Las palabras de la oración las pone el salmista, pero sólo tú puedes poner el sentido.
Para ayudarte a llenarlas de significado, deja que las pronuncie junto a ti la mujer de la que habla el evangelio. Acaba de ver salvada su vida, acaba de ser perdonada, acaba de descubrirse amada, sencillamente amada, sin ser utilizada. Escúchala mientras dice: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Nada dirá, sin embargo, si no ve que la mano del Señor ha apartado de ella las manos de sus acusadores; nada dirá, si en aquel paso suyo de la muerte a la vida, no reconoce la presencia liberadora del Señor; nada dirá si no cree, si no reconoce que ha sido sacada del abismo, si no reconoce su pecado y que su Dios se ha fijado en ella con infinita misericordia, para enviarla en paz a su casa.
Aquella mujer, sorprendida en adulterio, representa a la humanidad que se ha apartado de Dios, y que Dios ha reconciliado consigo en Cristo Jesús. Aquella mujer perdonada y pacificada, representa a la Iglesia, que Cristo ha liberado de la muerte. Aquella mujer representa a la comunidad que en este domingo celebra la Eucaristía, se encuentra con su Señor, escucha palabras de perdón, comulga con el que es la Vida, y recibe de él la paz con la que él nos devuelve a lo cotidiano de la vida.
Con aquella mujer, que reconoce en sí misma el pecado que la condena, y en Jesús de Nazaret el amor con que Dios la ama, el perdón con que Dios la regala, y la paz con que Dios la enriquece, también nosotros vamos diciendo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Feliz domingo. Feliz camino hacia la Pascua con Cristo.