Jesús en la Última Cena bendice la mesa. Y la Eucaristía es también eso: la bendición de la mesa. En el centro de la celebración está la Palabra, la primera mesa. Y ahí está la escena eucarística: la mesa del pan y el vino que se convierten en vida. En torno a estas mesas comprendemos lo que Jesús ha hecho por nosotros y lo que nos pide a cada uno. ¿Qué es una mesa? Una mesa es más que una mesa: es una extensión del cuerpo; es la experiencia de la hospitalidad de Dios; es la inmersión en el don; es la aventura de la fraternidad que somos capaces de construir unos con otros. Jesús se ofrece como alimento para que nuestra vida sea transformada por su misma vida, por esta presencia divina de amor. El altar nos enseña así el arte de construir la comensalidad, de construir la relación, la existencia compartida. La Eucaristía nos revela el significado de las otras mesas.
Bendigamos la mesa. La mesa que es la continuación natural de nuestra propia vida. No hay mesa sin regalo. No hay mesa que se abra sin un corazón que se entregue, sin una vida ofrecida, reaprendida, entregada, transmitida a los demás. La mesa comienza siendo la imagen de ese alimento esencial que refleja el cuidado ancestral de la vida misma. Nuestra primera mesa fueron los brazos de nuestra madre o el regazo de nuestro padre. La mesa es esto: una verdadera expresión de cuidado. Por eso, siempre será un lugar al que volveremos.
Una y otra vez nos sentamos a la mesa. Comidas banales, apuradas, apresuradas, que no quedan en nuestra memoria pero que luego, en su conjunto, se convierten en nuestra biografía, en la savia que nos nutre. Porque estamos hechos de vida común, de vida ordinaria, de esa fidelidad permanente, repetida, mantenida. Pero la mesa también muestra lo extraordinario: cuando hay, por ejemplo, un banquete, abrimos la mesa. Y la mesa, en su brillo, en su exceso, en su oro, se convierte en un lugar donde experimentamos un sabor aún mayor que el habitual. La mesa dialoga con la búsqueda profunda del bien, la verdad y la belleza que cada uno de nosotros está llamado a realizar.
Bendigamos, pues, la mesa. Tengo una amiga que vive sola. Y un día me confió: «Es cierto que solo hay una silla en mi mesa, pero no hay una sola vez que me siente y no diga esto: ‘la mesa es comunidad’. Incluso cuando comemos solos, no estamos solos. La mesa es un vínculo, un horizonte y un motor de comunidad.