¿Gobernar o Arbitrar?

0
1388

La Iglesia celebra cada 2 de febrero la Jornada de la Vida Consagrada. Una magnífica ocasión para dar gracias a Dios por el don de la vocación contemplativa y misionera. Hombres y mujeres, en todos los rincones de la tierra, que consagran su corazón a Dios y al servicio de la humanidad, para hacer presente el Reino. Hombres y mujeres que entregan su libertad al Señor, para hacerse esclavos del servicio concreto a todos los pobres de la tierra. Y personas, de toda raza, lengua y nación, que dedican su tiempo y su alma a la alabanza a Dios y al trabajo en la viña del Señor.

La belleza de la Vida Consagrada la aporta la fidelidad al don recibido, la permanencia en el sueño que entregaron a la iglesia nuestros fundadores y la huida de todo aquello que prostituye el mensaje del Evangelio, al optar por una vivencia radical. Si esto se renueva, se trabaja, se ora, se comparte, se asume y se vive, la Vida Consagrada actúa como un faro en medio de la noche y despierta el amor a Dios y el seguimiento a Jesucristo, en medio de una cultura que, en nuestros días, parece apostar por la mediocridad, la ruptura de los sueños y el desvanecimiento de los grandes ideales.

Pero no lo tenemos fácil en la Vida Religiosa. No lo tenemos fácil el ser fieles. Se nos cuela con demasiada facilidad la tensión por la autorreferencia, el éxito en nuestras empresas pastorales, el activismo desbocado, el poco tiempo para la oración, la reflexión, el paseo fraterno, la lectura, el estudio… Aquellos que gobiernan la Familia Religiosa y tienen la tarea de velar por la fidelidad, la salud espiritual, el buen funcionamiento de los mecanismos comunitarios, la pasión en la misión, etc. parece que alargan las distancias, física y carismáticamente, de lo que debería ser el centro de toda comunidad de consagrados: las personas. Que no convirtamos ese servicio tan hermoso y responsable de gobernar en la Vida Consagra, en una tarea de meros funcionarios y menos aún, de árbitros para decidir mover fichas en un tablero, en aras de un “encaje resuelto” al margen de las personas y de la misión.  Para ser, hay que estar. Y sin caer en la tentación de cantidades y números, que nos libre Dios siempre de esa tentación, en ese sentido de estar, va a ser verdad que… ¿somos menos?

No es este un día para el derrotismo, sí para acercarnos a algunas sombras de esta preciosa fotografía de la iglesia que llamamos Vida Consagrada y que, fijando la mirada, le descubrimos algunas sombras. Que el Espíritu Santo sople su luz, su fuerza, su fuego y lo llene todo de claridad. Hermoso, en este sentido, el lema para este año: CAMINANDO CON ESPERANZA.