El Señor es mi pastor

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El profeta dijo: “Mirad que llegan días en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra… Y lo llamarán con este nombre: «El-Señor-nuestra-justicia»”.

Y el apóstol, llegados los tiempos a su plenitud, escribió: “Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz”.

En tu vida, hermana mía, hermano mío, hay un antes y un ahora: un antes en que todos andábamos “como ovejas sin pastor”, y un ahora en que “hemos vuelto al pastor de nuestras almas”; un antes de dispersión y de ruina, y un ahora en que nos conduce el que nos ama: “¡El Señor es mi pastor, nada me falta!”

Considera con quiénes has orado en esta mañana de encuentro con tu Dios.

Las palabras de tu oración eran del salmista, y al pronunciarlas tú, lo hiciste presente también a él en la asamblea dominical.

Aún más. La oración era tuya, pues dijiste, como si de ti solo se tratase,  “el Señor es mi pastor”. Pero lo dijiste a una voz con tus hermanos, formando con ellos un solo cuerpo, una sola Iglesia, y en ese cuerpo oraba también su cabeza, Jesús el Señor, y oraban con él y contigo todos los pobres de la tierra: “¡El Señor es mi pastor, nada me falta!”

Asómate al misterio que llena de gozo tu corazón. Las palabras de tu oración no las dice el hombre que de todo dispone, el rico que nada necesita, el orgulloso que se basta a sí mismo. Las de la Iglesia son palabras del que nada tiene y al que nada le falta, porque “el Señor es su pastor”.

Contempla a Jesús, al pobre del que tú eres el cuerpo, y vuelve a decir con él las palabras del salmista: “¡El Señor es mi pastor, nada me falta!” Sentirás sobre ti la fuerza del Espíritu de Dios, la gracia del Hijo de Dios, la justicia que todo lo serena y pacifica.

Si te digo, “contempla a Jesús”, te pido que recuerdes su vida, su evangelio, su palabra compasiva y su amor sin medida; pero te pido sobre todo que admires lo que hoy recibes, pues hoy, en la Eucaristía, el Señor te hace recostar en verdes praderas, hoy te conduce hacia fuentes tranquilas, hoy repara tus fuerzas, hoy prepara ante ti una mesa generosa para que comas el pan de la vida y bebas el vino de la salvación, hoy te unge tu Dios con su Espíritu y sientes que te acompañan, como ángeles custodios, su bondad y su misericordia.

Con Jesús, se acabó el antes y empezó el ahora de Dios para ti.

Feliz domingo, Iglesia santa.

“Ven, Señor Jesús”. Ven, y que sea domingo de vida y salvación, de justicia y de paz para todos los pobres.

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