Sentir la vida como regalo
Partimos de que la vida se nos da; no la inventamos; la recibimos de nuestros padres; en el seno de una familia nuclear o extensa. El ser hijo de un padre y de una madre nos constituye para toda la vida. La vida es el gran don que se nos entrega en estado incipiente. Requiere aceptación. Suscita sentimientos de agradecimiento como actitud vital permanente. La maravilla de la vida recibida hace nacer el asombro y la admiración. En contraste con este sentido del don está el sentimiento de apropiación. Mi vida es mía; mi cuerpo es mío; yo hago con ella lo que quiera. Soy el único competente para tomar decisiones.
Sentir la vida como destino
Hay quien entiende la vida desde la convicción básica de que es un destino; todo está predeterminado. La ruta está ya marcada; hagas lo que hagas no puedes salirte de esa pauta. Visto en el plano sicológico equivaldría a decir que tenemos impreso en nosotros desde niños un guion vital. No hacemos otra cosa que seguir ese guion que alguien ha escrito para nosotros. El hombre es “naturaleza”. El paso de natura a cultura, del determinismo a la libertad es más ficticio que real. Estamos encerrados en la cárcel de la animalidad. Somos hijos de nuestro tiempo. No hay salida. El destino nos marca los pasos. Y eso por más que nos empeñemos en exaltar la libertad y la creatividad frente a nuestra naturaleza.
Sentir la vida como tragedia
Algo similar a lo anterior consiste en entender la vida y vivirla como una tragedia; en el gran teatro del mundo nos han repartido un papel. No podemos sino representar ese papel, sea el que sea. Vivir es representar adecuadamente ese papel y esa misión que hemos recibido, puede ser el papel de héroe o de villano, el papel de víctima o de verdugo. La determinación viene dada por la sociedad. Somos esclavos de las estructuras sociales y laborales. La natura ha dejado paso a la cultura y a la libertad. Al mismo tiempo, la organización social no permite desarrollar el clamor de los seres libres. Vivimos en un determinismo histórico y cultural; es una forma de fatalismo.
Sentir la vida como tarea
Hay quien parte de una convicción básica que entiende la vida como tarea a realizar. La vida es para ser vivida. Toda la faena de vivir consiste en realizar esa tarea. Y ella implica no ya el descubrir el sentido de la vida, sino en darle un sentido a la vida. Un sentido aleatorio según los puntos de vista de cada uno. La faena de vivir puede estar centrada en la tarea de tener éxito y reconocimiento mediante el trabajo o el estudio. La vida tiene sentido como oportunidad de despliegue del potencial de amor y creatividad, escondido en la sed del corazón y la mente humana.
Sentir la vida como un arte
La vida humana es ante todo un arte, el arte de ser felices. Ahí está el secreto. La faena de vivir es similar a la de crear una obra de arte. Con los colores y pinceles de la vida podemos diseñar un cuadro lleno de encanto, o podemos hacer un caos. El potencial de vida y de belleza que recorre nuestro cerebro es enorme. Desde el punto de vista moral estamos ante la doble posibilidad: podemos hacer de la vida un infierno anticipado o también un aperitivo del encuentro y el amor definitivo. Hay quien está convencido de que el mundo es bastante para el hombre, que encerrado en el círculo de la finitud, el ser humano puede encontrar suficiente sentido y satisfacción para vivir. Conocer, embellecer esta vida es la misión del hombre en el universo.
Sentir la vida como vocación
La mayor parte del tiempo de la vida lo dedicamos a las tareas profesionales; es necesario ganarse la vida. Satisfacer las necesidades corporales y relacionales constituye el dinamismo fundamental de la vida; estamos movidos por nuestras necesidades; son muy abiertas, se dan la mano con los deseos. Las necesidades humanas relacionales son insaciables. Necesitamos amar y ser amados; necesitamos sentirnos valiosos, y pertenecer, y auto-realizarnos en libertad.
El dinamismo de la vida humana no tiene bastante con el espesor secular del presente; aspira a la realización última en el encuentro definitivo con Dios
Sentir la vida como afán
La vida nos es dada como promesa y proyecto que es preciso interpretar y realizar. En el lenguaje cotidiano hablamos de ganarse la vida. Hay que conquistarla. Se nos entrega como un repertorio de posibilidades que hay que activar y desarrollar. Ello requiere trabajo y empeño. En esta línea la vida es un gran desafío. En cada época se presenta con distintos formatos y faenas fundamentales. La vida humana transcurre en el tiempo, es esclava del tiempo y de sus posibilidades. Necesitamos reinventar cada pocos decenios la urdimbre que expresa el esfuerzo y la faena de vivir. Las condiciones materiales y sociales se modifican. También las religiosas y transcendentes.
Sentir la vida como celebración
Celebrar la vida implica la ilusión de vivir, las ganas de vivir. Y en el camino de la misma, sentir la pasión por despertar los sentidos a la percepción de sus alegrías. Por la vía visual, auditiva, táctil y gustativa nos llegan cantidad de impresiones gratificantes cada día. Resulta un ejercicio de salud vital el preguntarse todos los días por las alegrías vividas en forma de amistad, afecto, logros. Y, además de hacerse la pregunta, es sabio escribir pacientemente la respuesta, anotando cuidadosamente las experiencias satisfactorias que han llenado el alma y también el cuerpo. Sentir el encantamiento de vivir, sin dejar que el corazón se embote con las preocupaciones de la vida (Lc 21,34), forma parte de la experiencia cristiana.
Sentir la vida como dolor
La queja y el lamento pertenecen también el diseño de la vida. Sin la experiencia del dolor, no sabríamos lo que es la felicidad. Sin las experiencias dolorosas, no sabríamos disfrutar adecuadamente de las experiencias opuestas. Vivir para nosotros es experimentar el dolor de lo finito. Es menester liberar la vida respecto a las condiciones penosas. Venimos con tres heridas: la de la vida, la del amor y la de la muerte. No tienen buen pronóstico. En realidad son incurables. No obstante, es preciso protegerla frente al dolor de la condición humana, al dolor de lo finito. Job describe brillantemente este carácter de la vida doliente. La compara con el duro trabajo, con la situación del esclavo, del jornalero. Carece de encanto. Hace experimentar el dolor y la enfermedad. Y además es efímera. No brinda oportunidad de ver la dicha. Se desvanece como un suspiro (Cf. Job 7,1-7). No hay forma de salvar la vida; por más esfuerzos que hagas. No queda más que la angustia, el lamento y la protesta. Y la incurable esperanza.
Sentir la vida como lugar sagrado
En medio de la experiencia secular y, para algunos, pos-cristiana, la vida humana plantea grandes interrogantes. Añora la relación de amor incondicional; sueña con vivir para siempre. A tientas y en la noche suspira por la presencia y del encuentro que cure la soledad y defienda contra la condición mortal. A través del miedo y del asombro se vislumbra la presencia de Dios. El ser humano descubre que la vida misma está hecha para adorar y bendecir, para superarse y trascenderse. Al mismo tiempo, reconoce que está hecha para bendecir. Tiene el poder de reconocer y bendecir la vida que bulle en las otras personas. Decir bien de los otros, comporta despertar en ellos nuevas energías de vida, significados desconocidos. Su vida se torna más vital y más sagrada. Así se revela que es una maravilla de Dios, que él es nuestro Padre y nosotros somos la arcilla y él es el alfarero, somos hechura de sus manos (Cf. Is 64,3).
Sentir la vida como un enigma
Resulta misteriosa; se nos muestra compleja; llena de tensión y de aparentes contradicciones. Nos llena la mente de preguntas sobre el sentido, la significación. Nos confronta con la posibilidad del absurdo y la amenaza del sinsentido. Nos muestra razones para el nihilismo, y, sin embargo, despierta intensos deseos de trascendencia. La vida es la aventura de descubrir nuevas fronteras de la vida humana. La metáfora del juego pone de relieve que tenemos la tarea de encajar las piezas sueltas de nuestras vidas. Integrar la propia persona requiere reconocer que hay piezas desencajadas. Pero también es cierto que hay un diseño inscrito en nuestra vida que estamos llamados a descubrir, a reconocer. Y a través de él podemos adorar al Dios de la vida.
Para la personalización:
¿Qué me pide la vida?
¿Qué le pido yo a la vida? ¿Qué expectativas concretas tengo sobre la vida?
¿Cuál es mi sentimiento de la vida más reiterado en los últimos meses?
¿Vivo hoy la vida que quiero y deseo vivir?
¿Qué bloqueos pongo para no vivir la vida que quiero?:
– no puedo,
– me da miedo,
– no es posible,
– qué pensarán de mí los demás,
– mis padres no harían esto,
– a mi edad ya no es posible,
– tal como están los tiempos de la vida religiosa no me atrevo,
– a mi edad todavía no es tiempo…