Id y anunciad

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Llegamos a la fiesta de la Ascensión que también es la fiesta del envío. Es la antesala de la gran Pascua del Espíritu que hace eficaz el empeño de anunciar la Buena nueva a toda la creación.

Los signos de los que nos habla Jesús parecen fantásticos y son utilizados por algunos grupos fundamentalistas (también los hay católicos) como pruebas irrefutables para someter voluntades y conciencias.

Jesús va por otro lado. Son acciones de bien que liberan a las personas, no motivos para engrandecer a los portadores del Evangelio («Sabía que lo querían proclamar rey»).

Suelen ser signos sigilosos y constantes de cuidado y de entrega de la propia vida. Equívocos, como los mismos milagros de Jesús.

A veces, el anuncio a toda la creación se restringe a un solo lugar sin necesidad de hacer miles de kilómetros. Se hace en lo escondido de una casa con un enfermo a su cargo, o en el silencio de un claustro que contiene en si toda la vida del mundo, o entretejido en la vida de unos ancianos que ya pueden poco pero que son esencia, o en la impotencia de un hijo atrapado en las redes de las drogas…

Ellos cogen serpientes en sus manos que a veces les muerden. Hablan la lengua nueva de la ternura y la donación. Curan imponiendo manos frágiles y temblorosas. Echan el propio demonio de construirse a sí mismos. Beben el veneno mortal de soledades e incomprensiones… y millones de signos más que son anuncio gozoso y sin aspavientos de que la resurrección se vive parcialmente aquí y ahora. Ellos creen.

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