Me hizo pensar que últimamente me he topado con varias reseñas del libro del profesor Josep Sala Cullell que me sorprendieron y me dieron un poco de aire. A veces me recrimino el pensar o escribir que «hay quienes no dejan paso» y que quizás soy yo la que no entiende o tengo algún afán, aunque si lo analizo a fondo, me encanta mi misión actual… Eso no quita que aflige ver en las congregaciones gente inamovible con demasiados asuntos anclados.
La reflexión del profesor ha generado polémica en el ámbito político, empresarial, y últimamente en el universitario –solo hay que googlear lo que él denomina la «Generación Tapón»–. Afirma que existe una generación, los nacidos entre 1943 y 1963, donde «el superior jerárquico que casi no tiene estudios ni habla ninguna lengua extranjera exige inglés y dos másteres a unos subordinados…». Sala Cullell adjudica a la «Generación T» creer tener «superioridad moral» y el «perpetuarse en el mismo lugar durante décadas»; en síntesis inmovilismo y ningunear a los que vienen detrás. En la vida religiosa puede suceder algo semejante.
Si este fenómeno está estudiado y es motivo de discusión, sería bueno ver qué se puede hacer, sobre todo en nuestros institutos en los que esta generación es muy marcada y las siguientes muy mermadas. La excusa de algunos superiores para seguir liderando es que miremos la edad del Papa y podemos añadir la del nuevo presidente de USA, pero de estos solo hay uno, y de superiores provinciales, locales, y miembros de comisiones, muchos.
Es indiscutible que hay gente de dicha generación que hace mucho bien, pero es hora de analizar cómo podemos trabajar juntos y cómo ceden el paso ante el nuevo mundo Covid-19; para que no sea verdad esta afirmación sacada de internet: «La Generación Tapón o cómo conservar el poder arruinando a hijos y nietos». El Señor nos guarde.