ENTREVISTA A IGNACIO MADERA

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 “Los religiosos mayores son fuente de sabiduría”

Ignacio Madera, Ex-presidente de la CLAR.

Salvatoriano y profesor de la U. Javeriana de Bogotá.

 “La casa de todos: comunidad, misión y morada”, ¿Qué le sugiere?
Lo primero que quiero decir es que me parece muy interesante esta propuesta temática, ya que es metafórica, y por tanto tiene una gran riqueza, posibilidad de interpretación y significación. Esto hace viable que los planteamientos que puedan hacerse aquí también puedan servir para la vida consagrada de todo el mundo.
“La casa” hace referencia a hogar e intimidad. Es una recuperación de lo que denominamos el “sujeto” pero el “sujeto” en comunión y en comunidad. No el sujeto individualizado, o desde una visión subjetivista, sino en una recuperación de lo que cada uno es dentro de una comunidad fraterna. Y la casa como casa de la misión es el lugar donde se cuece, se construye y se realiza la potencialidad de lanzarse a un desafío con calidad. En este tiempo estamos en una globalización de los problemas, y al mismo tiempo, debe darse una globalización de las posibilidades y de las alternativas. Los problemas que vivimos en los países que se denominan tercer mundo, y el mundo que otros llaman primero son convergentes, por lo que no se pueden buscar soluciones independientes, ya que hay una convergencia tal que lo que se decide en un sitio repercute inmediatamente en el resto de la humanidad.

La vida consagrada tiene acentos dependiendo del lugar donde se encuentre. ¿Cómo ve un latinoamericano la vida religiosa en Europa?
Desde América Latina se percibe una fuerte desilusión, quizá miedo o desencanto frente a la disminución del número y al promedio de edad, y eso nos preocupa porque, en realidad, América Latina recibió de la vida religiosa europea y más concretamente de la española lo que somos hoy. Nuestros carismas son carismas que nacieron o surgieron en la iglesia europea en su mayoría, por eso, que muera la vida religiosa en Europa o que disminuya o que entre en un estado de continua y progresiva desilusión nos preocupa también a nosotros porque es nuestra propia comunidad la que entra también en ese estado. Quisiéramos contagiarles nuestra esperanza, no porque nosotros creamos que la esperanza está en el número sino en la vitalidad. Tenemos que crecer en la seguridad de que realmente la vida religiosa es valiosa en sí, más allá de números, fuerzas o resultados.

La “mística” y la “profecía” son palabras clave en la vida consagrada, ¿cómo armonizarlas con otra, no menos importante, como la “comunión”?
Nosotros no podemos olvidar que la vida religiosa surgió en la Iglesia como una forma alternativa de vivir y que en algunos momentos esa alternatividad y ese estilo de vida profético han ocasionado conflictos con la Iglesia más institucional. Pero el carácter profético de la vida religiosa ha de ahondar continuamente en la profunda experiencia mística que quiere encarnar, y eso hace a veces que la vida religiosa vaya como en el filo de la navaja, en la busca de una presencia alternativa alrededor de las sociedades, de una presencia alternativa a través del margen y de una presencia que realmente está apasionada por la construcción de humanidad. Esos rasgos pueden generar algún tipo de incomprensiones o algún tipo de dificultades que llaman siempre al diálogo y a la búsqueda de comunión. La vida religiosa se inserta en la iglesia local precisamente como esa instancia profética que jalona las experiencias de las iglesias locales en busca de una mayor fidelidad al Evangelio. No es fomentando o buscando la conflictividad, sino asumiendo los conflictos que las consecuencias de los compromisos que a veces los religiosos podemos tomar conlleva. Vivir en conflicto es la búsqueda de la comunión, sin tenerle miedo a que se presente.

¿Cómo ve Ignacio Madera la reestructuración que se está llevando a cabo en la vida consagrada?
La reestructuración está dada un poco por la necesidad de las situaciones de hoy. Fundamentalmente se ha pensado en términos de números o de dificultad frente a la desilusión progresiva del número de miembros en las comunidades. Este punto de partida es una pena porque no debía ser por eso debía ser por reconfigurar estructuras nuevas de participación y de comunión como vida religiosa y no tanto por la obligada necesidad de crear estructuras que posibiliten un mejor funcionamiento. La reestructuración debe estar unida a una cierta espiritualidad que regenere y que cree unas nuevas estructuras en función del compromiso mucho más osado y no solamente en función de la solución a situaciones prácticas de tipo administrativo, financiero o de participación.

También se está potenciando y alentando mucho el trabajo intercongregacional…
La intercongregacionalidad es partir de una misma vocación místico-profética del amor religioso y el reconocimiento de la diversidad de dones que el Espíritu ha dado a la Iglesia. Es con palabras de San Pablo la expresión del “cuerpo”. La diversidad de miembros en un espíritu, todos tenemos una vocación común pero por don del Señor los carismas son diversos y en esa diversidad construimos juntos el cuerpo. En este momento la intercongregacionalidad es una gran oportunidad, es posible que tú en tu propia comunidad no encuentres las personas, que no vibran con tus búsquedas, con tus ilusiones… las encuentras en otra comunidad. No tienes que dejar de ser de tu comunidad para compartir tus ilusiones y tus sueños. Aún estando identificado con un carisma es posible que para la misión tengas que abrirte a otros que compartan contigo la misma ilusión.

Ignacio Madera habla de “fantasía creadora”.¿ Es posible vivirla con el peso de la dura realidad que viven no pocas congregaciones y religiosos?
La razón es porque hemos asumido, en este tiempo, el modelo del “ser humano” conforme al modelo de juventud. Sin embargo, si hacemos un recorrido por la historia de la humanidad, hay épocas donde no ha sido “el joven” el modelo. Por ejemplo, en la Grecia Antigua el modelo de ser humano era el anciano y el gobernante era el anciano; en Israel el colegio de los presbíteros era el colegio de los ancianos. No estoy con esto diciendo que debamos volver a tomar como modelo la ancianidad, sino a no divinizar, ni idealizar el modelo humano en la franja de la juventud.
Depende de cómo se va asumiendo cada momento de la de la vida y cada época. Hoy estamos llegando a identificar aumento de edad con decrepitud, y yo lo que estoy planteando es que el aumento de la edad puede significar también crecimiento en sabiduría y en experiencia para mejor aprender a vivir. Si alguien puede desarrollar “la fantasía” es precisamente alguien que va creciendo en edad como nos dice la Escritura. No siempre juventud significará mayor creatividad y, de hecho, uno de los análisis que se hace de las nuevas generaciones, no solamente en la vida religiosa sino en la juventud contemporánea, es la carencia de propositividad, el conformarse con lo que ya está dado. No son las nuevas generaciones las que están impulsando los grandes cambios o señalando los derroteros por donde debemos ir. Hemos idealizado la presencia de la juventud en la vida religiosa pero es una idealización que puede no corresponder a la realidad, más bien lo que tendríamos que impulsar sería el desarrollo de esa genial fantasía creadora en todas las generaciones y no ubicarla solamente en una etapa de la vida.

¿Qué le diría a los jóvenes que se plantean entrar en la vida religiosa?¿Qué piensa de las distancias generacionales?
La vida humana necesita compartirse generacionalmente. Por ejemplo, en el hogar está la abuelita, está la bisabuelita y está el niño que acabó de nacer. Hemos perdido esa dimensión de la comprensión de que el hogar aglutina la diversidad generacional. Nos engañamos pensado que las generaciones se construyen y crecen solamente en la separación; los jóvenes con los jóvenes, los medianos con los medianos, los ancianos con los ancianos. La vida humana se realiza en el encuentro de generaciones diversas. Un joven puede llegar a una comunidad de mayores, pero los mayores también tienen que estar abiertos a la comunicación generacional. Si los mayores se petrifican o se vuelven decrépitos, en lugar de ser abiertos a la diversidad propia de la casa- hogar, entonces es cuando se produce el conflicto generacional, por la imposibilidad de comunicación. Si algo pueden ser las personas mayores es ejemplo de realización y felicidad que integran y comprendan a las nuevas generaciones, aunque éstas, no sean en la proporción y en la cantidad que pudo vivirse en el pasado. No podemos vivir en función de cómo fue la vida religiosa en el pasado sino cómo la vida religiosa es hoy y cómo va andando hoy. No sé si me equivoco pero me parece que no tiene sentido vivir de un sueño que ya no es.

Cuidar el presente para intuir el futuro. ¿Cómo serán los próximos años de la vida consagrada?
Creo que estará compuesta de pequeños núcleos de hombres y mujeres, de nuevas expresiones realmente apasionadas por otro mundo más cercano al reino y comprometidos en acciones de búsqueda y construcción de humanidad porque ahí Dios se está mostrando y señalando. Será gente “muy muy mística”, muy llena del Espíritu la que podrá permanecer, porque las coyunturas hacia el futuro muestran factores muy adversos, sobre todo desde el punto de vista de las tendencias de las nuevas modalidades de comunicación que van pidiendo una humanidad que va más a la profundidad pero mucho más acosada por la superficialidad. Serán minorías, serán pequeños grupos de hombres y mujeres que viven realmente pasiones de construcción de lo humano y en esa construcción de lo humano están, casi tocando lo divino, así me lo imagino.
Pequeños núcleos-hogar, esa es la casa, es la dimensión de familia, de dinamismo, de búsqueda interior, de encuentro, de comunidad que va construyendo fraternidad, solidaridad y que se abre a visiones mucho más “macro”. Así lo veo no sé si me engaño pero prefiero morir engañado en la esperanza a vivir lamentándome en el pasado.

Últimamente la prensa ha abundado en informaciones dolorosas referidas a la pederastia. Independientemente de la contaminación mediática, le pedimos una palabra como experto.
En mi opinión es una llamada de atención a la formación sexo-genital del clero y de la vida religiosa de forma particular. El problema para mí no es el celibato, o si éste puede o debe perdurar en la historia, sino si en realidad ésta no es una nueva oportunidad para la revisión o reformulación de la manera de enfrentamos en la vida religiosa, en el clero y en la Iglesia a la sexualidad. Este tema pide una revisión de nuestra comprensión de lo sexual y de lo genital. Puede ser que detrás de todo ello haya una acción de Dios preguntándonos y pidiéndonos que asumamos la condición humana con su dimensiones afectivas y genitales, iluminadas también desde Dios, de manera que superemos el tabú y hablemos con claridad. Estoy convencido de que el celibato no genera enfermedades, sino el modo de vivir el celibato. Igual que en el matrimonio no se puede dar por supuesta la sanidad, porque hay también personas casadas con relaciones genitales, enfermas y con disfunciones psicoafectivas de tipo sexo-genital. O sea, ni el matrimonio cura los males del cuerpo, si pudiéramos decirlo de esta manera, ni el celibato produce por sí mismo una estructura anormal. El modo de cómo se asume y la manera cómo se vive sí. Habrá que ver qué formas de educación afectiva y sexual al interior del clero y de la vida religiosa favorecen la aparición después de fenómenos obsesivos compulsivos, sí es verdad, pero todo este “boom” va a provocar una revisión tranquila y serena sin tanto aspaviento o escándalo magnificado.

Y por último ¿cómo ve Ignacio Madera la mujer en la Iglesia?
En consonancia con la tradición evangélica, las mujeres fueron las primeras «testigas» de la resurrección. La mujer tiene que asumir un rol mucho más ministerial. Para mí la cuestión no es que la mujer persiga la ordenación sino que persiga una forma de ministerialidad eficaz al interior de los procesos evangelizadores de la Iglesia.
Que esa ministerialidad sea oficialmente reconocida más tarde o que sea reconocida de diversas maneras es posible pero lo más importante es que la mujer desde su comprensión de bautizada asuma una ministerialidad en donde los hombres no hemos entrado ni podemos entrar con la misma fuerza y la misma pasión evangelizadora que ellas pueden hacerlo. Las mujeres son también discípulas y fueron compañeras, estuvieron al lado de Jesús en toda su búsqueda, hoy también están llamadas a continuar con esa tradición a pesar de todas las formas de segregación que haya podido vivirse a lo largo de la historia.