Lo que se proclama este domingo en la liturgia de la palabra son relatos de vocación: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré.” “Toma parte en los duros trabajos del Evangelio.” “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.”
Y no creo equivocarme si digo que son también palabras de vocación las que, acercándose a sus discípulos y tocándolos, les dice Jesús: “Levantaos, no temáis.”
Aún más, no creo equivocarme si digo que el eco de aquel “sal de tu tierra y de la casa de tu padre”, va diciendo: “Levántate, no temas”. Y el eco a las palabras del apóstol, va repitiendo: “Levántate, no temas”; y es el mismo que resuena en el corazón de los discípulos cuando Jesús, apartándolos de la visión gloriosa, los pone de nuevo en el camino de la cruz: “Levantaos, no temáis”.
Cada vocación lleva consigo una promesa divina: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.” “Desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.”
Y si preguntas cuál es la promesa que acompaña la llamada a que escuchemos al Hijo de Dios, a su amado, a su predilecto, esa promesa no es algo que se nos dice en la montaña a la que subimos con Jesús, sino que es lo que allí vemos; esa promesa es el cuerpo transfigurado de Jesús, el resplandor de su rostro, la blancura luminosa de sus vestidos, la esperanza cierta de la resurrección con él.
Y ésa es también la promesa que acompaña el mandato de Jesús a sus discípulos: “Levantaos, no temáis”, resucitad, vivid como quien ya ha resucitado, pues lo que hoy se os ha manifestado, lo que hoy habéis visto, es vuestro destino; pero “no comentéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”, porque nadie, tampoco vosotros, puede siquiera sospechar cómo será la gloria del Hijo del hombre en su resurrección.
“Levantaos, no temáis”, es la invitación que el Señor nos hace a todos: caminad hacia la tierra que os indicaré, caminad hacia lo que habéis visto, resucitad.
Y allí donde la voz desde la nube dice: “Éste es mi Hijo. Escuchadlo”, la fe entiende que se nos está mostrando el camino por donde hemos de ir, el camino que lleva a lo que hemos visto, el camino que lleva a la comunión con Cristo en su resurrección. Escuchar al Hijo es el camino que lleva a resucitar con él.
Los ojos del que te llama, están puestos en ti, Iglesia que esperas su misericordia; el Señor ama la justicia; su misericordia llena la tierra. Si escuchas su llamada, también tú, como Abrán, como Jesús, serás bendición. Si escuchas, también contigo serán bendecidas todas las familias del mundo.
Escucha a Jesús, comulga con Jesús, “levántate” con Jesús, resucita con él, y a donde tú vayas, irá él, irá el reino de Dios, irá la bendición de Dios, irá la resurrección y la vida.
Te espera un mundo hambriento de justicia, hambriento de paz, hambriento de pan, hambriento de humanidad, hambriento de Jesús, hambriento de Dios.
“Levantaos, no temáis”, resucitad, dadles vosotros esperanza, sed vosotros su bendición.
Feliz camino con Cristo hacia la tierra que el Señor os mostrará.