IGLESIA DE PUERTAS ABIERTAS

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Una Iglesia encerrada en sí misma, una Iglesia que sólo piensa en su propio prestigio, es una Iglesia que se empobrece. Una Iglesia en salida, al encuentro de las personas, una Iglesia que escucha, que conoce los problemas, es una Iglesia que se enriquece, porque descubre nuevas virtualidades del evangelio y nuevas posibilidades de hacer el bien. El encuentro con los pobres es un buen ejemplo: ellos nos han hecho caer en la cuenta de algunas exigencias del evangelio que, sin este encuentro, no hubiéramos descubierto. Al hacer el bien, la Iglesia descubre lo valiosa que es y la presencia escondida de su Señor en tantas personas necesitadas. Encerrada en sí misma vive en un permanente lamento: que mal está el mundo y que poco nos quieren.

La expresión Iglesia “con las puertas abiertas” es del Papa Francisco. Puertas abiertas precisamente para poder salir, para no quedar encerrado dentro de nuestros muros y “salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas, para mirar a los ojos y escuchar o para acompañar al que se quedó al borde del camino” (Evangelii Gaudium, 46). Francisco dice que “uno de los signos concretos de esta apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes” (EG, 47). Refiriéndose expresamente a las parroquias, dice el Papa, conviene “que realmente estén en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se conviertan en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos” (EG, 28). En todo se pide una actitud de salida, no de mantenimiento. La pastoral ordinaria, en todas sus instancias y niveles, tiene que colocar a los agentes pastorales en constante actitud de salida. Nos pide cambiar las costumbres, el lenguaje y hasta los horarios (EG, 27).

Las puertas abiertas nos plantean una pregunta a los que estamos invitados a salir. ¿Al encuentro de quién debemos ir? “Cuando uno lee el Evangelio, dice Francisco, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten ese mensaje tan claro. Hoy y siempre los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (EG, 48).

Los cambios de proceder y mentalidad que implica una Iglesia de puertas abiertas dependerán mucho de las circunstancias concretas de cada diócesis y de cada parroquia. El Magisterio, a veces, ofrece soluciones, pero normalmente ofrece principios de acción, orientaciones y criterios de juicio. Las soluciones son concretas y locales. Y por eso son una llamada a la responsabilidad de cada creyente y de cada pastor.