XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C
“Procede con humildad… hazte pequeño… porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes”.
Si no quiero que las palabras de la revelación se me queden vacías de sentido y ajenas a la vida, he de ponerlas bajo la luz de la Palabra hecha carne, pues en ella –en Cristo Jesús- se encuentran cumplidas todas las palabras que de ella han hablado, y que la comunidad de fe ha escuchado, creído, confesado y vivido.
“Procede con humildad”, dice el Eclesiástico. Y la fe, puesta la mirada en el espejo de la anunciación, aprende a imitar en la vida lo que se le concede contemplar en el misterio. Allí es humilde el lugar designado, la doncella escogida, el mensaje entregado, la respuesta confiada. Allí es humilde el misterio revelado, pues Dios con ser Dios, es engendrado, gestado y nutrido, y todo ha de recibir de una doncella quien sustenta en el ser a todo el universo.
“Procede con humildad”, nos pide la sabiduría. Y la fe, necesitada de ver para saber, vuelve la mirada contemplativa al misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Considera y admira lo que allí se ve: El que ha asignado lugar a las órbitas de toda la materia, no encontró lugar para él en la posada. A la humildad del silencio en el claustro virginal, se añade ahora la humildad del parto, la humildad del llanto, la humildad del alimento suplicado por quien es el pan de todos los hambrientos. En el misterio de aquel nacimiento has visto a Dios tan cercano y tan pequeño –tan humilde-, que los pecadores pueden darse prisa en encontrarlo, y pueden llevarlo en brazos los ancianos.
“Procede con humildad”, dice el Señor. Y la fe se arrodilla a la sombra de la cruz de Cristo para contemplar el misterio que allí se consuma: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.
“Hazte pequeño”, como un resto que los poderosos olvidan con desprecio, como un último del que nadie tiene envidia, como un pan de eucaristía destinado a ser partido y repartido.
“Hazte pequeño”, como quien sirve, como quien bendice, como quien acaricia, como quien se arrodilla para lavar pies y vendar heridas.
“Hazte pequeño”, como quien cree, como quien espera, como quien ama, como quien abraza, como quien perdona, como quien sonríe.
“Hazte pequeño”, como un niño, como Dios.
La llave del futuro para la tierra y el hombre la tienen en sus manos los pequeños.
“Hazte pequeño”.