Últimamente me invade cierta conciencia del paso del tiempo, quizás porque entraré pronto en la mitad del viaje de la vida y quisiera aprender a vivir con hondura, con gratitud, y con bastantes dosis de humor, el tiempo que se abre, cada tiempo que estrenamos. ¿Cómo honrar la estación del verano? Muchos de nosotros tendremos días de oración, encuentros con gente de nuestras congregaciones, días en pastoral o en actividades sociales; la familia, el descanso…Que en medio de todo nos regalemos, no “una tarde”, sino “varias tardes” para conectar con esos espacios de gratuidad, de belleza, de “no hacer” que hay en nosotros. Tardes de estar con gente a la que queremos, tardes para gustar la vida, no en su lado de eficacia, de aprovechamiento, de poner al día cosas atrasadas… sino simplemente tardes de estar, de dejarnos sanar por la naturaleza, de ensanchar nuestro horizonte y nuestra capacidad de misterio frente al mar o de acoger el sonido de las hojas de los árboles cuando las besa el viento. El asombro ante un cielo silenciado de estrellas, o ante un rostro que de pronto se abre, en esa sorprendente liturgia de las horas que se ofrece gratuita ante nosotros.
Que podamos tomarnos algunos días de sabbat este verano, que no vayamos a estar “más ocupados que el Creador” que se tomó respiro el día séptimo para gozar y comulgar con su creación. Que el sabbat del verano nos ayude a ahondar su Presencia en nosotros, a bendecir y a pacificarnos; como decía una oración del pueblo de Israel: “que tus hijos se den cuenta y entiendan que el descanso viene de Ti y que descansar significa santificar tu Nombre”.