Hay un clamor silencioso que anuncia finales y tímidos inicios. Hay voces separadas que cuentan que ya viven cosas diferentes. Hay necesidad de comunión pero con miedos para hacerla visible, participada y pública. En el fondo hay temor a dar el paso, a intentarlo. Quizá demasiado acostumbrados al recuerdo de las consecuencias en quienes a lo largo de la historia lo han intentado y fracasado.
Lo cierto es que son tiempos nuevos y me atrevo a decir buenos para quienes sueñan una vida consagrada distinta. Son tiempos de creatividad para quienes no sienten el peso del guión que siempre opta por la institución antes que por la persona. Son tiempos del Espíritu en los que nunca, ni de manera tan clara, se ha hecho visible anunciando que las formas importan poco más que la nada.
Hay muchos religiosos y religiosas que están haciendo un trabajo de repaso. Me explico. Se trata del ejercicio de aquellos «estudiantes que durante el curso no aprovecharon bien el tiempo» y ahora, en vacaciones, tienen que volver sobre conceptos y materias vistos en invierno, que tienen otro aspecto y sabor, muy distinto, en los rigores del verano. Ese ejercicio de repaso está volviendo, a no pocos, a materias no aprobadas, dejadas en el olvido, o, mejor dicho, en el letargo que espera no recobrar vitalidad o fuerza. Algunos se están preguntando si alguna vez han amado. Han experimentado amar o esa donación total que lleva a querer sin esperar compensación alguna; otros se están preguntando por la verdad, a medias, de su pobreza. Esa delicada armonía artificial de llevar un título, ejerciendo, sin embargo, de hombre o mujer potente, al que nada le va a cambiar sus planes; alguno, me costa, se está preguntando por la verdad de la comunión y el significado transcendente de vivir con otros u otras buscando reino y no conformados con comer juntos, recitar dos salmos o ver televisión y, frecuentemente, hablar de los ausentes. Algunos se preguntan por la perpleja ambigüedad que se logra al armonizar la vida comunitaria poblada, sin embargo, por solteros solitarios y solitarias más resignados que convencidos…
Hay algunos religiosos y religiosas que se atreven a decir que tiene que haber algo más y lo están buscando. Puede que consigan cambiar las cosas, solo tienen que dar el paso, encontrarse, leerse, y orarse. Probablemente, en un futuro medio, nada será como hoy es. La amplitud de la experiencia comunitaria ha roto las medidas ínfimas a las que la hemos reducido jurídicamente. Hay convencimiento de necesitar hacer vida con otros u otras, con procesos e historias distintas, con experiencias diferentes… pero con búsquedas comunes. El anuncio de la comunidad de este siglo no lo da la historia común de procedencia, sino el horizonte común de porvenir. Y este es universal, amplio, gozoso, con dimensiones sin cerrar, ni aspiraciones truncadas. Ampliar la perspectiva ofrece posibilidad y verdad a la opción; aglutina y provoca el encuentro de quienes buscan verdades (con mayúsculas) por las cuales merece la pena comprometerse. Cierta sensación de caos es, en nuestro tiempo, anuncio de creatividad. Las transformaciones de la historia siempre han nacido así: la insatisfacción ante el presente no conduce a la destrucción, conduce a la búsqueda de la verdad. Sobre todo, si no se hace contra alguien, sino a favor del Espíritu. Para cambiar las instituciones y las comunidades actuales «no hay que pasar a unos cuantos por la hoguera», sino pasar la propia vida por el Evangelio, crear espacios nuevos inéditos y comunicar esa esperanza. Porque el cambio no es la fuerza, ni el poder, sino el contagio de quien experimenta la felicidad y, ese, además de provocar admiración, interroga y anima. Eso si, a los mediocres los desconcierta y acobarda, pero estos últimos nunca inauguran nada. Todo lo más, siguen caminos hechos y muy conocidos… no para transitarlos, sino para criticarlos y decir, sin cambiar nada, que ellos lo habrían hecho de otra manera.