Felices

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Solo un Dios tan humano como Jesús de Nazaret podía haber pronunciado con su corazón la gran aspiración de toda la humanidad: la felicidad. 

Ocho llamadas a la felicidad que contradicen otros cantos de sirena que escuchamos cotidianamente. Mientras se nos repite por mil canales que hay que ser fuertes, competitivos, triunfadores y depredadores, el de Nazaret, en lo alto de una colina, con voz calmada y con la autoridad del amor, nos presenta una nueva lista. 

No es un libro de autoayuda, ni consejitos piadosos, es percibir lo profundo de situaciones humanas que nosotros concebimos como pérdida, como flaqueza o como algo inútil, pero que hacen que al a Jesús se le llene la boca y profiera su Bienaventurados, seguido de la herencia dichosa que reciben. 

Es cierto que pertenecen más al ámbito de lo improbable, de lo poético, de lo hermoso, de lo revolucionario. Que son contradecidas a diario por encuestas, cifras, políticos, empresarios, campañas publicitarias y telediarios. Pero no es menos cierto que son camino profundo y a quienes así las perciben les da el poder impotente de una dicha que no es epidérmica y que revoluciona su entorno porque los demás se hacen la pregunta de cómo puede ser eso. Suelen darse encadenadas porque los misericordiosos tienen el corazón limpio para ver a Dios en las lágrimas de los otros y en las propias, buscan la paz sin descanso y ésta viene dada de la mano con la justicia, sufren persecución por los que no toleran que esa felicidad pueda ser real e inalcanzable para ellos. 

Tan hermoso…

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