viernes, 19 abril, 2024

Vámonos a otra parte

Si la palabra de la verdad fuese un credo de idas sobre Dios, lo normal sería que esas ideas las propusiéramos en primer lugar a los poderosos, a los sabios, a los entendidos, a los expertos. Les encantaría disertar sobre ellas.

Pero al ser esa palabra un evangelio, al tratarse del mensaje de la cruz, sólo la podremos anunciar a los pequeños, a los débiles, a lo necio del mundo, a los oprimidos, a los náufragos de todas las fronteras, a los emigrantes de todos los caminos, a los pobres, a gentes que, desde su indigencia, abracen lo que el rico despreciaría desde su suficiencia.

La misión de curar corazones quebrantados no es aventura de díscolos ni opción de partido político, sino obediencia de ungidos por el Espíritu de Dios. Es él quien nos ha enviado, es él quien ha puesto en los caminos de los pobres a Cristo Jesús y al cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Así había visto el profeta a Jesús: proclamando a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, poniendo en libertad a los oprimidos y proclamando para los pecadores un jubileo que nunca tendrá fin.

 

Así vieron a Jesús los testigos de su palabra y de sus obras: proclamando el evangelio de Dios, la llegada del reino de Dios, y pidiendo, para entrar en él, la conversión y la fe. Jesús se acerca a los enfermos, los toma de la mano, se queda con su fiebre, los contagia de su resurrección.

Cristo Jesús, la palabra de la verdad, ha venido a sanar corazones quebrantados, a vendar heridas, a expulsar demonios. La palabra de la verdad no busca adoctrinar sino liberar, no se ocupa de ideas que el hombre pueda tener sobre Dios sino de la salvación que Dios ofrece a quien la necesita.

La palabra de la verdad es el evangelio de la salvación. ¡Ay de mí si no lo anuncio!

El camino de los discípulos de Jesús es el de ese hombre cuyos días se consumen sin esperanza, el de los que mueren antes aun de saber por experiencia que la vida es un soplo, el de los que son predilectos de Dios porque son pobres.

Hoy comulgas con tu Señor. En esa comunión él te toma de la mano, se queda con tu muerte, te levanta con su resurrección. Y tú, Iglesia cuerpo de Cristo, ungida con su mismo Espíritu, eres enviada como él a sanar, liberar y perdonar: ¡Si dejases de ir con Cristo, dejarías de ser de Cristo!

Feliz domingo.

 

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