Para muchos, la vida consagrada ha dejado de ser significativa. También para algunos consagrados que se encuentran confusos ante la situación de crisis que parecen vivir nuestras instituciones y ante la aparente esterilidad de muchas de nuestras comunidades. La secularización parece haberse infiltrado en los muros del convento y nos afecta el mundo que nos rodea hasta el punto de colarse en nuestras comunidades estilos de vivir que nos alejan de la propuesta que un día nos sedujo y que nos condujo a seguir al Maestro con radicalidad entregando la vida entera. La mediocridad acaba con la profecía y la mímesis termina por hacer desaparecer la mística con la que emprendimos este viaje de pasión y autenticidad.
Ante la realidad que podamos estar viviendo, hay que cambiar de estrategia. Lo decisivo en este momento no son planificaciones y objetivos. Lo verdaderamente importante está en recuperar y actuar nuestra identidad de consagrados por Dios al servicio del Reino.
¿Qué nos hace significativos? Encontrarnos a nosotros mismos como personas integradas que viven un proyecto de vida unitario; centrar nuestra vida en Dios, el único Absoluto, que nos invita a seguir a su Hijo desde la entrega de la vida por amor; vivir la profecía de la comunión desde una fraternidad palpable y terapéutica; redescubrir la misión como nuestro Sinaí, el lugar del encuentro cara a cara con Dios, más allá de gustos, afectos o compensaciones