ES OTRA COSA…

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Llegamos arrastrando meses de incertidumbre y desconcierto a este inicio de noviembre, donde los datos de la pandemia son cada vez más abrumadores. No dejarían de ser una noticia más si no hubiese tanta gente sufriendo y muriendo. La Palabra de Dios, en este contexto de sociedad herida y tocada, nos invita a percibir las cosas, las personas y acontecimientos de otro modo… a hacer un ejercicio de visión evangélica de la realidad y sus signos. A preguntarnos: ¿qué significa lo que estamos viviendo desde marzo pasado?, ¿qué nos dice Dios con ello? Y su consecuencia ética ¿qué podemos hacer?

Jesús en el evangelio bendice la pobreza, el llanto, la persecución, el hambre… Aparentemente, contradictorio con nuestros estilos de vida y búsqueda porque queremos tener, llorar lo menos posible, no ser perseguidos ni, mucho menos, señalados… Hay algo en este mensaje que si lo leemos de pasada se nos escapa. Jesús, con sus palabras, está trascendiendo el tiempo y la cultura de su época para llegar a nosotros y decirnos lo que los seres humanos no acabamos de entender generación tras generación. Cada bienaventuranza comienza con un límite del ser humano y termina con una plenitud ofrecida por Dios. El deseo de tener, de poseer se torna en felicidad cuando sabemos convertirlo en pobreza, es decir, en desposesión, en no necesitar o no poner nuestro corazón en las cosas. La plenitud ofrecida por Dios en esta bienaventuranza sería la contactar con nuestro propio vacío existencial y no llenarlo de cosas sino de Presencia. Ser pobre para ser libre del “tener” y del “poder”.

Jesús nos invita a descubrir la posibilidad de Dios en el límite humano, en la fragilidad. Por ahí, – por la debilidad,– por esa rendija no se nos escapa Dios –como muchas veces nos han hecho creer–, sino que nos visita. Revestidos de pobreza podemos entender el resto de bienaventuranzas, porque ella nos da la clave para ser con los demás… El modo de llegar a la plenitud por el vacío, de ser sin tener que descubre la presencia de Dios en cada cosa, en cada acontecimiento y en cada persona.

Quizá no entendemos las bienaventuranzas porque no nos interesa entender. Como acostumbramos a hacer con otros textos evangélicos. Seleccionamos, acomodamos y/o excluimos versículos a nuestro libre albedrío. Eso sí, con los que nos interesa o confirma, los vivimos con cierto fundamentalismo. Jesús hoy nos invita a reconocernos en nuestra finitud, a descubrirnos todos necesitados de todos, a preocuparnos y responsabilizarnos los unos de los otros porque solo así desplegamos la dinámica del Reino, solo así empezamos a otear que esto va de otra cosa, de otra manera no solo de pensar o de ver sino, sobre todo, de ser.