sábado, 27 abril, 2024

LA ADORACIÓN, ESCUELA DE HUMANIDAD

LA ADORACIÓN, ESCUELA DE HUMANIDAD

“La Palabra de Dios nos atrae hacia Dios y nos envía hacia los demás… No nos deja encerrados en nosotros mismos, sino que dilata el corazón, hace cambiar de ruta, trastoca los hábitos, abre escenarios nuevos y desvela horizontes insospechados…No podemos prescindir de la Palabra de Dios, de su dulce firmeza que, como un diálogo, conmueve el corazón, se imprime en el alma y la renueva con la paz de Jesús, que nos hace preocuparnos por los demás…Abrumados por miles de palabras, no damos importancia a la Palabra de Dios, la oímos, pero no la escuchamos; la escuchamos, pero no la custodiamos; la custodiamos, pero no nos dejamos provocar por ella para cambiar; la leemos, pero no la hacemos oración, en cambio «debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre» (Dei Verbum, 25). No olvidemos las dos dimensiones constitutivas de la oración cristiana: la escucha de la Palabra y la adoración del Señor”[1].

Esta reflexión sencilla del Papa Francisco me invita a cuidar la escucha y la adoración del Señor. Y en esta ocasión voy a compartiros mi experiencia de Adoración, esa oración silenciosa que prolonga lo que hemos vivido en la Eucaristía, donde celebramos cada día el Misterio Pascual del que nace la comunidad.

Siempre digo que adorar es caer rendidos ante Alguien que te ama sin condiciones, gratuitamente, pero esto no como una idea bella, o un sentimentalismo superficial, sino como una actitud vital. Se trata de aprender a vivir arrodillados.

Adorar espabila la memoria, nos enseña a no olvidar que el Señor está con nosotros, deshace nuestras frialdades, nuestras indiferencias, y nos llena de sentido la vida con sus dificultades y sus gozos. Todo recobra sentido desde la mesa de Jesús, de la que la Adoración es prolongación.

Estoy convencida de que para vivir esta relación con Jesús-Eucaristía, necesitamos un camino y un aprendizaje. Al menos yo lo he necesitado. Adorar es un don, un regalo que hay que ir desenvolviéndolo poco a poco. A nosotros sólo se nos pide “apertura al don”. Pero, necesitamos una escuela para iniciarnos y conocer el don de Dios.

Para San Benito el monasterio es: “Una escuela del servicio del Señor” (Pro 45)[2], donde aprendemos a vivir todo en el marco de la amistad con Dios, también la adoración es relación de amistad.

Desde esta óptica, mi experiencia de la adoración al Santísimo es experiencia de una verdadera escuela, donde he aprendido muchas lecciones de vida. Por esto, la adoración a Jesús-Eucaristía es: Escuela de Humanidad, Escuela de Vida, Escuela de Silencio Restaurador, Escuela de crecimiento en la fe, Escuela de humildad gozosa, Escuela de los ojos, Escuela del asombro y Escuela de lo concreto y lo real.

1.- ESCUELA DE HUMANIDAD

En primer lugar, la Adoración es Escuela de Humanidad, porque Aquel ante el que nos postramos para adorarle no nos juzga, no nos aplasta, no nos asfixia, sino que nos alienta, nos libera de todo lo que nos paraliza, nos restaura por dentro, nos levanta de nuestros cansancios, y nos introduce en un ritmo vital sosegado y humanizador.

Nuestro silencio y nuestro sosiego ante el Señor, no son simplemente terapéuticos, sino que es un silencio orante en su compañía, que va más allá de la mera salud, es un silencio que lejos de alienarnos o aislarnos, es el alma de todas nuestras tareas y trabajos. Así que, podemos decir, que la adoración en nuestra vida no son momentos que brindan alivio, sino que son encuentros con nuestro Señor, que alimentan el encuentro con los demás, y el compromiso de vida según el Evangelio.

La adoración nos humaniza porque saca de nosotros lo mejor, ablanda nuestros endurecimientos, nos saca de los egoísmos, y nos estimula a poner alma y corazón en todo lo que hacemos.

La aceleración deshumaniza, la adoración nos hace personas atentas a las necesidades de los demás.

En la adoración aprendemos a estar con el Señor, aprendemos a pararnos, a dialogar con Dios, le presentamos nuestras preocupaciones, alegrías, decepciones, necesidades…en un trato de amistad que nos hace más personas. Pero, sobre todo, cuando adoramos callamos y aprendemos a escuchar nuestro propio corazón, y a Dios en él, para después poder escuchar a los demás.

Seguiremos diciendo algo de cada una de estas escuelas.

[1] Cf. Papa Francisco, Homilía en el Domingo III T.O, 21 de Enero de 2924.

[2] Cf. Prólogo de la Regla de San Benito.

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