Entra en el misterio de la santa Navidad: misterio de encarnación, abajamiento, anonadamiento.
Si iluminas el misterio con las palabras de la divina Sabiduría, oirás el mandato que ha recibido: “El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: _Habita en Jacob, sea Israel tu heredad… Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”.
Si lo iluminas con la oración del Salmista, se te mostrará que, en la Navidad, Dios, tu Dios, “ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina, envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz”.
Si en tu camino por el misterio te guía el evangelista, te dirá que, en la Navidad, “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”; te dirá que Dios, entrando en nuestra noche, ha asumido nuestra fragilidad; te dirá que, en esa carne frágil, hemos contemplado la gloria de la Palabra, “gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Si quieres que sea el apóstol quien te lleve de la mano al corazón de la Navidad, graba en el tuyo sus palabras: “Dios nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos”. Es como si te hubiese dicho que en la noche santa de la Navidad, nació para ti toda bendición: nació para ti la gracia de Dios, la redención, el perdón, el conocimiento de la esperanza a la que Dios te llama.
Te dije: “Entra en el misterio de la santa Navidad”. Ahora más bien digo: Entra en el misterio de la Eucaristía que celebras, del Cuerpo de Cristo que recibes, y guarda en tu corazón, escrito con palabras tuyas, lo que de Dios hayas conocido y gustado. Es en verdad inefable: “A cuantos lo recibieron les da poder para ser hijos de Dios”.
Feliz domingo.