La de este domingo, el último del Año Litúrgico, es una fiesta reservada a pecadores redimidos, a esclavos liberados, a ciegos iluminados, a leprosos que han sido curados, a muertos que han resucitado. Sólo quienes hayan experimentado la dicha de la redención, de la liberación, de la luz, de la curación, de la resurrección, podrán aclamar con todo el ser a quien es para ellos la salvación, a su Rey.
La de hoy es una fiesta reservada a los pequeños, a los humildes, a aquellos a quienes nada les ha quedado en herencia si no es Dios, sus promesas y su fidelidad.
No te escandalices si de tu fiesta no participan los poderosos, los que a sí mismos se salvan, los que no necesitan que los visite la misericordia ni la bondad. Poder y orgullo los ciegan, y no verán al Cordero degollado, al Hijo de Dios que se les ha dado, a Jesús de Nazaret humillado en la carne, exaltado en la cruz. Poder y orgullo los ciegan para que no vean a su Rey.
Es ésta una fiesta para hijos de Dios, a quienes mueve el Espíritu de Dios, pues en ella, armonizados los contrarios, contemplan al “Cordero degollado” y lo aclaman “digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor”; recuerdan el dominio de las tinieblas que padecían, y dan “gracias a Dios, que los ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz”; sufren crucificados con Cristo y guardan en el corazón esperanzas de paraíso.
El salmo de las tribus que subían a la casa del Señor en Jerusalén es hoy nuestro canto, el de los redimidos que celebran a su Rey.
“¡Qué alegría cuando me dijeron”: «Vamos a la casa de la reconciliación, vamos a la gracia del perdón, vamos a la morada de toda plenitud, vamos a Cristo Jesús»! ¡«Vamos al “reino de la verdad y la vida”, vamos al reino “de la santidad y la gracia”, vamos al reino “de la justicia, el amor y la paz”, vamos al reino que Cristo Jesús ha entregado a la majestad infinita de Dios, su Padre»! ¡«Vamos a escuchar con la Iglesia la palabra de Dios, vamos a recibir en la Iglesia la visita del Hijo de Dios»!
Nuestros pies ya están pisando los umbrales de la dicha que esperamos, de la nueva Jerusalén que es nuestra madre.
“¡Qué alegría cuando”, desde lo alto de su trono, el Rey nos reveló: «Hoy, conmigo, estarás entre los pobres; hoy, conmigo, estarás también junto a Dios»; “hoy estarás conmigo en el paraíso”!
“¡Qué alegría cuando la palabra de Dios y su Espíritu, la fe, la gracia y la Iglesia me dijeron”: «Hoy estarás con tu Rey»!
Fiesta es ésta para pobres, alegría para pequeños, bendición para hijos de la redención.
Feliz domingo.