viernes, 26 abril, 2024

Bienaventurados sin haber visto

La primera persona del singular es la que hace girar nuestros pequeños mundos hoy. Es el sujeto el que pone las normas y examina las razones. También en las cuestiones de fe sucede esto. 

Es cierto que el «yo» es autónomo y maduro. Después de muchos siglos de despersonalización y cierto borreguismo ha llegado el momento en el que el sujeto toma en sus manos la realidad y la lee desde sus perspectivas. Esta riqueza de lecturas no puede olvidar el valor de la comunidad. 

Tomás no es que no crea en la resurrección de su Señor. Tomás no cree en la comunidad. Ellos son los que certifican la presencia del que da la Paz cuando Tomás no está entre ellos. Y el reto que lanza » meter mi mano, meter mi dedo», es más una ofensa a la comunidad que al Resucitado (cuando Jesús aparezca ya no se va a atrever a violar sus heridas) 

No se trata de tener una fe ciega y fundamentalista en lo que nos dice la comunidad, no siempre habla asistida por el Espíritu y en nombre del Señor Jesús. Pero si es cierto que la comunidad tiene ese olfato especial que señala por dónde puede andar el Resucitado. Siempre entre dudas y lejos de las certezas que imponen sin dialogar y, sobre todo, sin amor y cuidado. 

Los que hoy creemos ninguno hemos visto. Somos esos bienaventurados que perciben las presencias del Dios de la Vida en el claroscuro de un pan partido o de la belleza fragmentada que nos sale al camino. Pero hay hombres y mujeres del Espíritu que ven más allá y más acá. Hombres y mujeres profundos que intuyen la resurrección y que nos señalan lugares y personas. De ellos es bueno fiarse. No suelen tienen poder, ni buscan primeros puestos… ellos son los que hacen que creamos en el Resucitado que habita la comunidad. 

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