jueves, 25 abril, 2024

LA CONTABILIDAD Y LA VIDA RELIGIOSA

(Fernando Torres). Voy a comenzar con una historia de la que fui testigo hace ya muchos años. Se celebraba por vez primera una asamblea en una provincia de una congregación. Se reunió en una casa de convivencias la mitad de sus miembros. En un momento de la asamblea se ofreció, ¡cómo no!, información sobre la situación económica de la provincia. Todos se dispusieron a escuchar con atención. ¡Era la primera vez que se hacía algo así en el marco de una asamblea! A la palestra salió el ecónomo provincial y comenzó su exposición. Se alargó casi una media hora. Todos siguieron atentos su exposición. Cuando terminó, se abrió, como es habitual, el turno de preguntas. Y por el fondo de la sala levantó la mano un religioso, ya mayor, que había sido toda la vida profesor de matemáticas en un colegio. No hizo ninguna pregunta. Simplemente manifestó su extrañeza porque “era la primera vez que oía una información económica sin que el ponente diese ni una sola cifra”.

Era verdad el ecónomo provincial había hablado tan en líneas generales que todo se había quedado en que allí se había gastado mucho y aquí poco y que, por otra parte, se ingresaba menos que antes. Es decir, toda su información se había quedado en esas afirmaciones generales que no dicen nada. “Mucho”, “poco”, “más” y “menos” habían sido los adjetivos más usados en una exposición de la que nadie pudo sacar conclusiones claras.

Es un ejemplo de cómo ha sido la información económica en las congregaciones religiosas durante mucho tiempo. Informaciones generales, poco exactas, confusas y casi nada transparentes, que poco o nada han ayudado a tomar las decisiones oportunas o, al menos, a tomar las decisiones teniendo en cuenta las implicaciones económicas que tenían en la práctica. Porque la verdad es que todas las decisiones, absolutamente todas, que toma un gobierno religioso tienen siempre implicaciones económicas.

Mi experiencia

Los años me han llevado por muchos lugares de mi congregación, en muchos de ellos teniendo responsabilidades en relación con la economía. También he tenido conocimiento de la vida económica de otras congregaciones. Y en la inmensa mayoría de los casos me he encontrado que la forma de llevar las cuentas es, como mínimo, confusa. A veces por ignorancia y a veces, que también se da el caso, porque es mejor la confusión que la claridad.

El poco conocimiento de los principios básicos de la contabilidad hace que se mezcle la economía de las comunidades con la de las actividades dando origen a muchas confusiones. A veces se acusa a las comunidades de no ganar lo suficiente para vivir cuando, si se analiza bien la situación, se descubre que es la actividad situada en la comunidad, a veces por imperativo del gobierno provincial, el auténtico origen del déficit. Y me estoy refiriendo a casos concretos que conozco. Se da también el caso de religiosos o religiosas que trabajan en la actividad sin recibir el justo salario, con lo que al final las cuentas de la actividad salen con beneficios y la comunidad con pérdidas, llevando a que nadie conozca con claridad ni las cuentas de la actividad ni las de la comunidad.

También me he encontrado, por ejemplo, con religiosos encargados de editoriales que valoraban su almacén a precio de venta de los libros y no a precio de coste, siendo este uno de los principios básicos de la economía y de la contabilidad.

O podríamos poner el caso de la comunidad o de los religiosos que se ponen muy contentos cuando determinada obra la paga el gobierno provincial o tristes si les toca pagarla a ellos, sin tener en cuenta que en realidad  “todos están en la misma barca” y que caja no hay más que una.

Podría poner muchos otros ejemplos. Todos ayudarían a entender que la confusión y la falta de transparencia ha sido norma en muchos institutos religiosos. No por mala fe sino por falta de interés en los aspectos económicos que implica toda actividad pastoral o misionera de las congregaciones religiosas y por una cierta comprensión negativa de todo lo que está relacionado con la economía.

Para lo que ha servido la contabilidad

Hay otro punto que ha contribuido a que la contabilidad, la llevanza de las cuentas, haya sido la hermana menor, olvidada y marginada en el gobierno religioso. En primer lugar, ha habido y hay un gran desconocimiento del lenguaje de la contabilidad en general entre religiosos y religiosas. Así como en los tiempos de la formación casi todos aprendieron al menos los rudimentos del lenguaje musical, no ha habido un esfuerzo paralelo con el lenguaje de la economía ni de la contabilidad. El resultado es que hay muchos miembros de los gobiernos religiosos que están poniendo su firma de aprobación de las cuentas de su provincia, de su actividad, de su congregación incluso, sin tener la más mínima idea de lo que están firmando. Fiándose solo de las explicaciones, a veces muy someras, dadas por el administrador/ecónomo. Esto es un hecho indiscutible.

Y un último elemento que hay que tener en cuenta: dada la complejidad de ese lenguaje, muchas veces se ha dejado su elaboración a asesores y gestorías externas. Estas, no hay que dudarlo, lo han hecho impecablemente desde el punto de vista formal. Pero en su mente tenían un destinatario de las cuentas que no era la congregación, la provincia religiosa o la actividad sino la hacienda pública. Es decir, esos gestores externos hacían y hacen las cuentas con todo cuidado pensando en la hacienda pública, en las declaraciones de impuestos, en que todo esté claro para esos destinatarios. Es decir, para el inspector de turno. Pero casi nunca han pensado que los primeros destinatarios de la información contable han de ser los responsables de tomar las decisiones en la congregación. Son ellos los que deben poder acceder a una información clara y transparente sobre la realidad económica de su entidad, como elemento clave para la toma de las decisiones, de cualquier tipo que sean, que afecten a la congregación, provincia o actividad. La consecuencia general ha sido que la realidad económica no se ha tenido suficientemente en cuenta a la hora de tomar decisiones, que se han aprobado proyectos y programas sin tener en cuenta sus aspectos económicos y sus implicaciones para la institución a corto, medio y largo plazo.

Si a todo esto, añadimos que se ha mantenido en general un criterio de caja, ya está todo dicho. Lo que les ha importado a los responsables de las congregaciones ha sido si hay dinero en el banco. Nada más. Conceptos como fondos de reserva, amortizaciones o presupuestos a un plazo superior a un año se quedan absolutamente fuera de su perspectiva. Con todas las consecuencias negativas que eso tiene para la institución, como han indicado repetidas veces los últimos documentos de la CIVCSVA. Documentos que no vamos a citar aquí por falta de espacio, pero que repiten machaconamente que es necesario planificar y programar económicamente a un plazo mucho mayor que un año.

¿En qué puede ayudar la contabilidad?

La buena llevanza de la contabilidad puede ayudar y ya está ayudando a muchos institutos religiosos a tener una mayor claridad sobre su real situación económica de conjunto y la situación económica de cada una de sus provincias, comunidades y/o actividades. Siempre que la contabilidad se haga bien, claro está. Siempre que se respeten las normas y se apliquen más allá de los intereses personales o de grupo.

Para entender cómo puede ser esa ayuda, es suficiente con presentar y comentar lo que es básicamente la contabilidad y su objetivo final: ofrecer la imagen fiel de la realidad económica de una entidad.

No es asunto baladí este de la “imagen fiel”. En él se condensa la esencia mejor de lo que debe ser la contabilidad, una suerte de espejo o mapa de la realidad que nos permita entenderla y orientarnos en ella. En la medida en que la contabilidad sea “imagen fiel” será de ayuda. En la medida en que la contabilidad deforme la realidad, no sea

“imagen fiel”, no sólo no será una ayuda para el gobierno y la toma de decisiones sino que además podrá llevar a tomar decisiones equivocadas con consecuencias  que pueden llegar a ser gravísimas para la vida de la institución a corto, medio o largo plazo. He conocido congregaciones religiosas ahogadas por las deudas porque, al momento de pedir préstamos a los bancos para hacer obras en sus casas y edificios, nadie se sentó a hacer una previsión realista de cómo iban a ser capaces de ir pagando las cuotas con puntualidad. En definitiva, porque parece que nadie fue capaz de echar la mirada un poco más lejos de lo inmediato. Hicieron las obras pero comprometieron el futuro del instituto para unos cuantos años.

Una contabilidad que sea realmente “imagen fiel” será un instrumento utilísimo para el gobierno de la congregación.

Obviamente la “imagen fiel” dependerá del esfuerzo que se haya hecho en introducir los datos en el sistema con fidelidad a la realidad. Ese es el punto de partida necesario. Recoger todos los datos económicos e introducirlos cuidadosamente y puntualmente en el programa (hoy todos hacemos la contabilidad con la ayuda de programas informáticos que facilitan grandemente el trabajo) es el punto de partida imprescindible para llegar a esa “imagen fiel”. Si hay facturas pendientes de pago que se dejan metidas en el cajón (lo que se sigue haciendo en muchos sitios), es difícil hacerse una idea de los pagos que habrá que hacer en el futuro a corto o medio plazo. Por poner un ejemplo sencillo pero real.

También es una exigencia de esa “imagen fiel” introducir los datos en el sistema de forma adecuada. Decía un amigo mío que el que no distingue, confunde. Y es verdad. Si metemos todos los datos juntos sin distinguir lo que, por ejemplo, son ingresos o gastos de la comunidad y de la actividad, si hay gastos ocultos que no se contabilizan (el trabajo que hacen algunos religiosos en la actividad sin que la comunidad reciba la comprensión oportuna o el hecho de que parte de los gastos de la comunidad queden diluidos en los gastos de la actividad), etc., será causa de que al final nos resulte imposible obtener una “imagen fiel” de nuestra realidad económica.

Hecho este trabajo inicial, hay que proceder a informar a los destinatarios. Ofrecer información económica se puede hacer de muchas maneras. Se puede dar mucha información, muchas cifras, páginas y páginas, pero de forma confusa y que nadie se entere. Eso no es una buena información económica.

Para que la información económica sea realmente una ayuda útil para el gobierno hace falta que sea comprensible, relevante, fiable, comparable y oportuna. Cada uno de estos adjetivos merece un comentario, que es lo que hacemos a continuación.

Una información “comprensible”

El mundo económico ha generado su propia complejidad y su propio lenguaje. Es normal. Pero el que prepara la información para comunicársela a otros debe tener en cuenta que es posible que los destinatarios no sean especialistas en ese lenguaje. Como en toda comunicación, el emisor es el responsable de emitir su mensaje de una manera que sea comprensible para los destinatarios. Esto es de lo más básico de la teoría de la comunicación. Y aunque digamos que los miembros del gobierno (sea de la actividad, de la provincia o de la congregación) tienen el deber de conocer lo básico del lenguaje contable, también es verdad que el que comunica tiene la obligación de adaptarse y hacerse entender por los destinatarios de su comunicación. No puede echar la culpa a los otros porque “no entienden”. La responsabilidad de que el mensaje llegue íntegro a los destinatarios es del que comunica.

Hay que cuidar, por tanto, el lenguaje, traducir los conceptos, a veces complicados, de la contabilidad en palabras y frases que sean asequibles y comprensibles. Dicho de una manera muy concreta, hasta que los destinatarios lleguen a entender como mínimo que las amortizaciones no son un puro asiento contable del que no hay que hacer caso porque lo que importa es el dinero que hay en el banco sino que son una parte indispensable para entender lo que realmente hay de beneficios en la entidad.

Relevante

Se pueden llenar folios y folios de información contable, detallada, exacta pero que no es interesante para la situación concreta. Por eso, la información debe ser “relevante”, es decir, tiene que ver con el tema del que se está tratando y subraya, ayuda a ver con claridad, la dimensión  económica del problema de que se está tratando.

Si se está pensando en hacer una inversión inmobiliaria, habrá que ver los costes, los recursos con los que se cuenta, los intereses que habrá que pagar si se pide un préstamo a un banco y el coste de oportunidad que tiene esa inversión. Pero, obviamente, no hace falta hacer una presentación histórica de los costes de esas inversiones y de la evolución del mercado inmobiliario en los últimos 50 o 100 años.

Fiable

Conocí a un contable que preparó una información de la situación económica de la empresa para que el director informase a los dueños. Y unos meses después le comentó al director que aquella información que había dado no era fiable en absoluto porque la contabilidad de la empresa era un caos. Entonces, ¿para qué valió aquella información? Absolutamente para nada. Es que la información económica que se ofrezca debe ser “fiable”, tenemos que poder fiarnos de ella, confiar en que se corresponde con la realidad económica de la empresa, de la actividad, de la provincia o de la congregación.

Para eso, hay una condición básica: que los datos hayan sido introducidos correcta y adecuadamente. Cada gasto o ingreso anotado en su correspondiente cuenta. Si no nos podemos fiar de la información existente, entonces es casi mejor comenzar de nuevo porque nada de lo que se haga con esa información tendrá ningún valor.

Comparable

La información de que el combustible de la calefacción cuesta “X” puede ser interesante pero será mucho más valiosa si podemos ofrecer la información de cuál ha sido la evolución de su precio y consumo a lo largo de los últimos años. Y más si podemos comparar esa evolución con la evolución de la inflación. Poder ver la información económica no como una foto fija sino como una serie de fotos tomadas a lo largo del tiempo, multiplica el valor de esa información porque nos hace ver su evolución temporal. Para esto es necesario que a lo largo del tiempo se mantengan los mismos o parecidos criterios de contabilización de las diversas partidas de ingresos y gastos. En caso contrario, será muy complicado ofrecer información “comparable”.

Pero hay otro aspecto en este proporcionar una información que sea “comparable”. Es que podamos comparar la economía de una actividad con la de otra, o la de una comunidad con la de otra. Para eso es necesario que las diversas unidades de, por ejemplo, una provincia (sus comunidades, sus actividades) utilicen el mismo plan de cuentas o, lo que es lo mismo, los mismos criterios a la hora de asentar las diversas partidas en la contabilidad. Si no se usan los mismos criterios difícilmente podremos comparar la economía de una comunidad con la de otra. Si unos meten en la misma cuenta los viajes y los gastos personales, ¿cómo comparar su contabilidad con la de otra comunidad que separa los dos conceptos?

Oportuna

La información contable debe ser ofrecida cuando se necesita y no en todo momento. Hay tiempo para trabajar y tiempo para tomar decisiones. Ante cualquier cuestión hay siempre diversas perspectivas. Que la perspectiva económica sea fundamental e imprescindible para tomar la decisión final no quiere decir que haya que estar dando vueltas a los números todo el tiempo y mucho menos exagerando, lo que no es bueno porque es también una forma de traicionar la “imagen fiel”.

El buen administrador sabe dar la información necesaria en el momento oportuno para que todos conozcan las implicaciones económicas reales de las decisiones que se van tomando. En caso contrario, se puede terminar en la historia del pastorcillo que repetía siempre aquello de “que viene el lobo”. Al principio, sus vecinos le hacían caso e iban a ayudarle y se encontraban con el pastor que se reía de ellos porque se lo habían creído. Hasta que un día el lobo vino de verdad y ese día los vecinos no le hicieron caso y se quedaron tranquilamente en sus casas. Eso puede suceder cuando el administrador no da la información real en el momento oportuno o cuando exagera sistemáticamente.

Conclusión

Como decíamos al principio, la contabilidad, una buena contabilidad, capaz de ofrecer una información “comprensible”, “relevante”, “fiable”, “comparable” y “oportuna” de la realidad económica de su entidad, es decir, capaz de ofrecer su “imagen fiel”, puede y debe ser una herramienta fundamental e imprescindible en el gobierno de los institutos religiosos y en el servicio de su carisma específico.

Por el contrario, cuando la contabilidad se hace ­de cualquier manera, esa información será confusa y opaca, no facilitará sino que complicará la toma de decisiones correctas y puede llegar a poner en peligro la viabilidad económica del instituto. A corto y a largo plazo.

Es de esperar que los institutos vayan aprendiendo a usar cada vez mejor esta herramienta que la ciencia les ofrece para ponerla al servicio de su misión.

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