Aproximación al término sororidad
El concepto de fraternidad-sororidad aparece en los filósofos clásicos; por ejemplo, Aristóteles en la Ética a Nicómaco define la amistad entre hermanos como hacer al otro lo que quiero que me hagan a mí. Siglos más tarde, santo Tomás afirma que “el otro” es distinto de mí, por lo que debo ofrecerle lo mío y hermanarme con él.
Desde otra perspectiva, Hanna Arendt sostiene que lo personal debe enmarcarse en lo colectivo. El objetivo es pasar de la solución a un problema, a la solución de problemas sociales; por tanto la pluralidad social exige pactar con las mujeres y potenciar su influjo en el mundo.
En 1980 Elizabeth Lovatt-Dolan1, laica comprometida con la Iglesia y con la mujer, ya se refiere a las mujeres en la Iglesia partiendo de una única vocación que une, pero que implica diversos modos de vivirla. Consciente o no del término ‘sororidad’ propone la unión de las mujeres creyentes como un nuevo paradigma de colaboración: “Todos tenemos la misma vocación, servir a Dios y servirnos los unos a los otros, pero el vivir esta vocación depende de nuestros propios dones y carismas particulares y de nuestra prontitud para responder al Señor (…). Hoy muchas de nosotras estamos comenzando a pensar en términos de complementariedad de vocaciones, siendo conscientes de que tenemos que hacer frente a muchos de los mismos problemas y los mismos retos. Estamos empezando a darnos cuenta de que nos podemos ayudar mutuamente para afrontarlos, conscientes de cuánto nos necesitamos unas a otras”.
Mercedes Navarro apunta que hay que tener en cuenta la necesidad relacional de la mujer: “Si a una mujer le arrebatas la estructura relacional, le arrebatas no solo un núcleo de identidad, sino que la anulas como persona. Las relaciones son su hábitat, su experiencia básica, su eje estructural”2. Hoy se ha ido extendiendo en algunos países el sentido de comunidad de mujeres, de asociación, de grupo, para hablar, compartir, ayudarse, empoderarse, orar, celebrar… La mujer necesita relacionarse con otras mujeres para fortalecer su identidad personal y social.
En la vida religiosa, Eleonora Barbieri en 1998 recuerda la labor de las religiosas en diversos campos sociales para empoderar a la mujer y promover el cambio: “Las religiosas desde siglos están trabajando en silencio, haciendo muchas veces a favor de la sociedad lo que otros no quieren hacer”3.
Enrica Rosanna manifiesta que las mujeres están creando redes, grupos sororales, al tomar conciencia de su condición de mujer y del sentido de responsabilidad con los demás. El nuevo paradigma potencia el desarrollo de los recursos personales por medio de una auténtica reciprocidad: “Por esto, diversas mujeres –individualmente y asociadas– han reforzado la solidaridad entre ellas (…). Han pedido justicia con la intención de no luchar solamente para sí mismas, sino para todas, hombres y mujeres, sin tener en cuenta la edad, la nacionalidad o la religión”4.
Más recientemente, Janet Mock, propone que con imaginación y creatividad las congregaciones están llamadas a establecer vínculos pues “son parte de una hermandad más amplia y no hay mayor inversión para el futuro que conjuntar nuestros recursos para asegurar que haya religiosas formadas espiritualmente, preparadas intelectualmente y psicológicamente maduras para enfrentar los retos que tenemos ante nosotras en el mundo. Debemos encontrar la manera de hacer juntas lo que muchas comunidades no pueden hacer solas para asegurar la vida religiosa en el futuro”5.
Siguiendo esta misma línea, Pat Farrell subraya la apertura que la vida religiosa está experimentando puesto que el “futuro es incierto. Solo podemos crearlo juntas (…) hoy existe una nueva urgencia de profundizar nuestra capacidad de escuchar y de seguir la guía de la sabiduría colectiva (…). El futuro nos está llevando más allá de lo personal hacia la transformación comunitaria”6.
La idea-significado del término sororidad-fraternidad va tomando forma, pero sigue sin ser de uso habitual en el castellano o español de España –sí, o mucho más, en el hispano, lo mismo ocurre en otras lenguas de origen latino; por otro lado, la lengua inglesa usa el término sisterhood, e incluso sorority. Sororidad proviene del latín soror, sororis, “hermana”. Se refiere a la relación entre mujeres caracterizada por la solidaridad, la amistad y la creación de alianzas, es decir, un “hermanamiento al modo de ser femenino”.
La antropóloga mexicana Marcela Lagarde es una de las promotoras y difusoras del concepto en lengua española y se refiere al “apoyo mutuo de las mujeres para lograr el poderío de todas. Es una alianza entre mujeres que propicia la confianza, el reconocimiento recíproco de la autoridad y el apoyo. Se trata de acordar de manera limitada y puntual algunas cosas con cada vez más mujeres. Sumar y crear vínculos. Asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras”7.
La comunión sororal en la vida religiosa apostólica femenina es signo profético. Los carismas en comunión son expresión de la riqueza del Evangelio, del misterio de Cristo que cada instituto es llamado a difundir por gracia del Espíritu. Dios con nosotras y a través nuestro evangeliza. He aquí el desafío de la vida apostólica: habitar el mundo como hermanas y hermanos, y en comunión de carismas anunciar el Evangelio y hacerlo creíble en nuestro tiempo.
Vida religiosa en clave de sororidad
Para la vida religiosa la sororidad es reconocerse una gran familia en la tierra y en el cielo; sentir que, estés donde estés, las hermanas de congregación –y más allá de la propia congregación– son tu familia. Es ese saberse comunidad en el Señor que nos sostiene y ayuda a través de nuestras hermanas. Joan Chittister escribe: “they do all come out of one heart”. Jesús es quien nos une –en un solo corazón– como hermanas en un único Padre, es el misterio de comunión sororal.
Las mujeres del Evangelio siguen a Jesús, permanecen junto a Él en la cruz y son testigos de la resurrección, se mantienen unidas, son hermanas, amigas y confidentes (María e Isabel). La vida con el Señor es una experiencia de comunidad, Él es quien nos convoca a vivir juntas y nos envía a la misión. La vida religiosa apostólica está llamada a ser comunidad en salida, al encuentro del otro. Felicísimo Martínez escribe “el amor fraterno o sororal es el núcleo de la vida cristiana, la sustancia del Reino de Dios y su justicia”8. Cada uno está llamado a vivirla desde su vocación. Jesús nos deja el mandamiento del amor: “que os améis los unos a los otros como Yo os he amado”, (Jn 15,12). Con Jesús, la Trinidad revelada en la familia de Nazaret, nos acerca a una familia humana modelo del amor recíproco. La sororidad-fraternidad se aprende del amor Trinitario, Dios Trino es Padre y en su Hijo nos entrega su amor que permanece con la humanidad por el misterio del Espíritu.
Comunidades sororales
San Agustín entiende la koinonia –la fraternidad monástica– como un ámbito propicio para vivir la amistad. Presenta como modelo la petición de Jesús al Padre en la oración sacerdotal: “Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también sean uno en nosotros” (Jn 17,21). Es una unidad a la que se llega por gracia. El amigo-hermano es “el hermano de mi corazón” (Confesiones, 9,4-7), “mi otro yo” (Carta 20,1). La relación sororal de las hermanas o fraternal de los hermanos es inspiración del Espíritu: “Cuando nuestra amistad es una amistad en Cristo, entonces hay lugar para todos, ¡el amigo es único, aunque no es el único amigo! (…). Quien ama según el corazón de Cristo, puede ir por las calles, amar a todos en el espacio infinito de amor que ha recibido de Dios y que lo hace capaz de acoger a todos para llevarlos a Dios”9.
La comunidad sororal es profecía de una nueva vida en Cristo, anuncio de la presencia y de la acción de Dios que reconcilia y hermana cotidianamente, en medio de las inevitables dificultades de la vida en común: “Es maravilloso conseguir que una comunidad religiosa sea un signo profético inserto en un hospital, en un colegio, en un barrio, etc., y lo será si es una comunidad orante, fraterna, abierta, generosa, apostólica y misionera”10.
La vida sororal en comunidad nos pone al lado del otro, uno junto al otro, donde Dios ocupa el centro. La comunidad es dinámica, concreta, en constante recreación y celebración; nos invita a darnos, admirar, respetar y renunciar hasta desaparecer. La vida sororal favorece el desarrollo de los dones personales y suscita una verdadera solicitud hacia la hermana más frágil y débil, porque vemos en ella a Jesús, frágil y débil.
La carta Anunciad recuerda que la fecundidad de la vida religiosa apostólica depende de la calidad de las relaciones comunitarias: “La vida fraterna en comunidad, vivida en la sencillez y en el gozo, es la primera y la fundamental estructura de evangelización”11. Pero hay que estar convencidos de su fuerza testimonial: “Vivir la alianza fraterna y sororal, convivir como hermanos y hermanas en el Señor (…) es una forma de mostrar, con la vida, en qué consiste el seguimiento de Jesús, en qué consiste la vida evangélica, en qué está la vida abundante que Jesús quiere para toda la humanidad. La vida comunitaria es una forma práctica de anunciar el Evangelio, de acreditarlo, de hacerlo creíble. Porque no solo es un anuncio; es una práctica capaz de mostrar que el Evangelio se está realizando ya: esta es una de las misiones fundamentales de la vida religiosa: mostrar con las prácticas comunitarias en qué consiste la vida evangélica y cómo se puede vivir la vida evangélica”12.
Necesitamos humanizar nuestras relaciones, sentirnos hermanas, amigas en el Señor, donde el rostro de la hermana es transparencia del mismo rostro de Cristo. El papa Francisco en sus abundantes reflexiones sobre la vida consagrada, insiste en cuidar la comunidad: “¡Proximidad! ¿Quién es el primer prójimo de un consagrado o de una consagrada? El hermano o la hermana de la comunidad. Este es vuestro primer prójimo”13.
Las comunidades sororales se caracterizan por compartir la misión, pues en el grupo descansa la fortaleza, riqueza y testimonio; por crear calor del hogar, acogida, afecto, donde simplemente se está en casa. En la relación sororal, la empatía mueve a la acción, al empeño en hacerse cargo del otro, atenderlo, cuidarlo; es mirar con el amor de hermana y sentir con el otro, ser consuelo en el llanto y esperanza de una vida nueva. Cito las palabras del papa Francisco: “el hermano y la hermana que Dios me da son parte de mi historia, son dones que hay que custodiar”14. Las relaciones sororales y fraternas nos empujan a crear vínculos de comunión para que todo lo humano tenga un eco en nuestro corazón.
El núcleo de esta comunidad es una relación humana y espiritual, comprometida, portadora de esperanza. No tengamos miedo a ser comunidades humanamente vulnerables; Cristo entregó su vida por amor a la humanidad: “Nuestras identidades no nos pertenecen sino que somos depositarios de lo que ha sido vertido en ellas. Solo son fecundas cuando las ofrecemos hasta el final, sin hacer propaganda de ellas, sino cuando las ponemos a disposición de los demás15.
Hacia una sororidad universal
Jesús creó la comunidad de los doce. Jesús se llamó hermano y hermana de la humanidad unidos en el mismo Señor, y reivindicó la justicia para todos. No era político, pero no dejó de cuestionar a los poderosos de su tiempo… ¿Por qué no va a ser hoy del mismo modo?
Simone Weil, en su última carta dirigida al P. Jean-Marie Perrin, sacerdote dominico, escribe: “Hoy no basta con ser santo, es necesaria la santidad que el momento presente exige… una santidad nueva, también sin precedentes (…). Donde hay una necesidad, allí hay una obligación”. Muchas religiosas transitan, en su vida cotidiana, por las necesidades de nuestro mundo; la diversidad ha puesto de manifiesto la creatividad sororal que reaviva la experiencia de Pentecostés: “convertir el mundo de los hombres en un espacio de verdadera fraternidad”16.
La religiosa es hoy hermana de la gente; una más entre ésta, permanece derramando el amor de Cristo: curar heridas y sanar dolencias, empoderar a las personas, mediar en los conflictos, acompañar en el arte de la reconciliación; generadora de vida como Jesús, que no quiere a nadie doblegado ni esclavo, sino que quiere una humanidad en pie, libre. Elías López nos llama a “saltar en las heridas del mundo para convertirse en ungüento de sanación”17. Las heridas duelen, y a veces su largo periodo de cicatrización supone mucho sacrificio y dolor. O abrazamos el sufrimiento del mundo o no seremos testimonios de la redención. La vida religiosa en las periferias manifiesta una sororidad universal, donde todos somos hijos de Dios, donde no hay excluidos, donde el único privilegio de la hermana y hermano de Jesús es el servicio: lavar los pies del marginado y cargar la cruz de nuestra historia.
La vida religiosa es un carisma que colabora con la solidaridad universal; si somos mujeres y hombres del Espíritu, este compromiso es prioritario en un mundo disperso. La comunidad sororal es la primera semilla de la comunidad universal: “la vida de comunión se convierte en signo para el mundo y en una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo. De este modo la comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión”18. La comunidad es escuela de sororidad-fraternidad: “Es en la fraternidad donde se aprende a acoger a los demás como don de Dios, aceptando sus características positivas junto con sus diversidades y sus límites. Es en la fraternidad donde se aprende a compartir para la edificación de todos”19.
La vida religiosa es un modo de vivir esta sororidad alrededor del mundo, pues hoy las congregaciones se encuentran diseminadas en los lugares más recónditos e insólitos. La vida religiosa apostólica femenina representa una de las colectividades más grandes de mujeres en todo el planeta, llamada a extender esta sororidad global que avanza enraizada en el Amor de Cristo y que llama al otro hermano y hermana. Vivimos en clave universal cuando estamos convencidos de que todos somos parte del mismo universo que Dios sigue creando.
Nuevas formas de misión: la creación de alianzas
Ser conscientes de formar parte de la misma creación y de la misma humanidad es el primer paso para el encuentro y la participación en un proyecto común. En este tercer milenio trabajar en red –networking– para colaborar y participar en iniciativas que contribuyan al bien y justicia social no es una tendencia o una moda, sino que es resultado de un nuevo modo de relacionarse que las nuevas tecnologías y medios de comunicación han favorecido y que nos sitúa a escala mundial. La cuestión determinante es qué une a estas redes: ¿una humanidad solidaria que siente el dolor del prójimo? o ¿una humanidad solidaria que siente en el dolor del prójimo a Cristo crucificado?
La network de la vida religiosa radica en ser un solo corazón en Jesús al que nada humano es ajeno. La sororidad-fraternidad universal irrumpe en el misterio de la Encarnación, en una mujer que nos da a su hijo, nuestro hermano mayor. Jesús nos enseña a amar como hermanos para que seamos una misma familia humana. Las redes en la vida religiosa son sólidas porque se tejen movidas por un amor oblativo, sin condiciones. La red permite aunar esfuerzos y mejorar el rendimiento de los recursos (materiales y personales); pero más importante que los beneficios y logros de nuestras metas, es la unión de las redes, el testimonio de entrega personal y comunitaria. Hoy las redes han pasado a tener un alcance universal y una compleja organización. Los medios han favorecido e impulsado redes de solidaridad e interdependencia, es nuestra responsabilidad transformarlas en canales de humanidad por los que circule la Buena Noticia. La interconectividad ensancha y enriquece la visión del mundo, fortalece los vínculos para la acción común y proporciona sentido de pertenencia y corresponsabilidad.
Las redes son testimonio de unidad en un mundo muy dividido o fragmentado. La fortaleza de nuestras redes está en el vínculo que se establece: la comunión de carismas que no trata de unificar, sino compartir, intercambiar, recrear. La misión se comparte cuando se comparte la vida. El modelo intercongregacional va ganando terreno. La misión común va más allá de la acción, supone la relación entre nosotros y el reconocimiento de que somos don en reciprocidad. Nadie puede apropiarse del carisma de la vida consagrada, más bien debe promoverse el “instinto de universalidad”20.
Oración de intercesión
Cuando el Espíritu irrumpe, todo es posible porque es sencillamente sorprendente. La comunidad orante nos prepara para ver la presencia de Dios en las personas, para mirar con los ojos del amor de Dios los acontecimientos y cosas; la comunión cambia la mirada sobre nuestras hermanas y hermanos. Henri J.M. Nouwen señala que la soledad nos dispone para Dios; en ella nos vaciamos para Dios y al mismo tiempo nos abrimos a los demás y dejamos que Dios ‘toque’ el mundo a través nuestro: “se abre un gran espacio en el cual podemos acoger a toda la gente del mundo (…). En la verdadera soledad hay cabida ilimitada para los demás (…). En la soledad somos tan absolutamente pobres que podemos entrar en solidaridad con todos los seres humanos y dejar que nuestro corazón sea el lugar del encuentro no solamente con Dios, sino a través de Él con todos los hombres”21.
Metz se refiere a la “solidaridad histórica de los orantes (…). Los que oran se hallan imbricados en una gran red de solidaridad histórica”22; no se puede rezar de espaldas a los que sufren, sino que hay que rezar por y con ellos.
La comunión sororal-fraterna es espacio teologal donde se vive la presencia mística del Señor resucitado. Entrar en la lógica del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es amar recíprocamente. Donde el amor es renuncia por amor en un movimiento circular entre las tres personas. Desde esta perspectiva, la comunidad religiosa contempla el amor de Dios que está llamada a reflejar. No pueden vivir personas tan distintas juntas de modo estable, si no es porque cada una de ellas está unida al Señor.
El centro de la comunión es el sacramento de la Eucaristía. Jesús, antes de entrar en comunión con la humanidad, encomendó a los suyos “hacer esto en memoria mía”. También nos lo encomienda a nosotras. ¿En qué consiste este ‘encargo’? Repartir el pan es partir, compartir y entregarse; hoy sigue siendo un signo profético, anticipación del amor definitivo en Cristo. La vida consagrada actualiza la entrega en la cruz de Jesús que nos amó hasta el extremo. En la Eucaristía comulgamos con Cristo y enamorados de Él, comulgamos con los más pobres y necesitados –con el drama humano– en nuestro servicio de amor en Cristo.
Hacia una nueva humanidad
Para construir la sororidad-fraternidad universal hay que cruzar fronteras que pueden situarnos en terreno peligroso; muchas hermanas lo hacen. La frontera no es un límite, sino un lugar de paso para habitar con los más desfavorecidos. La caridad no es una opción. En nuestra sociedad secularizada, la vida religiosa será creíble si sus proyectos son humanos y humanizan. ¿Las religiosas son una gota en el océano? Sí, ciertamente, pocas y anónimas entre tantos, pero por contacto, como por ósmosis, el bien se va difundiendo. La voz debe hacerse oír con la serenidad y firmeza propia de la mujer. Su presencia desde abajo, las acerca a la verdad del mundo. Crear vínculos significa ‘ofrecer vida’, formación, palabra, dignidad, superación de la marginación para entrar a formar parte de la sociedad con voz propia. Las religiosas deben optar por ser minoría profética, resituarse y asumir con coraje –en algunos casos hasta el martirio– su entrega a la humanidad, ser signo del Espíritu que inspira la fuerza.
La comunión Trinitaria es comunión de amor hasta la kénosis, ¿dónde está la kénosis de la vida religiosa? El abajarse e ir hacia los últimos, el éxodo personal y comunitario hacia la tierra prometida son el único camino de salvación. La vida religiosa lleva consigo morir. Acudir a la historia de nuestros fundadores y fundadoras es descubrir hombres y mujeres contracorriente, visionarios que tomaron decisiones valientes. Imaginación misionera en escucha del Espíritu para ir más allá de lo cotidiano, intuir la mirada de Dios al mundo y optar por un sistema de valores distinto, por nuevas actitudes ante la vida: “El diálogo es un instrumento poderoso para convertirnos en hermanos y hermanas los unos de los otros, y quizás también amigos, más allá de las diferencias y de los múltiples problemas cotidianos. La vida religiosa, cuando se abre al diálogo, se convierte en camino de amistad que narra, más que las palabras, quién es el Dios que celebramos”23.
Ser discípulos es vivir la comunión en Cristo haciéndose responsables los unos de los otros como hermanas y hermanos para que ninguno se pierda. Hoy la misión no va por caminos espectaculares ni mucho menos populares; la misión nos sitúa al margen porque Jesús se situó en los márgenes, solo ahí se vuelve fecunda; pero no es fácil y, con frecuencia, resulta incómoda. La vida religiosa –situada en los márgenes de los caminos, allí donde el amor y misericordia se hacen especialmente urgentes, puesto que es donde la vida y la esperanza están más amenazadas– es profética.
Conclusión
Cristo nos ha constituido pueblo, hermanas y hermanos entre nosotros. Jesús nos lo dice: “vosotros sois todos hermanos”, (Mt 23,8). Estamos llamadas –en femenino– a expresar la alegría de caminar juntas, como hermanas entre hermanas y hermanos: ofrecer el amor de Dios al mundo y el mundo a Dios. La vida religiosa está llamada a acercarse al otro, amarlo, comprenderlo y aliviar su sufrimiento; a ser lugar de la experiencia de Dios, testigo en el mundo de hoy. La alegría emana del encuentro y la comunión; no es suficiente señalar el camino, hay que andar el camino con el otro y, guiada por el Espíritu, ser semilla de esperanza.
La vida religiosa femenina está llamada a manifestar su ‘originalidad’ a través de sus palabras y gestos, su ternura, sencillez, delicadeza, cuidado, atención, amabilidad, cercanía. En el corazón de la mujer la pasión de amor se expresa también en las lágrimas de dolor por la injusticia, violencia y sufrimiento.
El amor de Dios no se agota; recordemos el milagro de la multiplicación de los panes y peces. Nuestro compromiso –en palabras de una superiora general– está en “poner mis panes y mis peces”, el Señor hará el resto. ¿No es esto lo que nos pide el Espíritu? Estamos llamadas a ser hermanas y basta, es un misterio de quien vive fascinada por Cristo. En la profesión nos ponemos en manos de nuestras hermanas mayores en la fe; ser hermanas es la fecundidad del amor sin medida que crea vínculos, nos hace cómplices y convierte la comunidad en provocación: ¡compartir dones, vida, oración, por amor al mundo! La comunión sororal es signo escatológico de la familia de Dios reconciliada y reunida.
Es tiempo de crear y multiplicar formas generosas de sororidad también a distancia. El mundo se nos ha hecho próximo: hermanas y hermanos enfermos, prisioneros, abandonados, pobres, humillados… del mundo entero forman parte de nuestra oración de intercesión. Oración y misión se aúnan en proyectos de acción local y dimensión global. En nuestros días se han creado redes amplias entorno a la trata de personas, la inmigración, la explotación de menores, la mendicidad, la prostitución… tenemos medios, recursos y profesionales para paliar el dolor de muchas personas, para ser testimonio de Cristo que ha venido a liberarlas de su esclavitud y humillación. La vida religiosa ha decidido organizarse de una forma nueva, flexible, inclusiva, creativa que favorezca otros apostolados. Cada vez más las religiosas están alzando su voz en instituciones internacionales en defensa de los derechos y dignidad de la persona; desde estas plataformas también su palabra se hace creíble y signo profético del Reino.
En salida pero juntas y juntos, en comunidad, con otras hermanas y hermanos, con otros institutos, con laicos… somos vida religiosa en comunión sororal y el mundo es nuestra casa; con raíces profundas que nos dan identidad pero sin patria fija, en camino hacia la patria definitiva. Urge dejarse encontrar, hacerse visible, no ser protagonistas ni distinguirse, ni ser héroes ni tan solo mártires, pero Jesús nos dijo: “por sus frutos los reconoceréis”, (Mt 7,20). Hacerse presente, situarse en la calle y en la plaza es ponerse a disposición del otro, y dejarse implicar por las miserias humanas; ser sensibles y sencillas, llorar con y por el mundo es convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carme, humilde y humano. Solo nuestra humanidad nos acerca a la humanidad; Jesús de Nazaret se hizo hombre; la humanidad le costó la muerte en cruz. Seguir a Jesús es seguir a un hombre; Él no lo tuvo fácil, pero es posible; del Espíritu del Señor nos viene la fuerza.
El sueño de la vida religiosa es un universo sororal. Su misión se ubica allí donde Cristo sigue crucificado en las hermanas y hermanos que sufren. Hoy la vida religiosa apostólica femenina es portadora de buena noticia. Se empiezan a ver los frutos del Espíritu: la esperanza y la alegría se percibe en el modo de estar en el mundo y crear comunión.
La vida religiosa cree en el Dios de la Alianza con la familia humana, forma parte de la humanidad y ama a sus hermanos. El papa Francisco nos llama a ‘rescatar’ lo mejor de la humanidad: “Dios creó la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados”24. La misión es de Dios que sigue llamándonos y que obra muy discretamente a través nuestro: dejemos a Dios ser Dios.
1 Cf. Lovatt-Dolan, Elizabeth, Mujeres unidas en la
Iglesia, en Boletín UISG, 54 (1980) p. 11.
2 Navarro Puerto, Mercedes, Trinidad y mujer: el problema del lenguaje, en Testimonio, 5 (1993) p. 53.
3 Barbieri Masini, Eleonora, Religiosas, constructoras de un futuro alternativo, caminando en nuevas solidaridades, en Boletín UISG, 108 (1998) p. 31.
4 Rosanna, Enrica, El don de ser mujer. Algunas sugerencias para la reflexión en vista de la educación y de la formación de la mujer, en Boletín UISG, 119 (2002) p. 19.
5 Mock, Janet, Sorprendidas por la alegría: las fuentes de las profundidades iluminan la vida religiosa, en la Asamblea de LCWR, Houston, Texas 12 agosto 2015: https://lcwr.org/sites/default/files/calendar/attachments/janet_mock_csj_-_keynote_address_-_lcwr_assembly_-_spanish.pdf
6 Farrell, Pat, Ser líder a partir de la atracción del Santo Misterio: Contemplación y transformación, en la
Asamblea de LCWR, Atlanta, Georgia 2016: https://lcwr.org/sites/default/files/calendar/attachments/lcwr_2016_assembly_keynote_-_pat_farrell_osf_-_spanish.pdf
7 Lagarde, Marcela, Conferencia: Sororidad. Fuenlabrada (Madrid) 2013:
8 Martínez Díez, Felicísimo, La frontera actual de la vida religiosa. Bases y desafíos de la refundación, San Pablo, Madrid 2000, p. 75.
9 Tenace, Michelina, Col cuore di Cristo sulle strade del mondo, en Vivere in Cristo secondo la forma di vita del Vangelo (PC 2). Formati alla vita consacrata nel cuore della Chiesa e del mondo, (= Sequela Christi 2015/02), CIVCSVA, Roma 2015, p. 46.
10 F. Pironio, Eduardo, La misión profética en la Iglesia y su expresión en la vida religiosa, en Boletín UISG, 73 (1987), p. 9.
11 Civcsva, Anunciad, 29.
12 Martínez Díez, Felicísimo, ¿Adónde va la vida religiosa?, (= Sígueme, 20), San Pablo, Madrid 2008, p. 98.
13 Francisco, Discurso Jubileo de la Vida Consagrada, Roma 1 febrero 2016: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/february/documents/papa-francesco_20160201_giubileo-vita-consacrata.html
14 Francisco, Homilía en la Fiesta de la Presentación del Señor XXII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, Basílica Vaticana, 2 febrero 2018: https://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2018/documents/papa-francesco_20180202_omelia-vita-consacrata.pdf
15 García Paredes, José Cristo Rey, Profecía de la Vida Religiosa hoy. Una forma de vida luminosa, en CONFER, 2010: http://www.dominicasanunciata.org/wp-content/uploads/2016/06/wdomi_pdf_4776-EiazlXZNP1nO0fv3.pdf
16 Martínez, Salvador, La experiencia de la fe carismática de la Renovación del Espíritu Santo, en Ecclesia, n.º 1-4, vol. 27 (2013) p. 84.
17 López, Elías, “Religiosos-reconciliadores” dispuestos a ser “daño colateral”. Cordero de Dios que cargas con la violencia del mundo, en CONFER, n.º 199, vol. 52 (2013) p. 401.
18 Civcsva, Anunciad, 28.
19 Civcsva, Para vino nuevo odres nuevos,16.
20 Bocos Merino, Aquilino, Una fecunda y ordenada comunión eclesial, en Vida Religiosa, 90 (2001) p. 298.
21 J. M. Nouwen, Henri, Soledad y comunidad, en Boletín UISG, 48 (1978) p. 53.
22 Metz, Johann Baptist, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona 2013, pp. 102-103.
23 Lavigne, Jean-Claude, Perché abbiano la vita in abbondanza, Qiqajon-Comunità di Bose, Magnano 2011, p. 364.
24 Francisco, Discurso en el Campo de refugiados de Moria, Lesbos 16 abril 2016: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/april/documents/papa-francesco_20160416_lesvos-rifugiati.html