El profeta escribió: “El injusto tiene el alma hinchada; pero el justo vivirá por su fe”. Y Jesús dijo a los apóstoles: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería”. Y nosotros oramos diciendo: “Escucharemos tu voz, Señor”.
Puede que el lenguaje del profeta, el de Jesús, el de tu misma oración, te parezca propio de un tiempo pasado y de una ignorancia en vías de extinción. Puede que me digas: _Contamos los parados a millones, ¡y tú nos hablas de fe! Contamos por millares a decenas los que mueren de hambre cada día, ¡y tú nos hablas de escuchar la voz del Señor! Hemos perdido la cuenta de las víctimas de la explotación laboral, de la explotación sexual, del tráfico de personas, ¡y tú nos hablas de arrancar moreras y plantarlas en el mar!
Pues sí, por los parados a millones, por los muertos de hambre, por los esclavos de todas las latitudes, precisamente por ellos quiero hablarte de Dios, de su voz y de tu fe.
Muchos pensaron que el dinero -sacralizado, adorado y concentrado-, sería el garante de un progreso ilimitado para la humanidad. Lo pensaron y se equivocaron. Prometieron a los pobres un paraíso, les vendieron un mundo en el que “ningún hombre, mujer o niño se acostaría con hambre”, no sabría decir si pretendieron engañarles, pero sé de cierto que se equivocaron en su previsiones.
Parados, hambrientos y esclavos no son hijos de la tierra o de la fatalidad, sino hechura de un dios llamado dinero. Parados, hambrientos y esclavos son en realidad las víctimas que el dinero necesita para mantenerse erguido en su pedestal.
El dinero endiosado miente, esclaviza y mata.
No así Dios: Su Verbo se hizo carne solidaria de nuestra carne, se hizo hombre solidario de nuestra humillación. El Hijo de Dios se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. El Señor de los cielos se hizo siervo de todos, para enseñarnos el camino que lleva a la verdadera grandeza. La Palabra se arrodilló a los pies de los pobres, para curar enfermedades, iluminar oscuridades, expulsar demonios, abrir sepulcros, perdonar pecados, revelar el evangelio del amor y proclamar un jubileo de gracia y misericordia. La Palabra ‘se desendiosó’ –san Pablo diría: “no hizo alarde de su categoría de Dios”-, y, de ese modo, empobrecida, anonadada, solidaria y compasiva, se hizo camino, verdad, vida para todos.
No sé si un día iremos, también como creyentes, a una huelga para defender los derechos de los pobres; pero sé que hoy, en nuestra celebración, vamos a una comunión real con Cristo y con los pobres de la tierra. Comulgaremos con Cristo escuchando y comiendo. Y la comunión hará de cada uno de nosotros un cristo solidario con los demás, un pobre capaz de enriquecer a muchos, un pequeño que ha conocido por gracia el camino de la dicha. Hoy, escuchando y comiendo, comulgaremos una Palabra que se abaja hasta nosotros, que se pronuncia entre nosotros, que se nos entrega, para que, acogiéndola en la fe, vayamos como ella al encuentro de los excluidos, nos hagamos como ella siervos de los desechados al borde del camino, seamos como ella pan para los hambrientos de la tierra.
Feliz domingo.