Fe contra el mal:

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Hoy en Tánger sopla con fuerza el viento, llueve y hace frío.

Y viene al pensamiento Beliones, los chicos de aquel bosque donde no hay protección contra el frío, la lluvia y el viento.

Esta vez el coche sube lleno de plásticos y de mantas.

Pero en Beliones, en los caminos de los necesitados de protección, se movían también las fuerzas del ejército con la misión de impedir que se les ofreciera.

La legalidad había declarado la guerra a los pobres y cercado sus míseros refugios. Asombra ver a un ejército desplegado para que los pobres no accedan al pan y tengan frío.

La tarde de Beliones se me hizo por dentro un clamor de preguntas.

El mal se me apareció como un monstruo, un poder sin nombre que se burla de la justicia –ignora los derechos del hombre- e impide el ejercicio de la caridad.

Todo mi ser se presentó en rebeldía delante de Dios: “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?” Y dado que mi fe callaba, me respondió la fe de los emigrantes: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.  Ellos, a su manera, aun sin conocer las palabras del salmo, las habían pronunciado muchas veces en mi presencia: “Dios nos ayudará”; “confiamos en Dios”…

Los que “se hacen llamar bienhechores” de las naciones, los que ejercen la autoridad sobre ellas, pueden privar de pan y de abrigo a los pobres, pero no pueden quitarles la fe.

Y eso significa que el mal está vencido aunque parezca vencedor.

Para ser más fuertes que un ejército, más fuertes que el frío, la lluvia y el viento, más fuertes que el hambre y las enfermedades, más fuertes que la desdicha y la muerte, a los pobres les basta la fe. Esa fe mantiene en alto los brazos para la lucha. Esa fe hace perseverante la palabra que reclama justicia. Esa fe mueve montañas. Puede que esa fe les permita vislumbrar sufrimiento también en la cara de alguno de los soldados que los persiguen: “No existen fronteras entre la gente que sufre” (Etty Hillesum).

Y si todavía me pregunto: “¿de dónde me vendrá el auxilio?”, alguien -¿el salmista?, ¿los emigrantes?, ¿la comunidad eclesial?, ¿mi propio yo?, ¿Cristo resucitado?- alguien pronunciará un oráculo de respuesta a la pregunta: “No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme… El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha… El Señor te guarda de todo mal”….

Y el que ha cruzado ya la frontera del enigma, añadió: “¡Dios les hará justicia sin tardar!”

Feliz domingo.

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