jueves, 18 abril, 2024

FRATERNIDAD DE HERMANAS (Y HERMANOS) MENORES, CON CORAZÓN MISERICORDIOSO

(Marta Ulinska, TFSF). Francisco de Asís inaugura no solo un carisma para la Iglesia, es un don para la humanidad. A él, en buena medida, debemos palabras y gestos que nos recuerdan y reconcilian con la esencialidad de sabernos llamados y llamadas a hacer camino con otros, dejándonos constantemente enseñar. Marta Ulinska nos hace una propuesta creativa para dejarnos cautivar por la minoridad y la misericordia. Se trata, sin duda, de un buen itinerario personal no buscar el camino de convertir al mundo, sino vivir y liberar el corazón de todo deseo de poder.

Fraternidad de Hermanas Menores

Punto de partida: lo real. El mundo de Francisco

Empecemos por situarnos en el contexto. Estamos en la Edad Media, siglo XII-XIII, con sus características: sistema feudal, con los roles sociales bien definidas (nobles hacen guerras, clérigos rezan y los campesinos trabajan para todos), sociedad rural donde la gran mayoría son los campesinos, el teocentrismo con el poder del papado, las guerras contínuas a nivel político y con justificación religiosa: las Cruzadas.

Tensiones de la época. Francisco (1182-1226) es hijo de su tiempo, como cualquiera. Vive en la época de grandes cambios y ambiciones, de la transición de un sistema que se cae y del gran desarrollo en Europa occidental. Siglo XII es una de las épocas más tensas y atormentadas en la historia europea y de la Iglesia, a causa de muchos cambios sociales y guerras, cruzadas, herejías… Francisco está en el centro de todo ese terremoto social.

Deseos de la época. En una sociedad estrictamente definida y desigual, se aspira a libertad e igualdad. Asís, lugar vital de Francisco, es una ciudad partida en dos. La parte alta, con el castillo de La Rocca dominan los mayores (los nobles a los que pertenece Clara), la parte baja, con la Piazza del Comune, los menores (el resto de los ciudadanos, los burgueses, a los que pertenece Francisco). La mayoría sin embargo son los miserables, los pobres, leprosos, mendigos que no encuentran lugar ni en los menores. En el aire se respira tensión e ilusión por el movimiento comunal, la emancipación de la ciudad, que no quiere depender de los señores feudales y reclama cierta autonomía política. Surgen cofradías, hermandades, comunidades laicas, asociaciones… al fondo hay un ideal, un deseo: de fraternidad. Quieren sustituir las relaciones verticales de dependencia por las horizontales de solidaridad. Los burgueses enriquecidos a causa del comercio, alimentan sus ambiciones del más: imitar el estilo de vida de los nobles.

¿En qué se parece nuestro tiempo a la época de Francisco?¿Cuáles son los deseos de la gente donde vivo?

Transformación. Mundo al revés

Minoridad es la respuesta que dio Francisco a las búsquedas. Francisco forma parte de la nueva sociedad urbana. Pertenece al mundo de las comunas. Comparte sus ideales: igualdad, libertad, asociaciones, relaciones más horizontales, más de colaboración, los sueños de una vida mejor, el deseo del más (tener, pero ante todo ser alguien más)… Toma parte del levantamiento contra los nobles, luchando por la libertad, por los derechos que reclamaban los burgueses. Participa de la guerra, entra en crisis y experimenta la conversión. Son los años (1202-1206) de la revolución interior.

Experimenta la frustración. Por primera vez se encuentra con la derrota, limitación, enfermedad, cárcel, muerte, con lo oscuro que también habita en el corazón: ambiciones, deseo de dominación sobre los demás, de asegurarse la vida, aunque sea a costa de otros, la atracción del dinero y la realidad del pecado. Empieza a cambiar la mirada, ve la realidad tal como es, y no como desea y va en búsqueda de otra cosa en la vida. Con la crisis, Francisco se pone en movimiento. En sus búsquedas, por primera vez sale de sí mismo, empieza a buscar fuera de sí. Se vuelve a Otro, Alguien que es más que él… Sale fuera de lo conocido. En el bosque encuentra el silencio y la soledad, en las leproserías, la solidaridad. Ahí, en lo inseguro y lo oscuro acontece la Luz. Un encuentro en dos etapas: con el leproso, con su propia amargura, miseria humana, y con Cristo pobre, Crucificado, presente precisamente en medio de esa miseria nuestra.

Desde esa nueva Luz sobre la realidad, Francisco va caminando… Se sitúa como pequeño ante Dios y opta por el lugar menor en la sociedad. No es de golpe, son años de búsqueda y después años de una vida sin tener nada definido, con los primeros hermanos que se le unen. El nuevo estilo de vida no se fragua hasta 1223. Todo es un proceso.

¿Qué experiencia tengo de acercamiento al mundo de lo amargo? ¿Qué recuerdo me brota espontáneamente?

Forma de vida nueva

Minoridad, entonces ¿qué es? Ser menores es ser pequeños, pobres… sí. Un nombre inspirado en las estructuras sociales de su tiempo, sí. Pero ¿no habrá algo más? Francisco, ¿de dónde “saca” lo de la minoridad? Recordemos que él quería seguir los pasos de Jesús, vivir el Santo Evangelio… En los escritos de Francisco la palabra minoridad no aparece mucho, en cambio la palabra servicio (o servir) unas 70 veces.

Leyendo los textos que tratan de minoridad, hay un fragmento de Evangelio que aparece continuamente: el lavatorio de los pies (Jn 13,1-17). En la Regla no bulada leemos: Todos sin excepción llámense hermanos menores, y el uno lave los pies del otro (1R 6, 3-4). Aquí está la clave de interpretación: Hermano Menor es el hombre del lavatorio de los pies en la noche de la Cena. Jesús, ejemplo de minoridad por excelencia. El corazón del Evangelio.

El nombre de Hermano Menor no es solo una idea de pobreza. El menor es el servidor, el que se abaja para servir. Su ser menor, su pobreza, es la expresión de su amor. «Por la caridad del espíritu, sírvanse y obedézcanse voluntariamente los unos a los otros. Esta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 5,14-15).

La minoridad para Francisco, se concreta en:

Humildad o vivir la verdad de uno mismo. Saber quién soy. ¿De dónde viene el bien, el amor? No lo produzco, la Fuente es el Altísimo. Minoridad brota de la aceptación de la propia pobreza existencial. Cuanto más santo, más consciencia de ser pecador. Eso supone otra actitud: la pequeñez. Tiene que ver con el acto de abandono, de fiarse de Dios. Lleva a agradecimiento y la alabanza. Se convierte en confesión de fe en Dios, en reconocimiento de su soberanía (cf. CtaO 28; Adm 1, 16-18; Adm 19; Adm 23; Adm 14; Adm 12; 2R 10, 7-10).

Restituir o devolver a Dios, porque la gloria, el bien, todo… le pertenecen a Él. ¡Fuente de bien no somos nosotros! La grandeza del hombre no está en su propia afirmación, sino en el saber apoyarse en Dios. Por eso se realiza el que sabe restituir todos los bienes. Es otra libertad. (cf. CtaO 29; 1R 17, 5-7.17; 2R 6, 1; Test 16-17; Adm 11, 3-4, oración AlD).

No-dominio o no juzgar a nadie. Los hermanos no pueden juzgar ni despreciar a nadie y deben estar sometidos a todos. Los hermanos eligen voluntariamente el lugar más bajo. Estar sometido a todos es hacer lo contrario a someter a todos a nuestro gusto. Los hermanos menores no pueden juzgar, pero vivir en la indiferencia (cf. 2CtaF 47; 1R 5, 9-12; 1R 7, 8; 1R 11,7-12; 2R 2, 14-17; Adm 11, 1-4; Adm 26, 1-2; Test 6-9).

Servicio porque se aman y no se consideran más que los demás. Servicio es amor puesto en marcha. Minoridad como servicio se muestra especialmente con los hermanos enfermos, mayores, difíciles, pecadores, los que están en crisis… El servicio del que hablamos es ayudarse unos a otros a ser fieles a su vocación. Pero Francisco nunca usa palabra menor de cara a las relaciones entre hermanos. Son hermanos, no siervos. En la fraternidad el servicio es recíproco, y no se rebaja a nadie. Solo hay una excepción: Ministros y Siervos. ¿Por qué? Se trata de terreno del poder y Francisco conoce bien el corazón humano, que enseguida tiende a rodear de dignidad el puesto que uno desempeña (cf. 1R 5, 11-15; 1R 6, 3-4; 1R 22,9; 2R 10, 5; 2CtaF 42; Adm 24).

Reciprocidad: unos a otros, mutuamente, entre ellos… Amor sano: no solo da sin esperar nada del otro, sino recibe, acepta, como pobre o ser amado. (cf. Adm 25; 1R 5, 13-15).

Pobre que pide. Dios es el único bien. La minoridad está unida al reconocimiento de la propia pobreza o condición humana herida por el pecado. Si no experimentas la necesidad, si no te falta algo, te apañas solo. Lo franciscano es lo contrario: pedir al hermano, expresar la propia necesidad confiadamente. Nuestra pobreza es voluntaria, por eso permite relativizar y también capacita para vivir entregándolo todo (cf. 1R 23, 9; 1R 7, 3-8; 2R 6, 2-8; Adm 5; Adm 14).

MINORIDAD, ¿sueño imposible?

Tomás de Celano caracteriza así a Francisco: pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión (2Cel 18). ¿Se puede decir más con menos palabras?

¿Qué es para mí la minoridad? ¿Cómo la expreso en la vida real?

Minoridad es la actitud evangélica, indispensable en el seguimiento de Cristo pobre, que no vino a ser servido, sino a dar su vida por todos. Una disposición interna, impulsada por el amor, concretada en el servicio, que sitúa al yo en el segundo plano, no en el centro del universo. Se trata de destronarse (es proceso y suele ser largo). Uno se sabe pobre, pequeño, limitado, pecador, mísero… pero eso no le hunde.

Ser menores es volver a la esencia del Evangelio. No se trata de nivel social, educación recibida o estado de vida… es cuestión de condición humana. Somos así, todos. ¿Quién eres tú y quién soy yo, Señor? Es situarse en la verdad de uno mismo (Flp 2,3; Rm 12,10; 1P 2,13). Tanto somos cuanto somos ante Dios y nada más (Adm 19,2). Francisco vio reflejada su propia miseria en el leproso. Al abrazarlo, se experimentó profundamente abrazado por Jesús, el Señor hecho pobre. Minoridad no consiste en tenerse en poco a sí mismo, sino tener en mucho a los demás (cf. 2CtaF 47)

Minoridad es radicalidad, es Evangelio, por eso produce vértigo. Se trata del corazón cogido, no de palabras bonitas sino de entrega de vida. Cuanto más unido a Dios, menos complicado, menos necesita, más humano, más humilde eres. Minoridad, como todo, puede ser vivida de diferentes maneras. Hay minoridad:

Inevitable – ¿Qué minoridad me es “exigida”, por la realidad misma? Reducción, limitaciones personales, cada vez menos vocaciones, enfermedad, dificultades en comunidad o en la misión, situación sociopolítica, falta de recursos…

Redescubierta, un nuevo modo de estar, de ser hermano, de acercarme a los demás, de relacionarme con Dios…

Elegida – ¿qué me encantaría vivir, cambiar en mis modos de reaccionar, funcionar, pensar, mirar, hablar…? ¿Cómo quiero caminar, hacia qué horizonte personal, comunitario, congregacional?

Trata de ver en este momento de tu vida y nombrar los diferentes modos de vivir la minoridad: inevitable, redescubierta, elegida. Míralo a nivel personal (mi propia realidad, historia, momento vital, salud…), comunitario (las relaciones con cada uno, conflictos, lo costoso, la misión…), desde la misión (diagnosis de la realidad, inquietudes).¿Qué descubres? ¿A qué te llama?

Fraternidad con corazón misericordioso

Encuentro con leproso. Rostro de Dios en lo real

¿Tengo experiencia de misericordia?

Ahora, nuestra pregunta es la siguiente: ¿Qué experiencia de la misericordia ha tenido Francisco en su vida? Vamos recordando acontecimientos de su vida que le aportan experiencia de misericordia, también a nivel humano: el amor cariñoso de su madre, el ser liberado de la cárcel después de la derrota en la batalla contra los nobles, la acogida del obispo en la plaza de Asís, los leprosos, la Eucaristía, la misericordia cotidiana en la fraternidad, los estigmas… Su experiencia más grande, más fuerte, la que le marcó, ¿En qué texto buscarla? El Testamento.

Es su experiencia fundamental, la que al final de su vida rescata como lo primero, que de ahí empezó todo (al final de nuestros días, ¿qué contaremos acerca de lo que más nos importó, nos marcó?). Lo ha ido comprendiendo, rumiando, volviendo a ello una y otra vez, como a la fuente.

“El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia… Dios que da el primer paso. Cuando estaba en pecado. Dios viene, baja, el Santo pone su gloria en medio del pecado. Dios humilde. No juzga, se acerca con misericordia. Entra sin violencia, sin fuerza, no desde lo alto”. La palabra que Francisco experimentó no era: “no me obedeces, te castigo”, sino más bien: “bajo a acompañarte”. En la Cruz queda patente ese Rostro de Dios que se acerca sin poder, en pequeñez, a nuestras vidas. La conversión tiene que ver mucho con misericordia, por ella se vuelve a Dios.

“Me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos y el Señor mismo me condujo entre ellos”. A Francisco le parecía extremadamente amargo ya tan solo ver a los leprosos… Su mirada, desde él mismo, marcada por lo que ha mamado de la sociedad. El problema no está en lo “amargo” del otro, sino en nuestra mirada. El Señor le conduce entre ellos (otra vez es el Señor, su iniciativa, y a Francisco le toca sobreponerse a sus gustos), para decirle: “eso que piensas, como tú ves el mundo y la dulzura, la dicha… no es mi Rostro”.

Y practiqué la misericordia con ellos. No se trata de “hacerse pobre”, aunque lo supone, sino de practicar misericordia. Misericordia quiero, no sacrificio (cf. Os 6,6-7; Mt 9,10-13; Mt 12,1-8). Acercándose a los leprosos, se acerca al mismo tiempo al lado más oscuro de sí mismo, de la vida. Desde lo intuido entre ellos, pudo acceder a un encuentro nuevo y vivo con Jesús.

Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo. Estar con los leprosos y servirles, es estar con la debilidad humana, la que Francisco ha ido acogiendo progresivamente en su vida. Ver que esa debilidad humana está habitada, acompañada y amada entrañablemente. Lo amargo se vuelve dulzura del alma y cuerpo.

Y después me detuve un poco, y salí del siglo. Siglo quiere decir en este lenguaje “mundo”, con todos sus gustos, modas, puntos de vista, criterios, deseos de la época y ambiciones del corazón. Francisco salió del mundo, pero no para refugiarse en la clausura. Toda la vida se empeñaba en no tener conventos, no encerrarse, servir, estar entre la gente, entre los menores y los miserables.

Francisco nos cuenta su secreto de la misericordia. Nos enseña que hay que aprender cómo mira Dios, mirando como nos mira, aprender de su Rostro Crucificado y Resucitado. Sin misericordia creamos amargura, somos amargos unos para los otros (¿qué sabor nos queda en el corazón después de sentirnos juzgados). Si no llegamos a experimentar la misericordia en nuestra propia piel, no podemos entender nada de Dios. Lo desfiguramos, lo hacemos a nuestra medida. Para Francisco Dios es lo dulce, lo gozoso, pero no fácil.

Transformación que se nota en la vida

Familiaridad entre los hermanos: cada uno ame y cuide a su hermano, como la madre ama y cuida a su hijo (1R 9,11).

Manifestar confiadamente la propia necesidad (1R 9,10-11). Es fácil decirlo, pero eso supone:

  1. Discernir qué es necesidad y qué antojo, ansiedad, pereza, necesidades infantiles o malsanas…
  2. El primer paso lo das tú: expresas lo que necesitas. No es esperar que me den, que vengan, que pregunten… (solo a ti te parece evidente lo que vives).
  3. Recibir, con humildad, lo que el hermano te puede, buenamente, procurar, dar, intentar, con las posibilidades y limitaciones que tenga, igual que tú.

El texto maestro de Francisco sobre la misericordia es la Carta a un Ministro

(CtaM). Surge de su experiencia fundante, y se va haciendo pedagogía con los hermanos. La carta es la respuesta a la petición de un hermano ministro, Provincial (no se sabe quién en concreto), que quiere que Francisco le autorizara a retirarse a un eremitorio, dejando su cargo. El ministro N.N. tiene un problema de conciencia, ha tomado una decisión y pide a Francisco a que le diera su consentimiento. Las dificultades en su servicio a los hermanos en la Provincia X, y tal vez hasta los mismos hermanos, le llevaron a sentir y vivir su servicio como carga y grave obstáculo en su entrega y amor a Dios según su proyecto de vida. Cree, ve claramente que, en esta situación, en ese desencuentro y conflicto interno que le produce entre el amor a Dios y el servicio a los hermanos, la solución mejor es: renunciar a su cargo y retirarse a un eremitorio, donde podría servir a Dios y amarle mejor. Vemos lo que Francisco le responde ( y también a nosotros).

“Todo aquello que te impide amar al Señor Dios, y quienquiera que sea para ti un impedimento (…) debes tenerlo todo por gracia”. Lo que pensamos nos impide, estorba, dificulta vivir nuestra vocación, seguir a Jesús, no es el problema sino el camino. Y así lo quieras y no otra cosa. Mirar desde Dios a esas situaciones es acoger lo real, ahí Dios está presente, ahí algo nos quiere enseñar.

Y ama a aquellos que te hacen esto. Y no quieras de ellos otra cosa. A lo mejor tienes derecho de sentirte ofendido, pero no tienes razón para no amar. Amor es lo que siempre queda, aun cuando humanamente parece que, después de varios intentos o esfuerzos no se puede hacer más. Y justo ahí es donde puedes amar a Dios, no clave de “obras de misericordia” que alimentan tu vanidad.

Esas situaciones costosas, que nos revuelven, nos ponen ante la verdad de nosotros mismos.

“No haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, no se marche jamás sin tu misericordia”. Tenacidad de Francisco, porque sabe de qué habla. Amar, misericordia, perdón. Otros caminos: el dominar al otro, quererlo cambiar, exigir/esperar que pida perdón… ¿a qué nos lleva? ¿Nos une o desune? ¿Respetan al otro o humillan? ¿Miran con limpieza, sin prejuicios, o condenan? ¿Escuchan de verdad el desde dónde se mueve el otro o interpretan desde “ya sé quién eres”? ¿Ponen medios posibles o son huidas justificadas con falsos respetos?

“Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de tales hermanos”. Si pecara: aquí se habla del pecado mortal. ¡Cuántas veces nos quedamos en fallos pequeños del otro, limitaciones personales, porque tocan nuestro amor propio o rozan a nuestra herida! “ Los hermanos que sepan que ha pecado, no lo avergüencen ni lo difamen, sino tengan gran misericordia de él, y mantengan muy oculto el pecado de su hermano”. No humillar al otro. ¡Cuando se deja correr un prejuicio qué difícil es deshacerlo luego!

La experiencia personal de ser perdonado nos capacita para amar. Es dejarse amar primero, para poder amar de veras. La misericordia de Dios no se limita al perdón, se derrama sobre toda nuestra historia personal y universal en el pasado, presente y futuro.

¿Qué pistas te da, concretamente a ti, la CtaM? Con las experiencias de misericordia, de abrazar al leproso… ¿Qué aprendes de ti y de Dios?

Entre ideal y realidad. ¿Cómo vivirlo?

Hablar del Evangelio nos da la ilusión de vivirlo pero no es tan fácil. Enseguida toparemos con nuestras resistencias.

¿Por qué tengo que dar yo el primer paso? “Si él no pidiera misericordia, que tú le preguntes si quiere misericordia” (CtaM 10).

¿Por qué nunca aprende, siempre lo mismo, no cae en la cuenta, a pesar de que le dije tantas y tantas veces? “No se separe de ti sin haber visto en tus ojos la misericordia …y no quieras de él otra cosa” (CtaM 6.9).

Cuando me juzgan injustamente, la primera reacción humana es la agresividad, la autodefensa, separarme del otro. “Y deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de alguno, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad” (2R 7,3).

Cuando el preocuparme del necesitado me incomoda, o de algún modo me obliga a cambiar de vida, planes, salir de mi zona de confort… no estoy dispuesto a esto. “Muestren por las obras el amor que se tienen mutuamente (cf.1R 1,6). Cada uno ame y cuide a su hermano, como la madre ama y cuida a su hijo” (1R 9,11).

Cuando me refugio en los quehaceres, trabajo, oración, relaciones con mi familia o simplemente en cualquier cosa que sea fuera de la comunidad… y rehúyo de esa relación que me cuesta más, de ese hermano que me saca de quicio, sin afrontar la situación, sin trabajarme, sin diálogo. ¿Por qué tengo que sufrir yo?… y tantas otras resistencias, que cada uno puede añadir.

Las resistencias muestran realmente mi capacidad de amar, de salir de mí mismo y preferir al otro antes que a mí mismo. ¿Cómo ejercitarse? ¿Cómo caminar para crecer en minoridad y en misericordia? Otra vez, la vida diaria es la mejor escuela. Francisco no busca el camino de convertir al mundo, sino vivir y liberar su corazón del deseo de poder para someterlo a la misericordia.

El primer lugar donde hacernos menores es la vida cotidiana. En una comunidad en la capilla había un letrero que me llamó la atención: vida ordinaria – lugar de salvación. La vida ordinaria es pobre, sencilla, rutinaria, compleja, contradictoria, finita… y llena del Espíritu. Mirar ahí, en el día a día, con atención a nuestro interior, el desde dónde nos movemos y qué anhelamos… Minoridad, como modo de verte a ti mismo y de verte ante Dios se tiene que notar en todo. No hay excusas. Seguro que tienes razón para sentirte ofendido, pero no tienes razón para dejar de amar.

Buscar el segundo momento, acercamiento al hermano, dar el primer paso.

A veces es salir al paso, otras es expresarme con humildad, sin juzgar, otras esperar a que el otro también esté dispuesto a dialogar, y otras se trata de insistir un poco para que se dé el diálogo.

Acoger la revelación de lo humilde.

Abrazar al leproso que llevamos dentro. Padecer, acoger, comprender nuestros límites, contradicciones, vacíos, pero no en clave de negatividad sino como camino.

“Perdonar al otro su ser-otro” (proverbio chino). Miramos, por tendencia, desde nuestro punto de vista, nuestro yo. Incluir, integrar al otro, ceder el sitio, dar espacio que se exprese, dejar que haga a su modo, aunque piense que no está bien…

Vivir a diario en la dinámica del “más de amor”. Servicio, no solo “lo que me toca – lo que no me toca”. Ir más allá. ¿Desde dónde hago lo que hago? ¿Cumplir? ¿Deber? ¿Quedar bien? Todo tiene sentido más allá de mis criterios, porque Dios va haciendo, Él es el protagonista.

Dejarse acompañar. No andar solos. Hay momentos en la vida que es necesario apostar por el acompañamiento, dejarse ayudar, confrontar, tener a alguien en quien descansar las amarguras que llevamos en el corazón y nos pesan. Dejarse ayudar supone un nivel espiritual muy superior al del simple ayudar. Lo más difícil de este mundo es aprender a ser un necesitado (Pablo D´Ors).

No se vence las resistencias obligando al corazón a una bondad imposible. Es necesario el proceso de transformación, que vaya provocando la libertad interior. El mayor enemigo es el amor propio, que siempre sale.

Compartir con la gente, no ser solo dadores de servicios. ¿Cuántos amigos pobres tienes? Y los “pobres” de tu propia casa: hermanos enfermos, los que te cuesta más acoger… Ahí tienes ocasión de practicar misericordia. En las relaciones aprendemos a relacionarnos.

No es un camino fácil, pero ¡cuánta Vida nos aportaría en las comunidades el poder vivirlo! Depende de cada uno, del trabajo personal que hagamos, de las opciones por las que apostemos.

Lo que estamos viendo sobre la minoridad y misericordia no es para quedarnos en lo que ha sido Francisco, sino para recordarnos lo que ha sido Dios en él, y así anunciarnos lo que pueda ser Dios en cada uno. Para Francisco la fragilidad humana fue puerta de acceso a la misericordia de Dios, fue materia de santidad. Debilidad humana habitada por Dios, mi todo Bien, sumo Bien, cauce de misericordia, comunión, amor. El Dios de Francisco es Dios menor. Altísimo hecho pobre. Es un cambio de mirada total, a todo. Su experiencia nos dice que hay un Dios capaz de cambiar una vida (cf. A. de Pinedo, El Señor me dio a comenzar a hacer penitencia). Hay posibilidad de tener una experiencia de Dios capaz de cambiar la vida. Eso, en definitiva, anhelamos todos.

Desde minoridad y misericordia que has descubierto gracias a la experiencia personal de Francisco. ¿Cambiarían tus relaciones y tu estilo de vida en comunidad? 

 

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