Iglesia: casa y nido para los pobres

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Ya hemos celebrado cumplida en Cristo Jesús la alianza de Dios con Noé.

En Cristo Jesús, transfigurado, resucitado, alcanzó también su plenitud la bendición de Dios a nuestro padre Abrahán, la alianza de Dios con él, las promesas con las que encendió su esperanza.

En Cristo Jesús vemos cumplida hoy la alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí.

A Noé le tocó en suerte una bendición: en Cristo, los humildes han sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Abrahán heredó promesas y esperanzas: en Cristo todas hallaron cumplimiento.

El pueblo de Israel recibió en la montaña santa una ley de vida, mandamientos verdaderos, enteramente justos: en Cristo alcanzan plenitud la ley y los profetas.

Tanto amó Dios al mundo que, no sólo le dio su ley y le habló por los profetas, sino que le entregó a su Hijo único, su Palabra eterna, su sabiduría hecha carne.

Si escuchas a Cristo Jesús, si contemplas su misterio, si aprendes la sabiduría que en él se te revela, habrás escuchado la ley perfecta, habrás contemplado el precepto fiel, el mandato justo, habrás aprendido la norma límpida que Dios nos ha dado para que caminemos en su presencia, para que tengamos vida, para que seamos humanidad nueva, para que seamos uno, para que seamos “un nosotros cada vez más grande”…

Si en ese templo único que es Cristo Jesús ofrecemos a Dios el culto de nuestra vida, si lo ofrecemos en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, si lo ofrecemos en ese uno que es el pueblo de Dios, si lo ofrecemos en ese “nosotros cada vez más grande” que está llamada a ser la humanidad entera, entonces nuestro culto será verdadero, ofrecido por hombres y mujeres que adoran a Dios en espíritu y en verdad…

Sube hasta Cristo, entra en el templo que el Señor tu Dios ha levantado con la fuerza de su Espíritu; vuela, gorrioncillo humilde, vuela hasta Cristo y encontrarás tu casa; vuela, golondrina amiga del cielo, y encontrarás un nido en el que colocar tus polluelos.

Sube y escucha al que es descanso del alma; entra y comulga con el que es más dulce que la miel; vuela y aprende a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios; vuela hasta lo alto bajando con Cristo hasta lo hondo.

Tanto te amó tu Dios, Iglesia en camino, que te dio a su único Hijo.

Tanto amó Dios a los pobres, que te puso en sus caminos para que, encontrándote a ti, encontrasen a Cristo Jesús.

Dichosa tú, en quien Dios puso casa y nido para los pobres.

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