La bandeja del monaguillo

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Esta tarde he ido a celebrar la Eucaristía en una parroquia que no es la habitual. Me ha resultado inevitable distraerme con el empeño y la ansiedad con la que el monaguillo se desvivía por colocar una bandejita debajo de las manos o de la boca de quienes nos acercábamos a comulgar.

El empeño con el que hacía su encargo me ha recordado lo que un profesor siempre nos repite antes de comulgar cuando preside la celebración en la Facultad: “Recibid lo que sois: el Cuerpo de Cristo. Sed lo que recibís: el Cuerpo de Cristo”. La misma obsesión que ese chavalito tenía hoy para que ninguna de las formas corriera el riesgo de caerse al suelo, tendría que ser nuestro afán por que ninguna persona, ningún “Cuerpo de Cristo”, se desmorone cerca de nosotros sin encontrar una mano amiga, una red capaz de recoger a todos aquellos que se resbalan del trapecio de la vida.

Lo mejor es que, aunque nosotros no tengamos ese mismo empeño, el Señor está siempre ocupado y preocupado, como ese crío, en salir al paso cada vez que tropezamos… porque se ha empeñado en hacernos su mismo Cuerpo.