericordioso”, sino incluso a hablar de la misericordia, como clave bíblica insoslayable, por parte de muchos cristianos, incluso del Magisterio eclesiástico. Kasper llega a decir: “En cuanto se intenta llevar a cabo tal indagación (de la misericordia), uno realiza la asombrosa, más aún, alarmante constatación de que este tema -fundamental para la Biblia y de actualidad para la experiencia contemporánea de la realidad- sólo ocupa, en el mejor de los casos, un lugar marginal en los diccionarios enciclopédicos y manuales de teología dogmática” (p.19).
¿A qué se debe esta ausencia tan “alarmante” en la teología al uso, incluso hasta en buena parte del Magisterio de los obispos y en la homilética de los sacerdotes? Pero es cierto que la misericordia no parece una palabra -ni peor aún, un contenido- “políticamente correcto”. ¿Habla alguien de misericordia en los medios de comunicación, o en las sempiternamente presentes con rango de autoridad suprema “redes sociales”? Pero la ausencia, olvido, postergación, silenciamiento, es mucho más hondo; ¿cuántas veces nos mostramos duros e intransigentes con los desvaríos ajenos, reales o imaginarios; con “los distintos”? ¿cuántas veces no hemos dicho que ‘el que la hace la paga’? ¿cuántas no hemos recordado que ‘cada uno tiene su merecido’ o que ‘cada santo aguante su vela’ o que ‘eso de perdonar es para espíritus débiles, flojos, blandengues‘? ¿no existe todavía hoy un número no despreciable de gente que apuesta por la pena de muerte y no por una justa reclusión carcelaria orientada a la reinserción, el arrepentimiento y la re-inclusión social? ¿cuántas veces no nos sentimos justicieros, Robin Hood, Batman, Superman o uno de los cuatro mosqueteros? ¡Somos ágiles en condenar sin juzgar, en castigar sin conocer qué pasa en el corazón de quienes han cometido errores, incluso grandes y terribles delitos! ¿Tendrá esto algo que ver con ese obstáculo secular que hubo en el cristianismo, -y seguramente en otras religiones- de auspiciar la “dimensión” de Dios como Juez omnipotente postergando la imagen -más bíblica y sobre todo más en el imaginario religioso de Jesús- de un Dios misericordioso, perdonador, comprensivo, incluyente y no excluyente? ¿Cuántas veces nos dirigimos al Dios ominipotente en nuestras eucaristías y cuántas al Dios misericordioso?
Tengo la sensación de que adoptando posturas rígidas, incluso legales y hasta justas, ciertamente legales, siendo martillo inclemente de todos los pecados ajenos, incapaces de comprender el alma atormentada de otros muchos, experimentamos una absurda, infantil, ingenua compensación por nuestros propios delitos y errores. Algo así como si condenando sin juicio previo al presunto delincuente me exonero de mis propias culpas, descargo el pesado fardo de mis propias miserias, tan íntimas, tan privadas, tan celosamente maquilladas y enmascaradas. Demonizando al otro me desdemonizo psicológicamente yo. Si aplico el castigo y la pena más elevada al otro es porque yo no soy como el, no soy tan malo como en el fondo -quizás muy en el fondo- me considero a mí mismo. Porque nos da pánico ser culpables y reconocer nuestra masa herida y nuestro cainismo genético. Quizás nos han culpabilizado excesivamente desde muy pequeños. Todavía hoy seguimos pidiendo perdón a coro por el pecado original de un tal Adán y una tal Eva. Y todavía hoy seguimos sintiéndonos responsables de la muerte de Jesús en cruz: mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. “¿Quién comió de la manzana maldita? Yo no he sido, Señor, ha sido otro…”
“Pero habrá un juicio sin misericordia para quien no tuvo misericordia”, insiste Santiago.