No cabe duda de que lo anterior es ideología, o sea, un conjunto de ideas que deberían encontrarse en todo ser humano y, por supuesto, en todo religioso, que tenga un mínimo de dignidad. Cierto, con las ideologías no se arreglan los problemas. Pero ellas orientan hacia un tipo de soluciones. Las soluciones tienen que ser políticas, o sea, ser reguladas por los responsables del bien de la sociedad. Lo malo es que hoy prevalece la ideología contraria, que nos conduce a adoptar políticas inhumanas y egoístas. La ideología que hoy prevalece es la del “no tuísmo” (non-tuism es una expresión del economista británico Philip H. Wicksteed que he aprendido de Bernardo Pérez Andreo). No tuísmo es el egoísmo. Tuísmo sería el amor al prójimo. Pero el no tuísmo es más que egoísmo: es negación del otro. El otro ha dejado de importar.
Esto va contra la naturaleza y contra la imagen de Dios con la que está marcado constitutivamente el ser humano. Porque lo natural y lo normal es amar, acoger, respetar. Lo normal es que si tú tienes comida y el otro no tiene, repartas tu comida con el otro. Pero la ideología predominante dice que es preferible que la comida que a ti te sobra se pudra antes de repartirla con el necesitado. Y así nos va. Y ahí está la raíz del terrorismo, de las guerras, de las enemistades entre los pueblos, de las desconfianzas mutuas. Esta ideología del “no tuísmo” termina siendo no solo la negación del otro, sino un peligro de muerte para el que la práctica. Si no nos alejamos de ella vamos hacia el abismo.