Dice una de las plegarias eucarísticas, que resume historia de Jesús y la prolonga: «Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal».
Y esta es también la gloria de la Iglesia peregrina de todos los tiempos, con sus sombras, que también las hay.
Gloria de bien, sabiendo que el único bueno es el Padre, como el mismo Jesús le recuerda a aquel que le llamó «Maestro bueno».
Participación en esta bondad del Padre prolongada en nuestras vidas. Hacer el bien de la Buena Nueva, intentar crear o, mas bien cooperar, en esas liberaciones que pueden no proceder de nosotros mismos.
De cuando en cuando, el miedo o la comodidad nos paralizan y perdemos posibilidades de bien, de liberación. Decimos que no son nuestras, que no tienen sello eclesial, que son sospechosas, que se esconden cosas insospechadas e intereses creados.
Pero muchos nos siguen diciendo que están cansados, que no pueden vivir bajo la opresión de la mentira y del robo de los poderosos. Que los bancos no son gobiernos. Poderosos porque transmiten el miedo de que el sistema es inalterable, que ha de haber pobres para que puedan vivir unos cuantos ricos y que el pan y el circo son suficientes para distraer la bondad y la justicia de la mayoría de los ciudadanos anónimos.
Liberaciones que asoman, muchas veces arrogantes (quizás tengan que serlo como pecado de juventud), ofensivas contra el orden establecido (y la mayoría de nosotros somos esclavos temerosos de este orden omnipresente, también al interior de nuestras comunidades).
Quizás no las tengamos que seguir porque ninguna propuesta política o social condensa todo el Evangelio. Pero lo que es seguro es que nos deberíamos dejar cuestionar sobre nuestras vidas y nuestros dineros y nuestras posesiones y nuestros saberes y nuestras opresiones (las que ejercemos y las que sufrimos).
Sólo Dios es bueno, pero eso no quiere decir que todos los demás sean malos.
Qué sigamos intentando pasar haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. Bien que no es de nuestra propiedad.