“La virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Enmanuel”. La Navidad está cerca. La liturgia ya entra en el misterio de una maternidad asombrosa. Aún no vemos al hijo, pero ya sabemos que la madre está encinta, y sabemos también qué nombre le va a poner al hijo que viene.
No pienses, sin embargo, que la palabra del profeta te anuncia sólo la cercanía de un nacimiento. Hoy has escuchado una noticia asombrosa: En este niño que esperas, Dios visita a su pueblo; en este niño, Dios se hace Dios con nosotros; en la pequeñez de un niño nos visita el Rey de la Gloria. Deja que desde el asombro suba a tus labios un cántico de alabanza: “Va a entrar el Señor: Él es el Rey de la gloria”.
Vuelve, Iglesia de adviento, vuelve a escuchar la palabra profética: “La virgen está encinta y da a luz un hijo”. A tu memoria vendrán otras palabras, luminosas como promesas divinas: “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa”. Algo te dice que es el mismo milagro de amor el que se anuncia y se vela en la maternidad de una virgen y en la alegría del páramo, en la fecundidad de la estéril y en el gozo del erial.
Mira el rostro de la virgen, fíjate en el desierto y el páramo. Míralos con los ojos del profeta: Verás a los pequeños de la tierra, a hombres y mujeres de manos débiles, de rodillas vacilantes; verás a ciegos, sordos, cojos, mudos y esclavos. Míralos también con tus propios ojos y desde tu fe, y cuenta, si puedes, el número de los seres humanos privados de derechos fundamentales que la conciencia común les reconoce a todos. Pon un rostro a esta virgen, dale nombre a este desierto. Cuenta a los que han sido privados del derecho a la vida, del derecho a una vida digna, del derecho al trabajo, del derecho a emigrar, del derecho a no emigrar, del derecho a la paz, del derecho a la libertad. No podrás contarlos, como no puedes contar las estrellas del cielo.
También de ellos, también de ti, también de esta virgen, de este erial, habla hoy la palabra del Señor: “La virgen está encinta y da a luz un hijo”. “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa”.
Alégrate, Iglesia en adviento, porque la Navidad está cerca y te trae memoria de una dicha que nadie podrá arrebatarte. Alégrate, Iglesia pobre, porque hoy, escuchando la palabra de tu Dios, enclaustras en tu seno la esperanza. Alégrate, Iglesia de los pobres, porque, recibiendo a Cristo el Señor, recibes del cielo al Justo, y la tierra se abre para que brote el Salvador.
“¡La virgen está encinta y da a luz un hijo!” La esperanza, como un hijo, vuelve a encantar el mundo. Feliz domingo.