La llama vacilante

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Confieso que cada año me emociona la imagen de cómo la fuerza del Cirio Pascual es capaz de iluminar un templo a oscuras, cómo la suma de pequeñas llamas refleja esa “fuerza de lo escondido” que no acabamos de creernos en lo cotidiano y cómo lo más importante de nuestra vida lo recibimos unos de otros en una “cadena contagiosa” capaz de encendernos por dentro.

En fin, que ese momento me gusta especialmente pero parece que en la parroquia han llegado también los recortes presupuestarios y anoche, en la Vigilia Pascual, me tocó una vela que debía estar viviendo su tercera o cuarta Vigilia. El caso es que, por más que lo intentaba no había forma de encenderla y, cuando conseguí que el trocito de mecha que tenía se prendiera con una minúscula llama… no llegó al pregón pascual. El caso es que estuve pensando que también ésta era una bonita imagen para empezar a celebrar al Resucitado, a Aquél que, según Isaías, “el pabilo vacilante no lo apagará” (Is 42,3). Mientras hacía equilibrios por intentar proteger mi llamita, pensaba en la cantidad de personas en las que tampoco acaba de prender la luz de la fe. El cuidado y el mimo por evitar que nada ajeno la apagara, los esfuerzos por conseguir rescatar un milímetro más de cabo, los repetidos intentos por volver a encenderla de nuevas formas sin darme por vencida… a algo así tendría que empujarnos la luz del Resucitado que vence toda noche y está deseando iluminar las vidas de todos y todas.

Como suele pasar con las cosas de Dios, la liturgia de la luz de ayer no fue como lo imaginaba… pero fue especial.