jueves, 25 abril, 2024

FELICIDAD Y CUARESMA

(Montserrat del Pozo). El ser humano, susceptible de educación, lo es también de perversión, por esto la Iglesia que lo sabe, porque es Madre y Maestra, cada año dedica un tiempo a la cuaresma, un tiempo hábil para poner al mal en su sitio, para mirar a la vida con los ojos de Dios, un tiempo para una buena gimnasia espiritual, para recuperar alguna deficiencia, para una intervención quirúrgica, si se precisa por la radicalidad de un hecho, o meramente para quitar el polvo que se nos pega siempre al andar por los diversos caminos de  la vida. La cuaresma siempre es un buen ejercicio de realismo y de esperanza que nos recuerda que el mal nunca tiene la última palabra, si uno no quiere, y que Dios tiene por nombre Misericordia.

Es tal la grandeza del ser humano que merece la pena no empañarla con nada. El mal es “mal” porque hace daño, porque estropea la persona y ya Menandro reconocía admirado “¡Ser hombre! ¡qué cosa tan maravillosa, si es verdaderamente hombre!” es decir, si se ha optado por el bien, si se ha elegido la felicidad de manera adecuada, si se llega a ser lo que se es: persona humana.

Educar es ofrecer a los alumnos las herramientas necesarias para saber elegir y decidirse por  ser persona, por el bien, de tal manera que a lo largo de toda la vida, ante la doble experiencia que se presenta siempre al ser humano entre lo que “debe” y lo que “quiere”, sea capaz de hacerlos coincidir, porque en ello radica la felicidad y buscarla fuera, potenciando solo uno de los dos verbos, es siempre alejarla. La felicidad tiene muchos buscadores y algunos no saben que es fruto de esta buena relación entre lo que quiero y lo que debo, de la buena gestión de las inteligencias concedidas, de la capacidad de llegar a ser el proyecto ilusionado con el que Dios nos creó.

¿Felicidad y cuaresma, no son incompatibles? se preguntarán algunos. No solamente no lo son, sino que van unidas, la cuaresma por lo que tiene de realismo, de ejercicio práctico y salud del espíritu, de baño que nos purifica y gimnasia que nos pone en forma, lleva a la felicidad. Cuaresma es tiempo de misericordia explícita con los demás, porque “Todo cuanto hiciste a uno de mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hiciste” (Mt 25,40) y tiempo de misericordia con uno mismo, porque  “La caridad cubre la multitud de pecados” (1P 4,8) que, por cierto, se llaman pecados porque perjudican. Ya los griegos llamaban al pecado “hamartia”, es decir, errar, no acertar en el blanco y en hebreo “jattá’th” significa asimismo no alcanzar una meta, un objetivo deseado. Es decir, el pecado nos impide llegar a ser personas, hijos de Dios y felices.

Sin olvidar nunca que al mal solo se le vence a fuerza de bien (Rom 12,21).

Saberlo, llevarlo  la práctica y facilitarlo a aquellos a quienes educamos es una hermosa tarea.

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