“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres”. Éste es un imperativo profético, imperativo que no se encuentra en nuestras gramáticas sino en la de Dios, no se cumple consumiendo sino creyendo, no se dirige a despreocupados y divertidos sino a esperanzados.
Éste es un imperativo para los que sufren, para corazones desgarrados, para cautivos y prisioneros, para huérfanos y viudas, clandestinos y marginados, discapacitados y enfermos, ladrones y prostitutas, para hambrientos de justicia, de paz, de libertad y de pan, para hambrientos de santidad y de gracia, para hambrientos, que por serlo de todo, son hambrientos de Dios.
“Os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”. Está cerca aquel a quien buscáis, está cerca aquel a quien deseáis encontrar, está cerca aquel de quien andáis hambrientos. Está cerca, tan cerca que está en medio de vosotros. “El Señor está cerca”: tanto como lo está el hermano de fe con el que oras, el hermano pobre con el que compartes tu vida, la palabra de Dios que guardas en tu corazón, el Cuerpo de Cristo que comulgas, el Espíritu del Señor que te invade, te mueve y te transforma.
En el hermano de fe y en el hermano pobre, en la palabra de Dios y en el Cuerpo de Cristo, es siempre el Señor que está cerca, es nuestro Dios que viene a salvarnos, es el amor de Dios que viene a visitarnos.
Por eso nuestra oración es hoy oración de pobres que el Señor ha salvado, de pequeños que el Señor ha enaltecido, de hambrientos que el Señor ha colmado de bienes: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.
Escúchalo, recíbelo, ámalo en la Eucaristía y en los hermanos.
Feliz domingo.