viernes, 19 abril, 2024

GOZO Y EL EXULTACIÓN: SANTOS Y SANTAS

Ha sido frecuente entre nosotros utilizar un lenguaje inadecuado para hablar de la santidad: “tenemos que ser santos”, “hemos de ser santos”, “tender hacia la santidad”. Estas y otras frases ponen de relieve el esfuerzo moral que se necesita para llegar a ese objetivo. En el fondo no acabamos de superar el semi- pelagianismo que hemos ido heredando desde hace muchos siglos. El tema de la santidad se plantea bien, cuando se entiende de verdad porqué hablamos en esos términos. La santidad es una gracia, no una conquista. La santidad es gozo y exultación… es una “nueva normalidad” después de buscar la felicidad donde no está. “Un santo triste… es un triste santo”. Hoy celebramos la fiesta de todos los que han conseguido la plenitud bienaventurada

“La montaña cósmica”

El objetivo de la religión bíblica es superar la separación entre Dios y los humanos, lo sagrado y lo profano. La brecha entre cielo y tierra es superada en la biblia a través del descenso de Dios del cielo a la tierra. Y esto ocurre en la cima de una montaña, símbolo de encuentro entre el cielo y la tierra.

La “Montaña cósmica” es el espacio de las teofanías: el monte Sinaí (Ex 19,16-19) se convirtió en montaña santa, separada, limitada por cercas en torno (Ex 19,23); allí quedó ubicado el Tabernáculo sacerdotal (Ex 25-31), desde donde Dios transmitía la santidad a través de los sacerdotes que realizaban los rituales sacramentales.

Desde la Montañas de las bienaventuranzas Jesús mostró el gran camino para conectar con la santidad de Dios: las bienaventuranzas

Los llevaré por caminos que ignoran

“Errante” es aquella persona que no encuentra su morada, que no sabe adónde dirigirse, que realiza un viaje “a ninguna parte”.

Expulsados del Paraíso, Adán y Eva se convirtieron en “seres errantes”; también Caín, tras el asesinato de su hermano Abel. El pueblo de Israel erró por el desierto durante 40 años. El profeta Miqueas -ante el rey Acab y sus 400 profetas – exclamó:“He visto a todo Israel vagando por las montañas como ovejas sin pastor. Y dice el Señor: «Éstos no tienen dueño” (1 Rey 22,17).

También el profeta Jeremías constató que “tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país” (Jr 14,18).

Jesús comparó a su pueblo como “ovejas errantes”, sin pastor e incluso a no pocas como “ovejas perdidas”.

Así mismo hoy nos encontramos con mucha gente errante, perdida, sin casa, sin hogar, sin morada: pueblos que navegan sin rumbo, sin un auténtico liderazgo, comunidades que no son comunidades sino grupos de gente dispersa, perdida, personas que sobreviven, subsisten, pero que no encuentran el sentido de la vida, que no saben adónde encaminarse.

Y también esto sucede en la Iglesia, en el matrimonio, en la vida consagrada en la vida laical, aunque parezca increíble. Somos discípulos del buen Pastor, pero a pesar de todo, hay personas, comunidades, instituciones que viven de la repetición de lo mismo, que han renunciado al camino, a la ruta, y sólo viven de la rutina: del ritualismo, del “siempre se hizo así ¿para qué cambiar?”, del fixismo espiritual y consecuentemente de una, progresiva parálisis espiritual. Está perdido quien no se mueve, quien vive de lo mismo, quien renuncia a trascenderse, quien camina sin meta: esa persona es el judío errante, el cristiano errante, el consagrado o la consagrada errante.

El camino de la alegría – Las Bienaventuranzas

Jesús unió la santidad a las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Jesús fue la encarnación del profeta Mebasser (el profeta de la alegre noticia) que anunciaban el deutero- y trito-Isaías (Is 40; 52; 61). Por eso, muestra en sus bienaventuranzas los rasgos de la santidad del Reino de Dios. La mayor desgracia e infelicidad es no entrar en el ámbito de las bienaventuranzas.

Decía el filósofo Bergson que “la naturaleza nos advierte con un signo preciso cuál es el destino esperado: este signo es la alegría”[1]. El papa Francisco nos dice que las bienaventuranzas son “como el carnet de identidad del cristiano”[2]. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas (GEx, 63). En eso consiste la verdadera dicha.

La santidad: las Bienaventuranzas

“Solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo” (Papa Francisco, Gaudete et exultate, 65).

Las bienaventuranzas nos interpelan y nos llaman a un cambio real de vida.

Rico es el ser humano que pone toda su seguridad en sus riquezas y cuando éstas fallan se desmorona. Feliz es quien siendo rico, como Jesús se hace pobre. Ser pobre de corazón, ésto es santidad.

Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.

Saber llorar con los demás, esto es santidad

Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad

Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.

Sembrar paz alrededor, esto es santidad.

Aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad.

La santidad que agrada a Dios se resume en estas palabras:

«Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).

“La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final. Son pocas palabras, sencillas, pero prácticas y válidas para todos”, (Papa Francisco, Gaudete et exultate, 109).

 

[1] Bergson, L’Énergie spirituelle,  Petite bibliothèque Payot, p. 52.

[2] GEx, 63.

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