LA BURRA DE BALAAM

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Los días que estoy en Granada me gusta subir a la Facultad andando. A medida que van pasando los minutos, las calles se van llenando de gente que va al trabajo y de turistas que comienzan un intenso día de visitas. Atravesar la ciudad caminando y ser testigo de cómo va despertando ella y sus habitantes me ayuda a comenzar la jornada rezando y reconociendo la Presencia de Dios y a situarme yo también ante el día que comienza y cómo deseo vivirlo.

Pero, a veces, en medio de estas rutinas, algún gesto se convierte en significativo. Eso es lo que me ha sucedido esta mañana cuando me he cruzado con alguien que, a medida que pasaba ante otra persona se dirigía a él o a ella para decirle: “Dios te ama y te perdona”. No “asaltaba” de forma violenta como un predicador televisivo o algunos espontáneos en el metro de Madrid, sino que lo afirmaba con serenidad, sin pararse y casi pasando desapercibido.

Aunque ese hombre no tenía aspecto de estar demasiado sano psicológicamente hablando, decía una verdad como un puño. Me ha resultado inevitable recordar a un personaje bíblico que a mí me resulta muy significativo y con la que me siento identificada con frecuencia: la burra de Balaam. Y es que, si recordamos a este animal es porque el mismo Dios le hizo hablar para disuadir a su dueño, un vidente pagano, de que no maldijera a Israel.

Como sucedió con ese asno, con la persona con la que me he encontrado esta mañana o conmigo misma, todos tenemos capacidad para que el Señor nos convierta en su boca. Su Palabra puede llegarnos a través de cualquiera, sin hacerlo depender de sus facultades psicológicas, de su coherencia de vida o de su calidad humana. Nada puede condicionar, ni siquiera nosotros mismos, que nuestras palabras, gestos o nuestra vida entera se convierta en un momento determinado en una elocuente expresión de Dios para quien sea capaz de percibirlo… ¡Gracias a Dios! Creo que voy a dar mis clases de hoy con más confianza.