Rafael María León, carmelita descalzo.
Carlos González García
PERIODISTA Y ESCRITOR
Hay corazones que nacen al despertar de una caricia y que viven habitados por la música. En silencio, sin necesidad de gritarle al viento para hacerse poesía cuando solo queda Dios. Al latir de esa melodía nació Rafael León, donde la belleza escribe la palabra amor en el corazón del Carmelo. Su mirada es un papel donde Cristo escribe a solas su poema, es historia por vestir, es nostalgia a la intemperie, es semilla que crece a la luz de un mirlo amable y es refugio generoso que rescata del naufragio cuando solo queda Dios.
Nadie está solo, aunque a veces lo parezca, aunque a veces llueva adentro. Es lunes y amanece como un suspiro en la comunidad de Carmelitas Descalzos del Desierto de las Palmas, en Benicasim (Castellón). La posada, enclavada en una senda escondida, huele a lumbre callada, el silencio tintinea la plegaria de un Dios débil y el pesebre de Belén dibuja allí, con especial ternura, los últimos latidos del año.
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