“Acuérdate del camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años a través del desierto” (Dt 8, 2)
Este libro por excelencia de la “memoria”, que es el Deuteronomio, evoca en mí la invitación de san Benito a que borremos en estos días cuaresmales nuestras negligencias y olvidos del camino recorrido, y “guardemos juntos nuestra vida” (RB 49, 2). Este “custodiar todos a la par nuestras vidas”, tan importante para San Benito, estaba ya en el corazón del pueblo de Dios, para el que olvidar las experiencias del pasado, significaba olvidar al mismo Dios y abandonarle para adorar otros dioses.
Israel existía porque Dios había intervenido en su favor, para hacerle salir de Egipto y conducirle -a través del desierto- hacia la tierra prometida. Su existencia era fruto de una historia escrita por Dios. Olvidar esta historia significaba olvidarse de sí mismo. Recordar era por tanto vivir, es decir, ser fiel a su propia historia. Había experimentado que dejar resonar la historia cada shabbat -en el corazón y en la mente- reafirma la identidad y la pertenencia de cada uno como pueblo de Dios.
No estamos lejos de Israel, pueblo amado por Dios. Creo que en nuestro doloroso momento actual es importante, para renovar nuestras vidas, acordarnos del camino recorrido, escuchar la elocuencia de la historia y aprender de los errores cometidos para rectificarlos, prestar oído a los pasos del camino, y no sólo recorrerlo, para no cansarnos de ir tras lo esencial, y dar espacio a un espíritu nuevo, que busque verdaderamente la paz y corra tras ella en lo pequeño del día a día.
Esta escuchar del camino proclama la llegada del mundo nuevo en el corazón mismo del mundo viejo. Estamos invitados a un resurgir vital hecho de escucha atenta y sincera de los acontecimientos, en el corazón mismo de nuestros viejos y anclados olvidos de todo cuanto Dios ha hecho con nosotros a lo largo de todo el sendero de la vida.
El dolor de la guerra que estamos sufriendo nos está haciendo valorar más la paz y la acogida, a todos los niveles. Quizás el dolor de nuestros olvidos de Dios, para dar prioridad a nuestros planes, nos haga volver a valorar y agradecer su actuación en nuestras historias.
A mí me sirve en el camino cuaresmal parar y rememorar la historia, -personal, comunitaria y mundial-, entretejida de gozos y penas, pero mirarlo todo convertido en camino hacia Dios y lleno de su amor paciente. De este modo podemos pasar a la acción, -como respuesta a este amor de Dios,- y convertirnos en un fragmento de Evangelio de Dios.
Para incentivar este sano “escuchar al camino”, tengo cerca -junto a mí- la Biblia, que es como “el camino a casa” impreso desde antiguo, que nos lleva de nuevo a la tierra de nuestras raíces, a fin de descubrir el significado de nuestro presente. Escuchar el camino recorrido por Abraham, Moisés, David, María de Nazaret, Jesús…da luz a mis pasos de hoy, me abre a ver la realidad que pisamos desde el interior de lo que ocurre y el mensaje que cada acontecimiento nos dice.
Esta experiencia me trae a la memoria una película, titulada: “El camino a casa”, en la que un joven chino vuelve a casa, tras muchos años lejos, para el funeral de su padre. En los días de preparación a las exequias, el joven comienza a hurgar en un montón de fotografías viejas y cartas antiguas. Inicia aquí un largo camino al pasado. El joven va descubriendo, fotografía a fotografía, cómo se conocieron sus padres, sus logros en el pueblo como maestro, la escuela que construyó…y va reconstruyendo el pasado familiar, que comienza a llenar de sentido y comprensión su propia historia. El recuerdo, lejos de llenar de nostalgia su corazón, le dio vigor a sus raíces y savia nueva a su presente. Contemplando las fotografías amarillentas, redescubrió su propia historia y la razón de su existencia.
La Biblia también contiene recuerdos de nuestro pasado cultural y espiritual, y nos explica cuál es nuestra antigua patria. Es la historia de un Dios y de su pueblo. Lo que nosotros somos hoy se lo debemos a esta historia. Hemos nacido y crecido en una casa construida por nuestros antepasados en la fe, donde fueron enseñando de generación en generación el arte de vivir unidos en presencia de un misterio llamado Dios. Necesitamos en estos momentos volver a ejercitarnos en este arte de vivir unidos frente a todas las divisiones y enfrentamientos que nos preocupan a todos.
La casa –que es cada hoja de la Biblia- es testigo de cómo estas lecciones de vida fueron adaptadas y profundizadas cada vez que los acontecimientos, o las circunstancias, obligaron a nuestros padres a discernir entre lo esencial y lo accesorio en el tesoro de la tradición. La casa vivió -así mismo- momentos en los que se hizo necesaria una profunda revisión en la enseñanza impartida, y recuerda cómo se desarrolló esta revisión que reclamaba un retorno a lo esencial y una mayor apertura.
Sí, escuchemos al camino desde sus inicios, y revisemos nuestro presente que reclama un retorno a lo esencial de nuestras consagraciones. De este modo, nuestro presente tomará profundidad y belleza, amando la verdad de nosotros mismos y de las personas con las que vivimos.