Escuchar a los crucificados:

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Que Dios exista o no, es asunto que supongo de importancia vital para Dios, aunque poco o nada interesante para los Picos de Europa, para las rosas de tu jardín, o para los insectos que se alimentan de tus rosas y terminan por ser alimento de golondrinas.

A ti y a mí la pregunta sobre Dios nos interesa cuando descubrimos que Dios habla, y que hemos nacido equipados para escuchar a Dios y responderle.

La cuestión esencial no es saber si Dios existe, sino responderle si nos habla, pues en ello comprometemos la vida, también la otra, ésa que todavía no conocemos, pero sobre todo ésta que ahora administramos, gozamos, padecemos, hacemos día a día con todo el corazón, con todo el ser.

Párate a escuchar a Dios en la voz del universo; atiende al rumor del Espíritu de Dios en las palabras pobres de la Sagrada Escritura; levanta tus ojos al que habita en los cielos y guarda en tu intimidad el mensaje de sus profetas.

La liturgia de este domingo va de profetas, de enviados de Dios a decir palabras de Dios. Si la pregunta por la existencia de Dios podía ser considerada ejercicio retórico, no así la pregunta por los profetas de Dios.

Tú puedes levantar los ojos a Dios, puedes fijarlos en él esperando su misericordia, puedes gritar tu necesidad de salvación; él responderá enviándote su palabra, sus profetas; y, si no reconoces la palabra que él te dice, si no acoges al profeta que él te envía, ten por cierto que llamarán a tu puerta la misericordia y la salvación que has pedido, y no les abrirás.

Suele la palabra ser despreciada por demasiado humana, y el profeta por demasiado conocido; y solemos ignorar misericordia y salvación por desprecio de palabras y profetas: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero?”

Eso decían los vecinos de Jesús de Nazaret cuando escucharon su enseñanza en la sinagoga. Me pregunto qué dirían si lo hubiesen visto clavado en una cruz y moribundo, atrapado en un infierno de sufrimiento, y abandonado por Dios. Te lo puedes imaginar: “¡Vaya! Tú que destruías el santuario y lo reconstruías en tres días, baja de la cruz y sálvate… Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!”

Pero tú no miras así a tu Cristo crucificado. Tú aprendiste a escuchar su silencio, a leer sus llagas, a descifrar el misterio de su vida. Y viste y oíste a Dios en aquel hombre abandonado de Dios.

Desde entonces, el mundo se te ha llenado de profetas, de crucificados que te hablan en nombre de Dios. Y sabes que has de preocuparte, no por la existencia de Dios, sino por la vida de los crucificados, por la palabra de sus profetas, por el grito de sus pobres.

Muchos se quedarán fuera del reino, porque la invitación a poseerlo les llegó en las manos de un desheredado. ¡Qué lástima!

Feliz domingo.

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