Después de haber escuchado la palabra de la verdad, después de haber acogido el evangelio de nuestra salvación, también nosotros, en Cristo, hemos sido marcados con el sello del Espíritu Santo: “Cristo nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones”.
Al creyente no lo hace ‘de Cristo’ el credo que profesa, ni los ritos que celebra, ni el código moral por el que se rige; tampoco lo identifica como ‘de Cristo’ la profesión que ejerce o el estado social al que pertenece.
A ti te identifica como ‘de Cristo’ el Espíritu que vino sobre él y que él te ha comunicado, el Espíritu que lo ha movido a él y que te mueve a ti, el Espíritu que te da ese aire con Cristo que todos pueden notar, el Espíritu que hace de ti una imagen viva de Cristo Jesús.
A ti te identifica como ‘de Cristo’ el Espíritu que habita en ti y que has recibido de Dios. A ti te identifica como ‘de Cristo’ el amor de Dios que ha sido derramado en tu corazón por el Espíritu que habita en ti.
“Si alguien no posee el Espíritu de Cristo, no es de Cristo”.
Andad pues según el Espíritu que habéis recibido.
Su fruto es: amor, alegría, paz, comprensión, paciencia, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.
Tú, Iglesia cuerpo de Cristo, estás llamada a ser comunidad de los que aman como Cristo ama: comunidad de hombres y mujeres humildes al modo de Cristo, hombres y mujeres que son hermanos todos de todos y se hacen siervos todos de todos al modo de Cristo, hombres y mujeres que se hacen últimos entre todos siguiendo de cerca cada uno de ellos los pasos de Cristo.
Tú, Iglesia animada por el Espíritu de Cristo, estás llamada a ser comunidad que desborda de alegría por la gracia con que Dios te ha visitado, por la vida de Dios que has visto manifestada en Cristo y que esperas recibir, por el amor de Dios que permanece en ti, por la esperanza cierta de que, en Cristo, Dios mismo es la meta de tu camino.
Vuelve los ojos a Cristo Jesús, déjate llevar por su Espíritu a los caminos de los pobres, al desierto donde se mueven los hambrientos de justicia, los sedientos de Dios.
Ésta es la hora de los operadores de paz, de los testigos del reino de Dios. Es la hora del no poder, de la no violencia, del martirio… del Espíritu de Jesús en nuestras vidas.
Los idólatras continuarán invocando a sus dioses para alcanzar grandeza, para justificar agresiones, para bendecir crímenes. Los idólatras continuarán prostituyendo las palabras, y hablarán de paz mientras hacen la guerra, mostrarán alegría mientras humillan a los indefensos, declararán de fiesta el día en que roban al pobre y matan al justo. Los idólatras prostituirán la bondad, la de Dios y la del hombre, y se constituirán a sí mismos en medida del bien y del mal.
Apártate de ellos, Iglesia de Cristo.
Pon tus pies en la huella del cordero llevado al matadero, sigue los pasos del cordero mudo, camina tras el cordero que quita el pecado del mundo.
Apártate de la idolatría del poder, de la seducción de la riqueza, de la crueldad de la arrogancia.
Apártate y ama, apártate y alégrate con tu Dios, apártate y habita en la paz que has recibido de Cristo Jesús.
Que donde tú estés, el mundo se sienta bendecido.
Que donde estés, el mundo experimente tu amor, vea tu alegría, goce de tu paz, conozca tu bondad, admire tu paciencia, dé fe de tu lealtad.
Que donde tú estés, vaya Cristo contigo, sople sobre el mundo el Espíritu de Jesús, sientan los pobres sobre sus vidas la dulzura de Dios.
Que donde tú estés, todos reconozcan cercano el reino de Dios.
Feliz día de Pentecostés.