Las interrupciones son algo inesperado, no previsto, no formulado en las historias que nos contamos. Cuando acontecen el ser humano se desconcierta, se desprograma, zozobra y se hace preguntas muy radicales, que tienen mucho que ver con Dios y con el sentido de la vida. Toma decisiones rápidas y se reorganiza de inmediato. “Interrupción” es un concepto apocalíptico. Es la puerta estrecha que nos conduce hacia la experiencia de Dios más paradójica que podamos imaginar. En ella se pone en juego la fe y la esperanza. La muerte de Jesús fue una interrupción terrible que sobrevino a los discípulos y discípulas y los desconcertó. La llamada de Jesús a Leví, el recaudador, fue otra interrupción que cambió su vida de sedentaria en itinerante: “se levantó” (como Jesús de la muerte), lo dejó todo, y le siguió (Lc 5,27-28). Interrupción en su camino, la experimentada por el buen samaritano ante aquel hombre herido, pero rechazada por el levita y el sacerdote que actuaron según los programado.
Una vez le preguntaron a un viejo pastor protestante, muy conservador, porqué ya en su vejez admitía lo que antes no toleraba (parejas homosexuales, ordenación femenina…): ¿ha cambiado su mente? le preguntaron. Y él respondió: “No, ¡mi corazón!”. Y es que la interrupción activa el sensor del corazón solo se suple con un corazón nuevo.
Resulta cada vez más difícil pensar en la espiritualidad como un camino de progreso y crecimiento hacia la madurez. La espiritualidad apocalíptica es dramática e interrumpe constantemente nuestros planes. Está abierta a lo inesperado. Lo busca, lo suplica: ¡Marana Tha! ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Venga a nosotros tu Reino! Es una suplica ardiente a la Trinidad para que vengan las interrupciones más decisivas de la historia humana.
La espiritualidad apocalíptica lo quiere de verdad; porque lee la historia con los relatos de las víctimas y de los perdedores y desconfía cada vez más de los relatos oficiales y de las soluciones prometidas. La espiritualidad apocalíptica sólo confía en que las interrupciones, portadoras de Revelación, porque ”el Espíritu sopla donde quiere y como quiere”.
La vida cristiana no es mejor cuando mejor programa sus tiempos, sino cuando deja que el Espíritu marque sus agendas, interrumpa sus tiempos y la lance a una misión nueva. Preguntémonos para concluir:¿cuándo fue la última vez que hice algo por primera vez?