ESTOY CONTENTO

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Y, por supuesto, quisiera que también tú lo estuvieses. Bien sé que las cosas no son así de fáciles, ni la vida se logra con un ejercicio de persuasión tan sencillo.

Pero tengo que reconocer que estoy contento con Robert Prevost antes, y con León XIV ahora. Sus palabras no confirman las mías, pero llenan de expectativa y esperanza el sentido de mi vida. Y, francamente, no hay nada más grande, ni sueño mayor que una persona pueda tener: Conocer, reconocer y querer el sentido de su vida.

He estado conteniendo el aliento en este Tiempo de Silencio, que era la última entrada del Blog, para no caer en la reiteración de tópicos. He procurado leer todo lo que ha aparecido ante mis ojos sobre esta secuencia histórica de Funeral-Cónclave-Elección. Lo he leído como creyente y como hombre de aquí y ahora. Y, también, esta lectura de un acontecimiento tan grave, reconozco que ha contribuido a llenarme de alegría.

Francisco se despidió de todos nosotros, santo Pueblo fiel, como gustaba hacer, con una bendición. Nos dejó una “comunidad” de cardenales con un peso sobre sus hombros de máxima magnitud que supo encontrarse en oración. Nos ofrecieron un tiempo de discernimiento, suficiente, breve y responsable, para mostrar una decisión que sobrepasa toda previsión. Y, ante toda la humanidad, aparece Robert Prevost que es León XIV.

El acontecimiento de alegría no es haber rozado el codo con quien ahora es Papa… no es, por supuesto, tener una foto con él… cuando era el agustino Prevost. Lo que ha quedado claro es que León es León. Es él, el Papa, consciente de la responsabilidad que le supera, pero agradecido de la misión que le llena. Lo que tenemos es un Papa del siglo XXI que, en sus primeras palabras y gestos afirma, sin ambigüedad, que la Iglesia es misionera, camino de libertad, integración y fraternidad… sin vuelta atrás. Y eso sí lo ha dicho el Papa León. Y, por supuesto, me sostiene muy contento.

Me han ayudado a respirar, incrementando la alegría, sus primeras palabras como Papa: El “deseo de paz desarmada y humilde”, porque esa es la nuestra. La paz que se ofrece, se regala y no se calcula. La paz de Cristo Resucitado. Y me ha llenado de emoción su primer texto dirigido a todos, al santo pueblo fiel. En medio de  una celebración ‑medida y necesaria‑ para el inicio de Pontificado ante el mundo, su homilía concisa, brillante y sin dudas… es emoción para quienes viven (vivimos) la pertenencia a la Iglesia como comunidad, y para quienes ven el mundo como fraternidad.

Emociona leer en el Papa León que con la muerte de Francisco experimentó (experimentamos) estar “como ovejas que no tienen pastor”. Sobrecoge oírle decir que él no tiene ningún mérito, pero viene para cada uno de nosotros “como un hermano que quiere hacerse siervo” de nuestra fe y alegría. Nos adelanta además que su ministerio es el amor y “que su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder”. Dime si no son razones más que evidentes para estar esperanzado, encantado y, literalmente, saltar de alegría.

Dice León que es la hora del amor. Y sostiene sus palabras con San Agustín, León XIII y, por supuesto, Francisco. Y dice que, “este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores”.

Y es que este mensaje inclusivo, donde de nuevo se habla de todos y para todos, nace de un corazón inquieto, de un hombre de fe, de un espíritu misionero, de un religioso agustino que cree y crea comunidad. Seguro que ahora entiendes por qué estoy tan contento. Espero que tú también.